Opiniones Portada rotador 

‘Quiere llorar, quiere llorar’ / Vale al Paraíso

En un hecho novedoso, quizás inédito en la historia posrevolucionaria del estado de Aguascalientes, las elecciones municipales del próximo domingo 02 de junio se parecerán, por la nutrida participación individual de los partidos políticos, a la fiesta del santo patrono San Marcos.

En cada una de las boletas de los 11 municipios, similar a la tabla de la
mexicanísima lotería, el ciudadano inscrito en el padrón encontrará al menos 10 candidatos a las alcaldías: 7 de partidos nacionales (PAN, Morena, PRI, PT, PRD, Partido Verde y Movimiento Ciudadano), 3 de los partidos locales (Unidos Podemos Más, Partido Libre de Aguascalientes y Nueva Alianza Aguascalientes), más los candidatos independientes que logren recabar las firmas necesarias para contender.

Revisemos los accidentados procesos internos en el PAN y en Morena.

Una buena parte de las columnas políticas, informativos digitales, oráculos de opinión y redes sociales, con penetrante aroma de mujer, repitieron la
consigna de que la Comisión Permanente del CEN del PAN echaría abajo el
acuerdo unánime de la Comisión Permanente estatal para que la militancia
eligiera, a través de voto libre y secreto, a pie de urna, al candidato o candidata a presidente municipal de Aguascalientes, pero no fue así, el dedazo disfrazado de candidato “designado”, perdió la parroquial batalla del free pass.

Por mi parte, hace dos semanas, escribí que “los vientos democráticos internos que tanto distinguieron al PAN de sus idílicos fundadores, regresan a la aldea para levantarlo en la mitad del municipio capital, donde Morena le ganó en el Distrito 02 federal. El riesgo de una fractura existe, pero es menor al secuestro de la decisión. El mejor ejemplo es la imposición de Ricardo Anaya Cortés, autor de la debacle azul en la reciente contienda presidencial”.

Cerradas las puertas del palenque azul, el partido de Santa María de los
Ángeles, Jalisco, representado por el gobernador Martín Orozco Sandoval
—fanático del Cruz Azul—, pelea contra el partido de Valle de Bravo, Estado de México, liderado por la alcaldesa capitalina María Teresa Jiménez Esquivel.

El gallo americanista con playera azul, Julio César Medina Delgado, luce un
colectivo de potentes gladiadores al sumar fuerzas de gran calado del PAN,
incluyendo a varios regidores que, aunque usted no lo crea, pertenecen al
cabildo presidido por Jiménez Esquivel; pero como nadie es perfecto, Julión se hace acompañar, también, por el impresentable exgobernador Felipe González.

Mientras que la polla de atractivo plumaje es escoltada por el senador Antonio Martín del Campo y el político en retiro Rubén Camarillo Ortega, solamente; en este caso la imperfección es por partida doble porque subió al alegre carro alegórico a los mariachis Luis Armando Reynoso Femat, exgobernador, y Alfredo El Mosco Reyes Velázquez, exalcalde capitalino.

Por el respectivo agrupamiento de los experimentados galleros, pareciera que el partido de Jalisco pudiera ganarle la única pelea de compromiso al del Estado de México, pero en la real política nada está escrito hasta que se lanza el último navajazo.

A Jiménez Esquivel deja en manos de la militancia, con la que comparte
“origen y destino, batallas y triunfos, principios y anhelos”, su futuro político. En un video de reciente producción afirma que va “20 puntos arriba en todas las encuestas” y difunde una encuesta “interna” donde suma el 70.9% de intención de voto panista contra 24.0% de Julión. Veremos, dijo un ciego.

En Morena, Arturo Ávila Anaya, el Iron Man de las trajineras de Xochimilco, se para enfrente del Teatro Morelos, como si fuera comerciante ambulante.
Despliega la mesa rectangular de cuatro patas. Coloca la mampara. Acomoda a sus muchachos de negro atrás de él, en la desgastada escenografía mediática del siglo pasado. Revisa los papeles escritos con el inflamado hígado. Prueba el sonido con un ligero carraspeo. Agradece la asistencia a la conferencia de prensa callejera. Y se lanza al vacío: Gabriel Arellano Espinosa es travieso de la aldea, porque él y su hermano, el ave palmípeda de la familia, han orquestado una campaña sucia en contra de su persona.

Las y los niños del coro de catedral entonan la cruel consigna, permitida a esa corta edad: “Quiere llorar, quiere llorar, quiere llorar”.

Las devotas salen de misa con el velo puesto y el Jesús en la boca. Miran
espantadas al denunciante, como si fuera El Chamuco —perdón, maestro
Rodríguez Varela, por el plagio—. Prefieren regresar al templo. La Virgen de la Asunción les ofrece un té de azar para el susto.

Y Arellano Espinosa se deslinda del señalamiento, le receta a Ávila Anaya un Valium de 10 miligramos: “Tranquilo muchacho”.

Lo único cierto, de las bravas peleas internas en el PAN y en Morena, ya está
redactado con la pólvora utilizada en la guerra: matar o morir.

Después del 10 de marzo, en las maltratas lápidas de los derrotados y las
derrotadas, se leerá el epitafio entregado a los héroes caídos: “Murió por la
patria (chica)”.

Porque alguien tiene que escribirlo: Hasta la próxima.

marigra1954@gmail.com