Vale al Paraíso/Lo más granado de la conversación (2)

Continúa la conversación con el exgoberador Otto Granados, para conocer sus puntos de vista sobre temas fundamentales para el devenir de Aguascalientes:

MG: ¿Qué hace grande a las ciudades?

OG: De manera paulatina pero consistente, México se ha convertido en un país urbano. 90 de los 115 millones de mexicanos viven ya en ciudades que, por otro lado, se han ido concentrando en 59 zonas metropolitanas, es decir, dos o más municipios conurbados, donde reside 57% de la población nacional y 79% de la población urbana. Al igual que sucede en el resto del mundo, éste es un fenómeno imparable e irreversible, y decir que la descentralización es el remedio es, sencillamente, una ingenuidad.

Todas esas zonas, además, padecen exactamente los mismos problemas: pobreza, presiones migratorias, crecimientos anárquicos, infraestructura insuficiente y obsoleta, gestión pública ineficiente, mala planeación, servicios públicos de mala calidad, inseguridad pública y recursos financieros limitados.

Ante tal panorama, se antoja difícil, si no imposible, modificar radicalmente y a corto plazo el perfil crítico que han adquirido la mayor parte de las grandes ciudades mexicanas y, por tanto, el objetivo más viable es sencillo: detener el deterioro y la pérdida de calidad de vida. ¿Cómo hacerlo? Volviendo a lo básico.

Para empezar, parece una buena idea, al menos teóricamente, haber creado en el gobierno federal una secretaría especializada en asuntos territoriales y urbanos. Aunque será lento y complicado empatar culturas, mentalidades y procesos tan distintos entre la burocracia encargada de los temas agrarios y la de la planeación urbana, podría ser que en el futuro facilite contar con instrumentos y políticas públicas de aplicación nacional, que ordenen tanto el crecimiento como la fisonomía de las ciudades.

La segunda condición consiste en que los alcaldes (y en su caso los jefes delegacionales del DF) se concentren efectivamente en lo que marca el artículo 115 constitucional. Hoy existe una severa confusión de responsabilidades y los alcaldes hacen todo –salir en TV, promover corredores transítsmicos, viajar sin freno y otras barbaridades– menos lo que principalmente tienen obligación de atender: agua, alumbrado, vialidades, seguridad pública y orden en el uso del suelo.

El tercer requisito es hacer administraciones públicas profesionales. Numerosos municipios y delegaciones del DF son hoy ejemplos rampantes de ineficiencia, desperdicio y corrupción. Como mal que bien les ha llegado más dinero federal y cuentan además con fuentes interesantes de recursos propios como el predial, el incentivo de gastar, que no de invertir, hace que desperdicien el presupuesto en obras improductivas y elefantes blancos, frecuentemente sin vinculación alguna con lo que les manda la Constitución o sugiere el sentido común.

Y, finalmente, es urgente una buena planeación de largo plazo vinculante más allá de los trienios municipales. Si nuestros alcaldes y gobernadores quieren ver lo que jamás debe hacerse basta mirar hacia Detroit. Mala organización gubernamental, ausencia de planeación, apuesta a un solo sector industrial y pérdida total de cohesión comunitaria, liquidaron la que fuera alguna vez una ciudad emblemática de éxito.

Una cosa es ver ciudades de cemento y autos, y otra distinta, ciudades con calidad de vida.

MG: Hablemos del vecindario, de las redes sociales y sus contenidos.

OG: Me queda claro, desde luego, que vivimos en la era del Twitter. No hay duda de que es una herramienta para competir en campañas electorales, enviar una frase a un auditorio específico, trasladar condolencias rápidamente, recomendar algún libro, insultar a otros, ofrecer noticias breves, en suma, parece útil para todo. O, por lo menos, para casi todo.

Lo que es menos claro, sin embargo, es si un texto de 140 caracteres ayuda a desarrollar, lo mismo en emisores que en receptores, capacidades intelectuales, un pensamiento reflexivo, sofisticado o inteligente que permita comprender cuestiones complejas de la vida diaria. Y para eso, me temo, no funciona. Veamos.

Para empezar está el problema de los contenidos. Los emisores de tuits se han vuelto realmente exquisitos, hasta niveles insoportables, en la tarea de hacer creer a sus seguidores que todo lo que ocurre en sus vidas importa. Qué comen, visten, juegan o dicen acerca de cualquier cosa suponen que es interesante y, por ende, compartible. Y ese proceso lleva la conversación pública, de manera indefectible, a la irrelevancia total y trivializa los temas importantes para convertirlos en un manojo de banalidades sin sentido.

El segundo problema es más grave. En una sociedad civilizada e, incluso, ilustrada, el liderazgo intelectual es fuente de capital social, es decir, orienta, guía y explica algunos de los fenómenos con los que se convive, y los hace inteligibles sobre la base de razonamientos más o menos informados y sensatos. En la república del twitter, en cambio, quienes mandan no son precisamente un modelo de densidad o sofisticación y, naturalmente, lo que emiten es una narrativa donde el denominador común es la frivolidad y la estolidez.

La plática con OG no existió como tal. Las respuestas del académico se tomaron de los textos que publicó en el diario “La Razón” con los títulos: “¿Qué hacer grandes a las ciudades?” (03/04/13) y “La república de twitter” (25/03/13), respectivamente.

Porque alguien debe de escribirlo: Ejemplo de esa futilidad lo es Anayeli Muñoz Moreno, militante del PVEM, diputada local, presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Congreso del Estado, jefa de prensa, vocera de la candidata priista a gobernadora (y vendedora de pozole los fines de semana), quien utiliza frecuentemente su muro en Facebook para derrochar una buena dosis de liviandad.

En plena batalla electoral, la locutora en retiro está concentrada en hacer proselitismo, pero a los restaurantes y a antojitos mexicanos, seguramente en su calidad de vocera, también, de la Canirac Aguascalientes.

Banalidades vemos. Inteligencia no sabemos.

marigra@telmexmail.com