¿Quién dice la verdad? / Ignacio Ruelas
“La posverdad” y la miscelánea de mentiras. En esta época es casi imposible que sepamos quién dice la verdad. El microclima está penetrado de violencia, incultura, simulación, groserías, intolerancia…, la comunicación en redes juega el papel moderno de “la Santa Inquisición”, si no es aceptada “LA VERDAD” del que profiere, el mundo no existe, ni es digno de ser. La simulación está en los medios de comunicación, en donde los argumentos verídicos, los datos comprobables, el respeto al otro, las reglas del lenguaje son un conjunto vacío. El debate al que aspira una sociedad democrática es aquel en que la calidad aparece en la medida que la ciudadanía discute, sobre todo problemas comunes y soluciones. Empero, la nueva realidad se asume con cara efímera e irresponsable. Hagamos una evocación, recordemos un debate de campaña política,… en efecto, los actores se lanzan arduas críticas “ad hominem”, la maravilla democrática de la diversidad de pensamiento en confrontación es desairada, en su lugar… “hay pelea, cierren las puertas…” debate quien tiene más decibeles en su garganta y dice mejores ironías del otro-basureado. En una nuez: las voces de ruptura mandan su verdad subsumiendo al adversario, con cara de enemigo.
Cada quien tiene sus datos, no importan las instituciones que tiene la veracidad sistémica, menos el esfuerzo que realizan para cumplir su cometido. El orador miente sobre los datos que grita. Nunca son demostrados los valores empíricos, epistémicos, dialécticos, críticos… que deliberan, más grave aún, la interpretación les otorga franquicia exclusiva. El debate en el presente tiene temas y coyunturas que florecen como rosas en primavera, género, paridad, feminidad, masculinidad, violencia, acoso, violencia… en esa atmósfera se diseñan “a bote pronto” a los culpables siempre sin pruebas, son corruptos e indignos, son invariablemente los otros.
La entropía de comunicación es un océano insondable, enmarañado, negro profundo, muchas voces y cero entendimientos, una sociedad sin consensos; esto se traduce en un extravío para los acuerdos. El reflejo de los debates electorales se da en las redes sociales en los cuales se produce en un estado de agotamiento reflexivo, sin cultura, sin un desarrollo cordial de las ideas. La paradoja es alarmante los voceros a nadie convencen, el desorden del pensamiento crea barullo en el que es imposible revisar los datos, mucho menos la dialéctica de los temas, el ciudadano muere de una sobredosis discursiva, datos falsos, contradicciones caprichosas, falsedades a modo, incoherencias técnicas, científicas filosóficas… un largo etcétera que impide conclusiones válidas.
El reproche permanente al pasado es una insensatez, “el ahora ya no”, no tiene remedio, ya no existe, tiene una cualidad: es imposible. La evocación es la única posibilidad intelectual que subsiste. Es incoherente pensar, que la levita de Benito Juárez es una bofetada al pueblo que vistió de manta y guaraches, no se puede vestir a Juárez de otra manera, no existe; tiene la misma lógica preguntar, ¿y si Juárez no hubiera muerto?, respuesta ilógica: todavía viviría. Irresponsablemente se culpa a los adversarios de manera ilegal, se pone en su boca declaraciones construidas de manera mal intencionada. Lo comprobamos, por ejemplo, en las imágenes del ósculo en la boca entre el Subcomandante Marcos y el Papa Juan Pablo II, manipuladas bajo el viejo truco “una imagen dice más que mil palabras”. “Los jóvenes no votan”, dijeron al cerrar el siglo pasado, luego se transformó “sin el voto de los jóvenes se pierde una elección”; así, cada circunstancia tiene sus recetas de pensamiento, podemos afirman que son solamente una maniobra que bastante redito les ha dejado. Los culpables de crímenes de lesa humanidad siguen vivitos y coleando, sonriendo cínicamente a las cámaras; los saqueadores de las riquezas propiedad de la nación, los reiteradamente señalados ladrones de la hacienda pública, los corruptos y corruptores, están libres, no hay procuración de justicia. En sentido inverso, otros siguen esquilmando a los sindicatos en puestos de poder e inmunidad, otras dejan las rejas para reivindicar sus fortunas “nacidas de una herencia de empleada federal”. Y el colectivo violentado en un debate grosero y sinfín. La falsedad como arma política es un crisol de mala pedagogía, “no prometo me comprometo”, ¡uf, uf, y recontra uf!, un juego de palabras de agradable acústica y pantanosa realidad. El poder público engendra “alzhéimer”, su ejercicio soberbia. Que la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México se mofe del derribamiento de una Iglesia, sin mediar notificación, es prueba clara. Vendrán otras iglesias “amigas” de la mano del misterio del mal, pero tendrán los auxilios gubernamentales.
La salida del laberinto es la instrucción, la educación, la cultura, sostenes democráticos de calidad, en la que el pueblo, (no el público), impide el ejercicio de la política a los políticos, la ejercen en colectivo mediante el diálogo. La ignorancia escucha lo que manipula sus emociones.