Opiniones Portada rotador 

La violencia verbal no es gracia

La democracia se funda en un diálogo lo más cordial posible, con el argumento más sólido y convincente, también posible. La vida compartida es el mejor foro de la una democracia de calidad. La coexistencia se debe cuidar en todo tiempo y a toda costa. Cuando la convivencia cansa los vicios enferman la vida social, es el tiempo de una refundación de la vida sujeta a reglas que protejan de todos y al propio tiempo obligan a respetar a todos y a todo.

Para eso sirven las elecciones, para dar nueva vida y salud a procesos y discursos enfermos. El arte de elegir se desarrolla en un tramo del procedimiento electoral, muestra las reglas de manera pública y transparente. El cuerpo electoral se manifiesta y decide. El administrador de las elecciones cumple y hace cumplir las reglas que son garante del triunfo y de las derrotas. La autoridad jurisprudencial actúa para que las insatisfacciones que pudieran producirse se subsanen mediante la interpretación de las leyes y surja la justicia político electoral.

La vida compartida exige calidad en la convivencia. Para ello los beneficiarios de la voluntad del pueblo deberán poner su mejor contribución: LA PRUDENCIA. Cuando la prudencia acude, la educación y la cultura hacen su trabajo, bordan un discurso de dialogo cordial. Cuando los conversatorios atienden los problemas y sus posibilidades de solución muestran atributo democrático. En el centro de todo está la palabra, eje de los entendimientos. Una sencilla frase que las reúna debe fincar su finalidad en el respeto. Pues de manera contraria una sola frase puede hundir la dignidad del Otro; esa junta de palabras muestra la intención, y si ésta no es prudente aborda los insultos y las humillaciones, entonces llega la violencia verbal.

La destrucción de la vida compartida nace con la palabra mal intencionada. Pone la segunda y terceras personas como eje de todo lo malo que sucede. El Otro, por razón no explicada públicamente, el que ha errado, los demás son siempre malintencionados, es el eterno culpable. Ese Otro es basureado mediante palabras degradantes; el interlocutor resulta poco valioso, la sorna y las humillaciones son rostro de la violencia verbal. Esta degradación de los participantes y del propio diálogo cancela la comunicación; en consecuencia subsume la democracia pues nulifica el diálogo para discutir y resolver los conflictos. La violencia verbal está presente ante la carencia de virtudes democráticas. La violencia verbal juzga y crítica al Otro, piensa que todo lo hace mal, los demás siempre son defectuosos, te cancela el derecho a discutir. Para el violento verbal los Otros no tienen cualidades, la razón es simple, descalificar es parte esencial de su juego.

La filosofía del yo, mí, conmigo anula las opiniones de todos, su logro, avance, acierto, es insignificante. Este formato violento conoce y sabe manipulador las emociones colectivas de manera comunicacional, además sabe que los Otros aun que le dan la razón no existen para él. Prueba de ello es que ante todo argumento que le cuestiona es replicado con amenazas, insisto, se trata de una manipulación emocional, los errores, fracasos, pérdidas… terminan siendo haberes del Otro, con ello les mina la autoestima. Prueba irrefutable es que, sin que nos demos cuenta, el violento verbal actúa como jefe, como patrón, se dirige a ti para dar órdenes sin opción a ningún cuestionamiento.

En el debate político los violentos ante el silencio colectivo van sintiendo su superioridad, comienzan a gritar, basurear, incluida la violencia histriónica, sus gestos y actitudes son parte de su predominio y de su capacidad de negar la capacidad ciudadana de diálogo.

La vida compartida para ser autentica y en paz requiere un diálogo cada día más cualitativo, dejar que la cultura haga su trabajo, que la educación trace las avenidas de la cordialidad, puesto que el ataque verbal es tan grave como el maltrato físico. La violencia verbal deja huellas que tarden más en cicatrizar que las físicas. La democracia no puede dar cabida a la violencia de ninguna índole, la autoestima social topa en tierra y se destruye como un cristal.

La falta de autoestima colectiva engendra estrés, ansiedades, pánicos, fobias… deformaciones que impiden una lúcida actuación frente a los problemas sociales, pero sobre todo, se pierde el interés en defender las haciendas privada y pública. Simplemente condicionan al cuerpo social de manera negativa en el mundo de la vida compartida.

Para cuidar la vida simultánea que nace del mandato de las urnas es menester cuidar la dignidad ciudadana, desarrollar la capacidad de discusión y detección de los espacios públicos, incluidos los espacios del ciber-espacio, que también es público. Para ello es necesario sobreponerse a los gritos de violentos y agresivos, que son un fastidio para el espíritu. La violencia y el maltrato son lo opuesto al amor.

Por: Ignacio Ruelas Olvera