“Soy maya y vendo esclavos”
Junio 30 (2014) .- Los turistas le insistían a Gaudencia Poot Ku que les vendiera un guaje o una jicarita; ella se negaba a hacerlo.Sobre el piso de tierra oscura del Caribe mexicano, varios negocios fueron plantados con carrizos. Largas mantas blancas y árboles de esa región cálida-húmeda cubrían los techos de los puestos. El ambiente se cubre con sonido de tambores y flautas mayas; el aroma a copal y a mar. Es el mercado maya.
Gaudencia estaba parada entre guajes y jícaras colgadas en su puesto plantado en las antiguas tierras del puerto de Polé. Vestía una larga falda café, blusa naranja y de su cuello colgaba un collar elaborado con frijol rojo. Su piel morena del rostro la pintó con decoraciones azules. Sus pies descalzos descansaban sobre un petate. A los visitantes que pasaban por su negocio les decía en maya que los artículos no los vendía ni regalaba.
El parque eco arqueológico Xcaret recreó el 22 de mayo el ambiente que se vivía en el antiguo puerto ceremonial y comercial de Polé, hoy Xcaret, lugar donde mercaderes intercambiaban sus productos por semillas de cacao, considerado «el alimento de los dioses» y moneda de cambio en la cultura maya.
La representación busca apegarse lo más posible a la forma en que se comercializaba en ese mercado. Incluso, la gente compra con semillas de cacao, en vez de pesos o dólares.
De los ocho años consecutivos en los que Xcaret ha recreado el mercado maya, Gaudencia ha participado en los últimos seis. Quería que la gente conociera los guajes y no se olviden de su cultura, sus raíces.
Los mayas tomaban atole con las jicaritas. El guaje lo llenaban con agua para beberla cuando trabajaban en los cultivos de milpa. El agua no se calienta, siempre está tibia, explica Gaudencia.
Ella habla maya. Su mamá le enseñó y no se avergüenza de hablarlo. Algunos hijos lo hacen, lamentó. «Mi familia es mayera. Desde mis abuelos. Yo aprendí maya. Tengo tres hijos: uno de 18 años, otro de 12 y la chiquita tiene…».
-¿Son jicaritas con agua? Véndame una. ¿En cuántos cacaos está?, le interrumpe una mujer emocionada.
-Es mucho cacao. Sólo están de exhibición: no se venden, contesta.
Mientras ve alejarse lentamente a la mujer desilusionada, Gaudencia continúa: «me dijeron que conteste que los guajes cuestan muchos cacaos para que no los venda», explica.
«Tengo tres hijos», recordó. Su hijo mayor estudia maya en la escuela. Ella le enseña a hablarlo y en la escuela aprende a escribirlo: «Yo lo hablo, pero no lo escribo».
-¿No lo vende? ¿Por qué no lo vende? ¿Y si le pago en dinero y no en cacao?, le propusieron a Gaudencia, pero a pesar de verse tentada, rechazó la oferta.
-¿Cuántos cacaos?, volvieron a preguntarle, pero contestó que ninguno: no los vende.
Y es que Gaudencia no quiere repetir la misma historia que le ocurrió en su primer año en la representación. «No sabía que (los guajes) estaban de exhibición. No me dijeron y los vendí todos. Diez cacaos cada uno». Al terminar la recreación del mercado de Polé, en Xcaret, los organizadores le preguntaron ¿qué pasó con los guajes y las jicaritas? Inocente y alegre, Gaudencia contestó: como vi que todos vendían…
Los organizadores se preocuparon. «Me dijeron cómo vamos a conseguir más». Gaudencia se apresuró a contestar: «En mi pueblo hay muchos de esos. Se los consigo». Ella es de Tihosuco, Quintana Roo.
¿No se vende?, cuestionó otra mujer, quien aseguró que lo ocuparía para decorar su casa. «No me gustaría echarlo a perder. Soy de Orizaba, Veracruz, y no sé si vuelva a venir».
