Responsabilidad en nuestro lenguaje
Vivimos en un aparador y sin vidriera desde la llegada de Big Brother con excesiva comunicación e información en los “cuatro cuadrantes cartesianos”. Global o glocal son términos que inciden en el orden simultáneo, se sintetiza en el instante del presente que pude mirar y revelar todo. Uno de los atinos, a la memoria la ha dejado que cumpla su función humana pero que permita el razonamiento. La falta de una pedagogía de la virtualidad ha creado un conflicto entre lo análogo y lo digital; saber decir, saber hacer, ha menospreciado saber ser y saber compartir, lo cual nos deja fuera de la solidaridad, con ello perdemos identidad, somos excluyentes. Una prueba clara, no respetamos las reglas del cálculo del lenguaje, somos irresponsables de nuestras palabras frente al Otro, sobre todo en política, desde luego, frente a la ética y la estética; no nos conmueve la pobreza, la hacemos concepto del discurso político, al discurso lo hacemos mezquino frente a todos los desajustes sociales. La “posverdad” engaña el sentido crítico, nuestro pensamiento emocional, nos hace refractarios a las injusticias; nos afanamos a nuestras certidumbres y abandonamos las virtudes del prójimo.
La política engendra un discurso de poder sin debate, sin discusión hemos perdido los valores de solidaridad, honradez, respeto…, el discurso manipulador y utilitarista transita por los medios de comunicación comprando harta autoestima. La receta posmoderna enseña cómo adquirir reconocimiento y visibilidad, “si no te ves no existes”. Las marquesinas de hoy son pantallas de todos tamaños. En la virtualidad se aprecia el espectáculo y el escándalo superfluo e irresponsable. El circuito cultural también está dañado por la política, la adjetivación dolosa y el oprobio de la denostación no permite réplica, el que habla no permite que pienses ni evoques, las formas diferenciadas del tiempo le pertenecen. Los políticos triunfadores creen que las urnas les otorgan franquicia del poder, sin límites. El espectáculo cotidiano recalca lo que debemos entender del que no piensa en los demás, su histrionía muestra un supuesto saber, sus decisiones no alcanzan a los otros, es una tramposa sub-valoración del prójimo.
Dos frentes peligrosos, el ejercicio del poder público por vía de la política alejada de lo social; y, por otro lado, la falta de una pedagogía que explique qué, para qué, cómo, con qué… se explora la selva virgen de la comunicación a la velocidad de 300,000 kilómetros por segundo, fenómeno que espanta a los políticos. Noam Chomsky pone el dedo en la llaga: “Cuando estudiamos el lenguaje humano nos acercamos a lo que algunos podrían llamar la Esencia Humana. El aspecto creador del uso normal del lenguaje humano es un factor fundamental que distingue el lenguaje humano de cualquier sistema de comunicación animal…” La sociedad democrática empodera al hablante en la medida de sus intercambios para lograr acuerdos venturosos, cuando se cancela aparece el lenguaje de poder, poder con que los políticos quitan las voces del pueblo. Irresponsablemente profieren cosas, sentencias, juicios por los que responsabiliza diariamente a otros, los eternos culpables del pretérito, los responsables del estado de las cosas y subsidiarios de que no cambien. Sin responsabilidad en el lenguaje reclaman desde el pódium, sumisión, sometimiento estricto, creando un mundo maniqueo: Dios y el diablo.
Las urnas mexicanas serán de calidad democrática cuando de ellas surjan ciudadanos libres y autónomos para asirse en los ámbitos personal y colectivo del cuidado de expresar sus esperanzas, utopías, complacencias, anhelos… pero esencialmente que el sistema democrático le garantice la manera de poder hacerlo. La honra colectiva, da sentido oxigenado a las aspiraciones de la vida compartida; con ello se posibilita el espiral democrático a las nuevas versiones individuales y sociales de sí mismos. La política es actividad colectiva que no se pude dejar a merced de “iluminatis”, una actividad de todas y todos, pero no pertenece a nadie. La solución que la sociedad mexicana requiere es un adecuado modelo democrático de convivencia que empodere coherencia, lucidez, inteligencia, intenciones y propósitos, para enfrentar los peligros del poder unitario. La calidad democrática es ruta de salvación de las posverdades, las falsedades, las demencias de Narciso, cuyas arrugas son evidentes.
Alicia García, Letras Libres (agosto 2019), cita: “Stanley Cavell … un mundo común, siempre amenazado por el escepticismo y por la aniquilación de la presencia de los demás… nuestras formas de sentir, de experimentar lo sensible y a los otros como seres sintientes (la aisthesis, la estética, el arte), hacia nuestras formas de responder al hecho de la existencia de los otros, de ser responsables ante los demás a través de nuestro lenguaje (la ética) hasta llegar finalmente a los supuestos bajo los que nos tratamos unos a otros, partiendo de la condición fundamental de un ser en común con los demás (la política).”
Somos responsables de nuestro lenguaje, sin duda.