Te llegará una rosa cada día…

Ignacio Ruelas Olvera

He decidido, con apoyo de Eduardo Casar, “dedicar una noche a platicar conmigo, cada quien con su trago, discutir, discrepar, desentonarse”, por eso que “yo y que yo” somos buenos amigos. “Me puse serio y (me) dije…” ¿Sabes que Alberto Cortez murió?, -sí, pero recuérdalo en su estela de afectos que han influido tus sentimientos y tus días-. Entendí el valor de evocar pasado para revivirlo en el instante presente. Como no conmemorar: “Me parece mentira después de haber querido como he querido yo, me parece mentira encontrarme tan solo como me encuentro hoy. De qué sirve la vida si a un poco de alegría le sigue un gran dolor…

En Cortez se instauran objetividad, subjetividad, transubjetividades, acontecimiento, vivencia, procesos, es la circunstancia de lo humano dado culturalmente, todo lo que tiene impacto comunitario en virtud de las voces que se cruzan y re-configuran en el mundo existencial, ello nos hereda un sistema de significaciones, vivencias, interpretaciones, gramática, lógica…, una manera reflexiva del mundo cultural, sin relativismo interpretativo.

“Sí señor… el vino puede sacar / cosas que el hombre se calla; / que deberían salir / cuando el hombre bebe agua… El vino entonces, libera / la valentía encerrada / y los disfraza de machos, / como por arte de magia… Y entonces, son bravucones, / hasta que el vino se acaba / pues del matón al cobarde, / solo media, la resaca… Pero… ¡qué lindo es el vino! / El que se bebe en la casa / del que está limpio por dentro / y tiene brillando el alma…” Alberto Cortez hizo pedagogías, por un lado, filosóficas, en la que mostró la unidad de sus ideas y la confronta con las ideas del Otro, al que siempre respetó; y por otro lado, reveló su habilidad para expresar con versos el garbo del mundo sensible, el mundo de la vida lo mostró en su permanente transfiguración. Dos idiomas distintos y conexos. Pero además distinguió el canto mediante el canto mismo de sus poemas; en el espacio público enfrentó lo apolíneo y sugirió el ditirambo que impulsa lo alternativo, la discusión, la libertad, por vía del arte en el que encuentra las claves de los misterios de la vida; canto y verso fue ingeniería y arquitectura de un edificio sostenido con conceptos, ideas, ritmos, hilvanados: “Y uno piensa, piensa, piensa / que siempre seguirá en el candelero, / que nunca ha de vaciarse su despensa, / que queda mucha tinta en el tintero. / Y uno sigue, sigue, sigue / cautivo de su imagen, caminando. / El ego desbordado no concibe / que muchos otros vengan empujando…”

“Alma mía… qué daría por volver a verte libre… / sin estrías, dolorosas de misiones imposibles. / Como antes… por delante de mis sueños y quimeras… / Anhelante… de entregarte como fuera y donde fuera. / Alma mía… cualquier día te irás yendo despacito; / ya no mía… tu energía liberada al infinito… / con tus velas… / portadoras de la luz a todas horas… / sin estelas… que te duelan, como duelen las de ahora.” Para Cortez la vida fue esencia de su enseñanza, nos demostró que cuando crees que ya te conoces la vida te muestra objetiva y materialmente que no sabemos quién somos (en verdad), sus versos no se detienen, muestran que también quienes somos (en mentira). El tiempo forma parte de su esquema poético, sus formas diferenciadas muestran que el tiempo no lo mide un reloj, ni el día, ni la rotación de la tierra…, el tiempo se mide y se magnifica en las vivencias, coincide con Ortega y Gasset, “cuando nos damos cuenta que algo ocurre”, las experiencias, los impulsos, los sueños, las utopías, se confunden con el tiempo que ya no es con el que aún no es, su llamado es forja de carácter que consigna felicidad como valor que por vía de comportamiento sea virtud. Ser feliz, es el tema en costumbre y en carácter.

Las canciones de Alberto Cortez nos ayudaron generacionalmente, y lo seguirán haciendo, si no perdemos el camino, el sentido de nuestro estar en el mundo. La enseñanza de sus versos nos anima, nos convocan a la reflexión en solitario y en colectivo, nos llevan de lo cotidiano a lo sublime de la vida. Me dije, pertenezco a una generación en cuya banda sonora se ubica la producción de Alberto Cortez, sus discos, sus conciertos, su voz y presencia en difusoras y televisoras, en los diálogos sobre sus temas y provocaciones, sus “miguitas de ternura” fueron utopías de su propuesta. Hoy somos usufructuarios de su obra, una fortuna esencialmente de su calidad de persona comprometida.

Me miré al espejo y agradecí que yo y mi mismo seamos excelentes amigos.