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El Kíi’wik es el mercado prehispánico en Polé, donde comerciantes de la región intercambiaban sus productos por semillas de cacao. También se practicaba el trueque.
En el Kíi’wik se podía comprar atole de maíz y de cacao, plantas medicinales, copal, frutas, miel, semillas, espinos, huesos, guajes, jícaras labradas, entre otros productos.
En el mercado prehispánico en Polé, «los objetos suntuarios como plumas, collares, orejas de jade y espejos eran exclusivos para los miembros de la élite».
Ahora, ese evento es la antesala de la travesía sagrada maya, una representación de la antigua peregrinación que los mayas hacían en canoas de Playa del Carmen a la Isla de Cozumel, con el fin de venerar a la madre Ixchel, diosa de la abundancia.
Xcaret, con apoyo de la comunidad cercana, se ha encargado de organizar las representaciones del mercado maya y de la travesía sagrada para rescatar la tradición de esa cultura.
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Los sonidos producidos con tambores y flautas persisten en el mercado maya recreado en Xcaret. Los negocios tienen sus letreros: bisutería de semillas / uchú yubi yich ché pon / 20 cacaos.
Los visitantes estaban curiosos por saber qué vendía cada puesto. Se acercaban y husmeaban los rincones de los negocios. ¿Cuántos cacaos? Es la pregunta que cambiaron por el ¿Cuánto cuesta? Aquí no se comercializaba en pesos o en dólares, sino en simillas.
En la «casa de cambio» venden bolsas con semillas de cacao de 50 y 100 pesos. La primera tiene alrededor de 30 semillas, la segunda 60. Todo depende de la suerte: pueden tener más.
Entre la multitud se podía encontrar textiles/nóok, bebida de maíz/k’eyem (5 cacaos), carne/bak’ y fruta/ich. Por ejemplo, si querías una piña te costaba 15 cacaos. Una papaya 30.
Durante la recreación había negocios que vendían sus productos. Otros sólo estaban de exhibición.
Nayeli, de 27 años, lagrimeaba sentada frente a un comal prendido con leña. Se tallaba los ojos con la muñeca de su mano y la regresaba para voltear los tamales de hierba santa con pepita y frijol que intercambia por seis semillas de cacao cada uno. También vende elotes asados por 10 semillas. Te retaba a sentarte a su lado y no llorar por el humo. ¿A verdad?, decía minutos después.
Domitilo Estrella Puc es maya y vendía esclavos. Un hombre moreno, descalzo y con un taparrabos. En su cabeza tenía una corona. Podría parecer humilde, hasta que observabas sus accesorios: de su cuello colgaba un collar con varias semillas de cacao. En su barriga tenía una concha de cacao. En el pecho tenía una con varias semillas incrustadas. El padrote del tiempo prehispánico.
«Estoy vendiendo a mis esclavos por muchos, muchos cacaos. En ese entonces pedirían un costalote. Los esclavos servían como trabajadores. Ya no salían del trabajo», afirmó Domitilo con su agradable sonrisa.
«Ahora tú solito te esclavizas porque te regalas a un rico en un día de labores. Trabajas de 7 a 3 de la tarde. Ahora es moderna (la esclavitud). Disfrutas tus vacaciones, tu descanso, y aunque ni para el cacao salga», lamentó Domitilo.
El vendedor de esclavos tiene 70 años. Nació en Yucatán, pero vive en Tihosuco desde hace 30 años.
«Mis papás son mayeros, mis abuelos son mayitas. Soy orgulloso de ser mayita», presume. De los ocho años que lleva la recreación del mercado maya, él ha participado en siete. Su familia también participa. Su esposa vende atole de maíz y sus hijos ayudan.
Por participar en la representación no recibe un sueldo. Lo hace por gusto: «No ganamos nada, no me pagan. Pero en noviembre nos gratifican (los organizadores). Nos llevan a otros lugares, como México y Tabasco», afirmó.
Información y foto: Milenio