De la voluntad a la obligación / Analogías
Una breve historia relataba el caso de un joven oficinista, quien debía caminar todas las mañanas un par de calles para tomar el autobús que lo transportaba hasta el trabajo. En su cotidiano trayecto se topaba seguido con un indigente de mediana edad, quien limosneaba sentado siempre en el mismo lugar; un vaso de plástico era utilizado de “receptor de caridades”, en él caían las monedas e incluso los billetes de los transeúntes.
Resulta que el inexperimentado muchacho tenía un gran corazón y todas los días daba la misma cantidad en billetes al desfavorecido “sin techo”, sentando así un precedente. Pasó el tiempo y aunque continuaba dando a su prójimo dinero, éste ya era en forma de monedas y en menor cuantía. Al cabo de un par de años las monedas habían dejado el plural por el singular, una sola plateada era entregada al pordiosero. Si el cambio de billetes a monedas había llamado la atención del desamparado, ahora que no sonaba su vaso con tanta consistencia, debido a la disminución de tres a sólo una metálica. era el colmo y no estuvo dispuesto a contenerse con ello ya que preveía que su “gratificación” tenía los días contados.
Así pues, el zarrapastroso individuo, por vez primera sustituyo su acostumbrada mueca de agradecimiento por palabras al dirigirse al ya no tan joven transeúnte:
– Disculpe señor, ¿puedo preguntar qué ha pasado con usted?
– ¿Qué ha pasado?, responde extrañado su contraparte.
– Desde que llegué a este barrio, sin faltar uno sólo, me ha expedido un billete de 20 pesos, al pasar el tiempo fue disminuido por tres monedas de 5 pesos y ahora me percato que solamente ha dejado una. ¿Acaso ha cambiado de parecer en cuanto a ayudar al desfavorecido, de externar su voluntad hacia los demás?
– Buen hombre, cuando recién llegué a esta zona me percaté de que requería de ayuda debido a su apariencia y notorio deterioro físico, por ello separé un billete cada día para usted en ánimos de que su condición mejorara. Pasó el calendario y conocí una mujer en mi trabajo de la que me enamoré y desde entonces comparto nicho. Anoche me dejó saber que esperamos un hijo, por ello en cada ocasión he tenido que disminuir la cuantía que había destinado para donaciones.
– No, no, no, responde el atónito indigente en tono de reclamo. ¿Entonces quiere decir que va a mantener a su familia con mi dinero?
La historia ilustra de una forma chusca y paradójica cómo en ocasiones (si no es que con mucha frecuencia) la voluntad se llega a convertir en una obligación para quien lo da y un derecho para quien lo recibe. Esto viene a colación con el tema de las propinas.
Suelo disfrutar mucho el comer fuera de casa. Es gratificante experimentar otros sabores. Al momento de la “dolorosa” me he topado con todo tipo de experiencias, desde el lugar que incluye la propina, el que pone la leyenda “propina no incluida”, el que redacta “si el servicio fue de su agrado se sugiere un tanto % de su consumo para el anfitrión”. Incluso meseros descarados que en mi propia cara portan calculadoras para ver qué les corresponde. Y el colmo fue cuándo me cuestionaron si no me había gustado el servicio como conclusión por el “bajo” porcentaje que destiné al consumo.
Existen muchos otros giros en los que la propina es una “obligación” o al menos así es percibido por quiénes prestan un servicio: maletero, valet parking, “viene viene”, envuelve compras, etc. Aunque a diferencia de éstos, quiénes suelen quedarse con una gratificación no cuantificable en base a un consumo, los meseros son matemáticos y sí aplican un porcentaje.
En mi paso por España pude observar cómo la propina no es siquiera representativa. Los camareros no esperan recibir grandes montos a partir del comensal, dan por hecho que de sumo un par de eurilos caerán en la bandeja si bien les va.
Estados Unidos, por su parte, es más considerado con quiénes llevan los alimentos y bebidas a cada mesa, ya que suele incluirse la propina en el total, aunque los montos porcentuales son muy superiores, partiendo del 15% y sobrepasando el 20% si hablamos de un grupo numeroso de comensales.
En México la tradición es del 10%, lo que no hemos observado es que la gratificación en primer lugar se otorga por un “buen servicio” o al menos uno “aceptable”. En segundo punto está el tema de calcular en base al total bruto, es decir antes de IVA, ya que el impuesto es independiente. Por norma general dejamos (y me incluyo) el 10% sobre el total neto del consumo.
No estoy a favor o en contra de la forma de hacer las cosas en cada uno de los países que menciono. Creo que al hablar de “premiar” a quién nos otorga un servicio de alimentos y bebidas, debemos hacerlo en base a la experiencia que tuvimos, no por mandato o costumbre. La última palabra la tenemos nosotros como consumidores, no permitamos caer en el supuesto de pasar de la voluntad a la obligación.
El órgano federal de protección al consumidor (PROFECO) ha dedicado varios artículos a este respecto. Te invito a que visites el siguiente enlace para estar más informado: http://revistadelconsumidor.gob.mx/?tag=propina
La opinión de César Omar Ramírez de León: Empresario, Consultor en Finanzas Personales e Inversionista en el Mercado de Capitales.