Nadie sabe, nadie supo / Analogías
Aguascalientes, Noviembre 08 (2021).- Hay algo a lo que no se puede huir, ese algo es al reclamo de la propia conciencia. Abro esta columna con una profunda y contundente afirmación, derivado de los hechos sucedidos hace una semana en mi perjuicio.
Aún estoy atónito al saber cómo algunas personas van por la vida actuando en contra de su prójimo, sacando ventaja del mismo y no responsabilizándose de sus propias acciones, en aras de salir beneficiados o simplemente de no verse perjudicados por el resultado de sus propias acciones.
Todo sucedió hace una semana exactamente, revisaba por las cámaras de seguridad una perceptible anomalía en la facia frontal derecha de mi vehículo. Un notable desprendimiento saltaba a la vista de cualquiera que pusiera un mínimo de atención al detalle. Suelo hacer este proceso de revisión de vez en cuando, ya que las videograbaciones arrojan solamente sonidos o movimientos, por lo que no es tan tardado llevarlo a cabo. Fue así pues como la mañana del domingo pasado me percaté del perjuicio que mi vehículo había sufrido.
Me di a la tarea de recordar uno a uno los momentos del fin de semana, en dónde estuve, si el vehículo se encontraba ileso en cada parada, etc. Así cerré las opciones de posibles lugares en que pudieron haber sucedido los daños. Al final concluí que solamente en un estacionamiento público pudieron haberse dado. Me dispuse a la tarea de acudir en persona con el encargado y pedirle las evidencias videográficas. Al principio no obtuve respuesta favorable, en la argumentación de que no sabía cómo revisar las grabaciones, después de unas horas ya dispuso las grabaciones a mi estudio y análisis.
En fracciones de segundos, una pareja alcoholizada había subido a su vehículo, que se encontraba justo enfrente del mío, echarse en reversa sin torcer el volante y topar hasta atrás, justo para rebotar como resorte y perpetrar el perjuicio en mi camioneta azul. Acto seguido, salen del estacionamiento como sin nada, al cabo “nadie sabe, nadie supo”, no hay forma de que se entere el dueño del vehículo siniestrado.
En primera instancia no se distinguen las placas de la unidad que provoca el impacto. Se intuye el modelo, color y distintivos característicos, pero no se logra identificar el estado, ni el número alfanumérico de la placa, por lo que me tomó casi una semana investigar los hechos por mi cuenta antes de plantearme otro proceder.
Cinco días más tarde, con el número de matrícula y la evidencia fotográfica de mi lado, me di a la tarea de encontrarme con el conductor del mismo. Coincidentemente estaba ebrio, a pesar de proponerle hablar en privado, quiso que lo hiciéramos delante de más gente. Accedí a su petición y le expuse lo acontecido días antes. En primera instancia lo negó, después me retó a mostrarle el video que evidencia lo acontecido. Su rostro no mostraba una pizca de remordimiento o voluntad de arrepentimiento, por el contrario, hasta molestia aprecié en esos instantes. Ante su apatía e indiferencia, le pedí hablar a su compañía de seguro para que se pusiera en contacto con la mía y así llegar a emitir la orden de reparación, sin embargo, no estuvo de acuerdo, siguió a la suyo ignorando mi propuesta. Su acompañante le insistió en que actuara como yo se lo propuse, pero ni siquiera ella pudo hacerle cambiar de parecer. Déjame lo pienso pronunció en ánimos de librarse al menos temporalmente de la evidente responsabilidad que tenía que afrontar. Es esa tu respuesta final, intuyo. Sí, respondió cortante y tajantemente. Muy bien, le dije, di media vuelta y me retiré del lugar.
Esta experiencia no es aislada, es parte de la vida cotidiana. Es algo que sucede todos los días y a cualquier ciudadano. Me sorprende la forma en que reacciona la persona que causa el daño o perjuicio al prójimo. La facilidad con la que se trata de deslindar de toda responsiva, tratando de librarse de sus acciones y sin importar el daño ocasionado. Qué fácil es el ser indiferente, el cerrarse al diálogo y dejar a su suerte al otro. Lo difícil, lo que implica hacerse responsable es escuchar a la conciencia, el afrontar los problemas de frente y estar a la altura de lo que se requiera o dicten las circunstancias.
Mucho he escuchado durante los años de las personas que auguran que lo que nuestro país necesita es un cambio de partidos políticos, que si gana tal o cual candidato las cosas cambiarían. La realidad de las cosas es que el cambio de la sociedad no proviene desde la administración pública, sino desde la idiosincracia de los ciudadanos, son ellos los que hacen la diferencia. Si no me crees analiza cómo naciones literalmente hechas cenizas como Japón y Alemania se levantaron del colapso de la segunda guerra mundial. Fueron sus ciudadanos los que aprendieron la lección, los que se responsabilizaron de sus acciones y decidieron aprender del pasado para no repetirlo, para no volver a mirar hacia atrás, para emprender un vuelco hacia el futuro, ideando una nueva realidad de colaboración, de trabajo y, como resultado, de progreso común.
La Opinión de: César Omar Ramírez de León. Empresario, Consultor en Finanzas Personales e Inversionista en el Mercado de Capitales.