Opiniones Portada rotador 

Vale al Paraíso/Lo más granado de la conversación

La atención del grueso de los parroquianos está concentrada en Feria Nacional de “San Briagos”. Se viven las vacaciones. Algunas familias salieron de Aguascalientes. Huyeron del relajo y los abusivos precios de temporada. Prefirieron el sol, la arena, el mar y un coquito con ginebra.

Las campañas están extraviadas. Las “agendas privadas” de candidatas y candidatos son el bolillo de cada día. El compendio de promesas se asemeja ocurrente recetario de cocina rápida.

Ante las famélicas ideas, el extravío de sólidos conceptos y la abstinencia de claridad en los temas de gobierno, decidí conversar con el exgoberador Otto Granados, para conocer sus puntos de vista sobre temas fundamentales para el devenir de Aguascalientes:

MG: En la obra de gobierno sobran excusas y faltan resultados en la gestión.

OG: Hay un fenómeno peligroso al que nos hemos venido acostumbrando, en cierta medida por pereza periodística y académica, que consiste en reducir la vida pública a los escándalos y mezquindades de sus protagonistas, sin explorar ni revelar las causas que los motivan o bien sin llamar a cuentas a los políticos por las cosas de que son responsables.

No se trata, desde luego, del infantilismo de pedir que también se digan las cosas buenas, no. Hay que documentar y reportar las malas, que son muchas, pero que sean las de fondo, las realmente decisivas para un país.
Por ejemplo, este año hay doce gobernadores que concluyen su período y casi nadie se ha tomado la molestia de evaluar a detalle y con datos duros el balance integral de su gestión.

Al menos existen cinco criterios esenciales para evaluar la capacidad y la calidad de una gestión.
El primero es cuánto creció la economía de esos doce estados, porque es el indicador clave del que derivan casi todos los demás, entre los cuales qué tan bien invirtieron los recursos públicos y qué tan eficaces fueron las políticas instrumentadas.

El segundo es qué tanto aumentó su aportación al producto interno, pues permitiría saber si la economía estatal creció por encima de la nacional y si generó mayor valor agregado.

El tercero es cuánto empleo se creó y aquí hay que hilar fino. Una cosa es el empleo mediocre e improductivo, donde da lo mismo su nivel salarial o su temporalidad, como ocurre con las cifras que da el gobierno federal, y otra muy distinta el empleo con adjetivos, el que hace competitivo a un país, es decir, permanente, bien pagado, calificado y productivo. Éste es el tipo de empleo que mejora el nivel de vida y el bienestar de una población.

El cuarto es identificar cuánto mejoró el ingreso por persona, en términos reales, en cada una de esas entidades, y cuánto se redujo la brecha de la desigualdad. Y finalmente cómo se movió, en los reportes nacionales, la posición competitiva del estado.

En conclusión, si el movimiento se demuestra andando, el balance de una gestión no es la popularidad o la imagen de su titular. En política lo que cuenta son los resultados, pero estos resultados.

MG: Háblame de eso que llamas “la prueba del ácido”.

OG: Por factores muy variados, los ciudadanos se han vuelto mucho más exigentes con sus gobernantes. Quieren resultados y resultados, y los quieren rápido, sin demasiado esfuerzo ni complicaciones que alteren su vida cotidiana. Los tiempos en que se pedía apretarse el cinturón o, con más elegancia, sólo se ofrecía sangre, sudor y lágrimas, han quedado atrás.

Hay que priorizar. Todos los presidentes o gobernadores tienen aspiraciones totalizadoras. Pero no hay gobiernos que sean buenos para todo, el período no es eterno y los recursos no son ilimitados. Por lo tanto, cualquier nuevo gobierno tiene que priorizar sus tres, cuatro o máximo cinco políticas públicas sobre las que va a girar la acción del gobierno a lo largo del sexenio y éstas deben concentrarse hacia dos objetivos clave: crecimiento económico y equidad social. Pero además, no hay que confundir causas y efectos. Por ejemplo: la pobreza no es en una política pública en sí misma sino la consecuencia del bajo crecimiento, la mala educación o la poca productividad; en estricta lógica, las políticas públicas de fondo son éstas.

Como aconsejaba un antiguo profesor de Harvard, nada ayuda más a una administración que la primera impresión que ofrezca de “energía, dirección, acción y alcance”. Así empieza la prueba del ácido: la de los resultados concretos, tangibles y medibles.

MG: ¿Cómo mejorar la calidad del gasto?

OG: Hace días, “The New York Times” contaba la historia de la alcaldesa de un pequeño municipio español, de apenas cinco mil habitantes, que durante el tiempo que gobernó se lanzó a construir un museo del aceite de oliva, otro del viento, otro más de la vida, una nueva plaza de toros, un centro deportivo para 25 mil espectadores y un parque de aves exóticas. A la pasada, desde luego, se embolsó varios millones de dólares y hoy está acusada de 28 delitos.

Lo de menos es la probable corrupción —eso pasa donde quiera—; lo aleccionador de este caso es el desparpajo con que algunos funcionarios gastan el dinero público en obras que no van a tener impacto positivo alguno en las cosas que importan, como el crecimiento del ingreso, el empleo y el bienestar de las personas y las familias. Algo de eso sucede, también, en algunos estados en México.

Pero lo que no existe aún es un mecanismo que evalúe previamente, de manera rigurosa, las decisiones de gasto público ni que lo contraste, ex post, con los beneficios que se obtuvieron al hacer determinada inversión. En virtud de tal vacío, los funcionarios, especialmente en la esfera subnacional, asignan los recursos no a partir de variables ligadas a objetivos claros y medibles de desarrollo sino de ocurrencias y excentricidades o bien porque dejarán algún dividendo personal.

Basta recorrer las ciudades mexicanas medias para ver grandes vialidades subutilizadas, centros de convenciones semivacíos en el año e instalaciones turísticas improductivas. O bien estados que por años han sido los mayores receptores de fondos públicos federales y por años también se han mantenido en los peores lugares en los indicadores de pobreza, educación, salud, crecimiento y competitividad. Léase, por último, el desperdicio de recursos contenido en algunos capítulos de los presupuestos de egresos como asignar 5 millones para la Rotonda de los Colimenses Ilustres, 8 más para las fiestas de los Lunes del Cerro en Oaxaca o 6 millones para el piso del templo de Apaseo el Grande. Casos como estos se repiten por docenas.

La plática con OG no existió como tal. Las respuestas del académico se tomaron de los textos que publicó en el diario “La Razón”, entonces dirigido por el reconocido periodista Pablo Hiriart, bajo los títulos: “Rendir cuentas y dar resultados” (22/10/2010), “La prueba del ácido” (04/05/2012) y “Mejorar la calidad del gasto” (22/05/2013), respectivamente.

Se quedaron en el tintero de lo más granado, los artículos “Mentefactura vs manufactura” (16/04/12) y “¿Qué hacer grandes a las ciudades?” (03/04/13).

Pero usted ¿ha escuchado a candidatas y candidatos debatir estos temas fundamentales para el devenir de Aguascalientes? Yo no.

Porque alguien debe de escribirlo: Defenestraron al impresentable general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal de Querétaro.

marigra@telmexmail.com