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El Papa Francisco en Palacio Nacional: dos visiones, una realidad

El lenguaje de las personas constituye una oportunidad para conocernos; es a través de lo que decimos que sabemos a qué atenernos con las personas. Cuando consideramos a los personajes públicos, con mayor razón, es importante conocerlos e identificarlos ya que, por lo que dicen, también nos damos cuenta de lo que traen entre manos.
La recepción y bienvenida que brindó el Presidente Enrique Peña al Papa Francisco, por primera vez en Palacio Nacional, tiene diversos significados para la vida de México. Fueron palabras que transitaron en espacios distintos, juntándose en determinados puntos.

Una manera de caracterizar los discursos de gobernantes y políticos, como también de obispos y sacerdotes, considero, consiste en observar dos planos: uno es cuando el contenido está anclado o dirigido a una determinada sociedad y su realidad; y el segundo, cuando dicho contenido puede ser expuesto en cualquier otro lugar, ya que no está dirigido a una sociedad específica y su realidad. En el primer escenario se señalan los puntos y aspectos que se buscan tocar y trabajar en el mensaje, mientras en el segundo, sencillamente, se manejan los llamados ‘constructos prefabricados’, que se convierten en ‘clichés’ (según el diccionario de la Real Academia Española significa “lugar común, idea o expresión demasiado repetida o formularia”), y que dan a entender que se manejan ‘en el aire’ sin pretender llegar a un compromiso preciso.

El discurso del Presidente Peña se dirigió, después de la manifestación de emoción, entusiasmo y alegría de los mexicanos por la visita del Papa Francisco, al entorno mundial, en el que pudo ubicar los muchos problemas que vive ‘la humanidad’. De ahí pasó a la reflexión del ‘a dónde vamos’ para llegar al ‘compromiso colectivo’, para renovar la esperanza en el futuro y la solidaridad.

En seguida Peña determinó el trabajo que corresponde hacer ‘a los gobiernos’, que radica en “crear las condiciones para asegurar un piso básico de bienestar a nuestras sociedades, garantizando oportunidades de desarrollo para todos”, para después señalar la circunscripción del ámbito de trabajo de “la Iglesia Católica y (de) las demás religiones del mundo, (que) les toca seguir promoviendo la esperanza y la solidaridad, la fraternidad y, ante todo, el amor” (dejo de lado su imprecisa concepción del Estado laico).

Continúa Peña diciendo que “a los ciudadanos les corresponde practicar y transmitir los valores que nos permiten convivir y avanzar en sociedad”, siendo este un punto de coincidencia con el Papa Francisco, junto con el recurso al diálogo que todos debemos tener. Para llegar al final de su mensaje, el Presidente le dice al Papa que “su peregrinar por México será histórico; será luz y guía para millones de mexicanos”.

Pasemos ahora al discurso del Papa Francisco. Después de los saludos y agradecimientos, el Papa va directo a una realidad: “quiero saludar y abrazar al pueblo mexicano en sus múltiples expresiones y en las más diversas situaciones que le toca vivir”. En seguida hace una descripción de México como un gran país, destacando sus recursos naturales, su biodiversidad, su vasto territorio, sus culturas indígenas, mestizas y criollas, etcétera.

Después de mencionar que “la principal riqueza de México hoy tiene rostro joven”, dirige su mensaje a la circunstancia actual que vive el país, que “nos lleva inevitablemente a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este «bien común» que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”.

Después de esbozar el presente, el Papa pasa al escenario del futuro: “Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vuestro, tienen que ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de «una política auténticamente humana» (Gaudium et spes, 73) y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte”.

Para llegar al final de su mensaje, señala “A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”, añadiendo que “Esto no es sólo un asunto de leyes que requieren de actualizaciones y mejoras -siempre necesarias-, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional”.

Finalmente dice al Presidente Peña “que, en este esfuerzo, el Gobierno mexicano puede contar con la colaboración de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación…” (Citas tomadas de medios de comunicación).
De esta manera, en Palacio Nacional pudimos observar dos visiones sobre una misma realidad. Una que pareciera ser la de casa, con sus problemas y cualidades, mientras la otra pareciera ser la del visitante que desconoce la realidad del país y no habla de problemas… como si se hubieran invertido los papeles de los dos personajes.

De Política una Opinión: Abelardo Reyes Sahagún