Opiniones 

Un Pinocho en cada político te dio (Segunda y última parte)

Continúa la reproducción de “¿Está justificada la mentira en política?”, texto publicado el 15 de mayo de 2008 en El País, por Hans Kung. La traducción estuvo a cargo de María Luisa Rodríguez Tapia:

Una mentira es una afirmación que no coincide con la opinión de la persona que la hace y que pretende engañar a otros en beneficio personal. O como dicen los Diez Mandamientos en Éxodo 20:16: “No darás falso testimonio contra tu vecino”.

Una vez, el ex ministro de Asuntos Exteriores de un país del Sureste Asiático me contó, con una sonrisa, que en su ministerio corría esta definición de embajador: “Un hombre al que se envía al extranjero para que mienta”. Pero hoy ya no puede construirse ninguna diplomacia eficaz a partir de esa idea. En la época de Metternich y Talleyrand, dos diplomáticos podían decirse mentiras a la cara. Pero hoy, en la diplomacia secreta, es necesaria la franqueza, por más que se emplee todo tipo de tácticas astutas en la negociación.

El juego sucio y los engaños no salen rentables a largo plazo. ¿Por qué? Porque minan la confianza. Y, sin confianza, la política constructora de futuro es imposible.

Por consiguiente, la primera virtud diplomática es el amor a la verdad, según dice el diplomático británico sir Harold Nicolson en su clásica obra de 1939, Diplomacy, que, por cierto, Kissinger menciona a regañadientes en su libro, en la página del copyright, pero luego no vuelve a citar en ninguna parte.

Eso significa que algunos estadistas como Thomas Jefferson tenían razón: no existe más que una sola ética sin divisiones. Ni siquiera los políticos y hombres de Estado tienen derecho a una moral especial. Los Estados deben regirse por los mismos criterios éticos que los individuos. Los fines políticos no justifican medios inmorales.

O sea, la veracidad, que está reconocida desde la Ilustración como condición previa fundamental para la sociedad humana, no sólo es un requisito para los ciudadanos individuales sino también para los políticos; especialmente para los políticos.

¿Por qué? Porque los políticos tienen una responsabilidad especial respecto al bien común y además disfrutan de una serie de privilegios considerables. Es comprensible que, si mienten en público y faltan a su palabra (sobre todo, después de unas elecciones), luego se les eche en cara y, en las democracias, tengan que pagar el precio, en pérdida de confianza, pérdida de votos en las elecciones e incluso pérdida de su cargo.

Las mentiras personales, como las que contó el ex presidente estadounidense Bill Clinton durante el caso de Monica Lewinsky, son malas. Pero lo peor es la falsedad, que afecta al fondo de las personas y sus actitudes esenciales (como puede verse en la actitud del presidente George W. Bush durante los cinco años de la guerra de Irak). Y lo peor de todo es la mendacidad, que puede impregnar vidas enteras. Según Martín Lutero, una mentira necesita otras siete para poder parecerse a la verdad o tener aspecto de verdad.

Ahora bien, por supuesto que también existen políticos y estadistas honrados.

Yo conozco a unos cuantos. Además de la virtud de la sinceridad, tienen que practicar la sagacidad. Sobre todo, deben ser perspicaces, inteligentes y perceptivos, estrategas hábiles e ingeniosos y, si es necesario, astutos y ladinos, pero no maliciosos, intrigantes ni canallas.

Deben saber cuándo, dónde y cómo hablar… o callarse. No todos los circunloquios y exageraciones son mentiras en sí mismos. No hay duda de que, en determinadas situaciones, puede haber conflictos de responsabilidades en los que los políticos deben decidir de acuerdo con su propia conciencia.

“Muchas veces era difícil: no podíamos decir toda la verdad y, con frecuencia, debíamos ocultarla o permanecer callados”, me dijo el ex presidente estadounidense Jimmy Carter tras una sesión del Consejo Interacción. Y me impresionó profundamente cuando añadió: “Pero, durante mi mandato, en la Casa Blanca no mentimos nunca”.

En el mundo de la consultoría política, Xavier Domínguez Méndez se mete al juego de conceptos, opina que “mentir se permite, engañar se castiga”, porque “la mentira es algo permitido y ejercido a diario en la vida por todos, y se le otorga un valor negativo cuando no siempre lo tiene, el engaño siempre tiene un sentido negativo, siempre, sin excepción”.

En entrevista para el blog.marketingpoliticoenlared.com (24/09/2012), el catalán de origen reconoce que “engañar es ofender, buscar el dolo, traicionar los valores, tergiversar”. Acepta que el título de su libro Mienta, pero no engañe (2012), “es polémico, y es criticado, pero sobre todo, por aquellos que sólo leen el título. La publicidad, si no provoca, no convoca, y eso pretendo explicar, empezando por el propio título”. Xavi fue consultor de cabecera de Lorena Martínez, candidata y alcaldesa.

Porque alguien debe de escribirlo: El controvertido senador Javier Lozano Alarcón, en entrevista al diario Reforma (10/08/2014), da su receta para que se les resbalen las reiteradas críticas y los continuos ataques: “En política tienes que ser como un elefante. Patas gruesas para siempre mantenerlas en el piso; una trompa larga para olfatear donde andas; un colmillo largo para que no se lo vacilen; orejas grandes para escuchar todo; la piel muy gruesa para que no te afecte lo que viene de fuera; y una cola muy pequeña para que no se la pisen”.

Pues sí. Quizá le faltó agregar los pequeños, de escaso alcance, para no mirar los videos grabados por el fuego amigo.

Por: Mario Granados Roldan/ Vale al Paraíso

marigra@telmexmail.com

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