Opiniones Portada rotador 

Dos de octubre no se olvida…

El 2 de octubre de hace 50 años es una de las claves que explica por qué somos lo que somos. Mucha tinta en incontables párrafos ha dado explicaciones, análisis, críticas, revisiones…, pero seguimos sin saber la realidad, solo realidades parciales, interesadas, históricas…, sobre todo la oficial. Partamos de una base jurídica, “a confesión de parte, relevo de prueba” El chacal Gustavo Díaz Ordaz, dijo a la representación popular: “de los sucesos de este año asumo la responsabilidad, legal, histórica…”, ergo tenemos culpable, el cual fue aplaudido por el 99% del Congreso de la Unión. También fue difícil que la sociedad mexicana comprendiera, su conservadurismo veía amenazada las tradiciones, sobre todo el efímero diálogo generacional, las instituciones creaban una sociedad sometida, de manera que el movimiento estudiantil fue una confrontación con la estabilidad decretada.

​En el movimiento estudiantil del 68 en el mundo, que sin medios de comunicación instantáneos, ni siquiera rápidos, se anidan los productos de la lectura, los jóvenes producían socialmente los planteamientos de Fanon, Nietzsche, Kierkegaard, Camus, Mao, Marx, Lenin…, el movimiento estudiantil mexicano no fue igual en el sentido de la idea de la política y esencialmente de la vida compartida cotidiana. Lo que si fue igual en el mundo fue la represión, en los gobiernos “de izquierda”, lo mismo que “de derecha”, la bayoneta contra cuerpos jóvenes no entendió razones. Los jóvenes enfrentan al poder público por vía del diálogo, la verdad, la insistencia.

Del 68 mexicano tenemos grandes lecciones, su pedagogía nos ofrece la lección de vida y muerte. La primera, es la vivencia de la sociedad civil en la escena, en sus actos la reacción contestataria y la dimensión crítica a los agravios cotidianos; sube a la escena también el sindicalismo independiente, es decir, fuera de la CTM y las relaciones de poder con el Partido Revolucionario Institucional. Los jóvenes fueron referente para entender la rebeldía como dispositivo crítico para los cambios y las transfiguraciones, fueron explicación de una cartografía que nos presenta nuevas avenidas, nuevas alamedas, para nuevos cauces, para que la sociedad mexicana se transforme y los deseos de la ciudadanía encuentren nuevas formas de convivencia. Recordemos que 1968 tiene en su haber la música como eje de la convivencia, del encuentro en el espacio público. La lección de la muerte es lamentable no sabemos cuántos asesinados, sabemos del asesino Díaz Ordaz y la minimización que al respecto explicó desde la tribuna más alta de la Nación. El 68 juvenil significa una reivindicación del sujeto, su calidad protagónica, ciudadana, responsable, ética, la participación política desde el diálogo, el argumento, el reproche a la mentira, la idea de revolución y una incipiente idea de democracia.

Al movimiento le faltó fuerza para realizar el cambio, el poder asido de todo su poder no permitió los cambios de estructuras institucionales, por ejemplo, la democracia de baja calidad: los ciudadanos siguen enajenados, lo más grave, desde robots cibernéticos, y más grave aún, desde la perspectiva de la violencia como eje del dialogo. “Únete pueblo, únete pueblo…” no logró su objetivo democrático sino de sometimiento al poder, una prueba de mi dicho es que la política todavía hoy se resuelve solamente en los partidos y en el gobierno, los contenidos de la política hoy ausentes y fantasmales, las jerarquías sigue siendo el andamiaje de la toma de decisiones, un patrimonio de extraños para el pueblo de México. Tlatelolco muestra una visión de Estado, muestra la idea del espacio público en plena consolidación del Estado moderno, también sigue siendo la muestra clara de la demanda de los jóvenes por vía de un diálogo nacido del dolor de un juego de futbol, mal entendido por el gobierno, al grado de incluir en el reparto al ejército nacional, sus tanques de guerra, sus bazucas, su bayonetas y su irracionalidad por atender lo mandado por el “comandante supremo de las fuerzas armadas”, Díaz Ordaz no solo daño a los jóvenes, a la sociedad, a la historia, dañó muy lamentable al Ejercito mexicano, los patriotas lo han sentido en el alma.

El movimiento juvenil del 68 no puede terminar como trofeo generacional colocado en gavetas oficiales y civiles. El movimiento a 50 años de distancia nos demanda pedagogía pública, debe estar en las mesas de discusión para desvelar las pesadillas a las que ha sido sometido por la historia oficial. La equivocidad de su narrativa no pertenece a nadie, nos convoca a un conversatorio nacional, coetáneo y contemporáneo, las y los que aún no nacían tiene en sus venas este tema de su historia inmediata, la verdad es su edificio, es preciso honrar el diálogo verdadero, respetuoso e intenso. El diálogo sigue siendo la clave democrática de una idea revolucionaria crítica y renovadora. No permitamos que la historia oficial siga deformando la realidad.

Por: Ignacio Ruelas Olvera