Vale al Paraíso/En el último adiós
Mario Granados Roldán.- Se nace para morir. Se muere para la eternidad. Ni un instante de más. Ni un segundo de menos. La muerte es exacta. Le distingue su permanencia. Es tan oportuna como su existencia. No pregunta. Se da el lujo de guardar explicaciones. Llama a la puerta de los desvalidos. Toca el portón de los poderosos. A todos llega. Con todos está. A ninguno respeta.
Ellas y ellos duermen la noche infinita. Viven el día inmortal. Están felices. Siempre sonríen. Disfrutan la inmunidad al dolor terrenal. Gozan la fortaleza de la salud paradisíaca. Visten sus mejores trapos para glorificarse. Brindan por la nueva misión.
Se llora al nacer. Les lloramos al morir.
La despedida de un ser querido es tan diversa como el planeta multicolor de los vivos. Al fin adicto al tabaco rubio, me cautiva el ritual impuesto por algunos aborígenes del norte de Australia, que fuman para ahuyentar a su espíritu. Me atrae la propuesta de Ghana, donde las personas pueden enterradas en Ataúdes Fantasías para reflejar la profesión, oficio, afición o la vergüenza a perpetuidad del muertito dedicado a la actividad pública, como es el caso de los diputados, que pudieran ser guardados en una lujosa caja en forma de dedo, para rendir pleitesía a ese apéndice articulado, siempre dispuesto a cumplir los dictados del Poder.
En algunos pueblos las arraigadas costumbres obligan a pasear el cuerpo del ser querido por algunos puntos significativos para el difunto o los deudos. Ahí está el caso de Joan Sebastián que anduvo de la seca a la meca durante varios días, hasta llegar a su reposo final en Juliantla, la tierra de origen en 1951.
La palabra sagrada se quedó corta. El evangelio nunca dimensionó las locuras de los hombres y los irreverentes inventos del siglo XXI, a los que poco a poco me voy sumando muy a mi pesar y al dolor de las sanas costumbres adquiridas en la era primitiva de Los Picapiedra.
Quizá agregue otra decisión posmoderna a mi vida, la última, en aras de darle lustre a ese sentido práctico que vengo desarrollando desde algunos años, pero también para evitarles molestias y más incomodidades a mis seres queridos (y muy amados), políticos y gobernantes criticados con la mejor buena fe del mundo, que asistirían a mi funeral para demostrar su aflicción, perdón y ausencia de resentimiento, aunque ahora, en vida, me manden mensajitos —al fin, avezados colombófilos— con blancas palomitas para achatar el punto ultra fino de mi inofensiva y chacotera pluma Bic.
La noble alternativa pudiera concretarse con el Grupo Gayosso, quien pretende aprovechar la introducción de los avances tecnológicos, según la declaración de Carlos Lukac, director general de la firma: “ya estamos analizando el crear el primer funeral virtual, donde a través de Internet y con cámaras dentro de las salas de velación, se facilite que las familias asistan virtualmente al servicio funerario a cualquier hora del día desde cualquier lugar del mundo” (forbes.com.mx, 19/10/ 2013).
Con mí novísimo caso se evitarían tumultos. Manifestaciones de alegría porque ya “está descansando al lado de Dios (por supuesto)”. La presencia de los fanáticos de la maquina celeste del Cruz Azul. El congestionamiento vehicular en el templo del Campestre, hoy amurallado por la permanente inseguridad pública estatal. Las desgarradoras escenas de las plañideras. El corte de millones flores blancas. La entrega de ramilletes espirituales que ayuden a la salvación de mi alma. El envío de miles de cartas a mis deudos. La publicación de esquelas en los diarios. Las engorrosas preguntas de siempre: “Cuándo murió”. “A qué horas”. “De qué falleció”. “Cuántos años tenía”. “Alcanzó a ver campeón al Cruz Azul”. Y el epilogo, a veces dicho de dientes para afuera… “Tan bueno que era”.
Pero Vale al Paraíso aclarar que esos generosos detalles del viejo ritual continuarán a través de Internet, de manera interactiva en las diversas plataformas —con chido video incluido, a fin de recordarles que no hablen mal de mí—, para ayudar a la economía nacional, porque de acuerdo a los datos del INEGI, cada año fallecen 565 mil personas en México y el mercado funerario en el país tiene un valor anual estimado de 8,475 millones de pesos.
Dado el inmenso cariño que me tienen valoro la posibilidad de que mis cenizas sean trasladas a Quito, Ecuador, para ser depositadas en un moderno edificio del Memorial Necrópolis, que más bien parece exclusivo hotel Gran Turismo, donde lo destacable es un sofisticado sistema de video por Internet, las 24 horas del día, para que familiares y amigos puedan observar mi urna ecológica, se sientan cerca de mis afectos y me platiquen al detalle chismes, rumores y demás similares públicos, privados e íntimos de la aldea.
Por el último adiós, salud.
Porque alguien debe de escribirlo: Cuando era director del diario Momento, en sus dos etapas, Jorge Varona Rodríguez utilizó la aguda crítica como su punzante arma, letal en ocasiones, para cuestionar severamente a la administración del gobernador J. Refugio Esparza Reyes.
Si algo le distingue, además, al ahora diputado coordinador del Grupo Parlamentario del PRI-PVEM, es su mordacidad, en ocasiones chispeante por ingeniosa, como la manifestada hace días, palabras más, palabras menos: “Llegué a feliz conclusión que yo no soy pastor, porque el pastor tiene sus ovejas; yo más bien soy vaquero, porque tengo puros bueyes”. No sé si el simpatiquísimo comentario incluya al majestuoso Tucán y a la reluciente Sandia de temporada, verdes integrantes del Grupo mixto.
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