Que no acabe la fiesta del fútbol
Me declaro futbolero, ferviente seguidor de los Pumas de la UNAM y amante de los colores azul y oro que llevo ‘tatuados’ en mi piel. Mi afición por este equipo comenzó cuando apenas tenía 6 años de edad, cursaba el primer grado de primaria allá por el lejano año de 1987.
Recuerdo que mi primer acercamiento con este gran equipo, surgió en el momento que me enfundé en una chamarra que me regaló mi papá, quien por cierto es orgulloso egresado de la Máxima Casa de Estudios. La prenda tenía mangas en azul marino y el resto en color oro. En la parte izquierda, a la altura del corazón, estaba colocado el escudo con la silueta del Puma que diseñó Manuel ‘Pajarito’ Andrade, logotipo que es reconocido a nivel mundial como uno de los más hermosos.
Fue amor a primera vista, esa chamarra me ‘abrazó’ y me dio la bienvenida como un aficionado de uno de los cuatro equipos más populares en México. Ya como fiel seguidor de los Pumas y con la ilusión de verlos jugar en vivo y a todo color, mi papá me llevó a mi primer partido en el Estadio Olímpico México 68. Corría el año de 1992, un jueves por la tarde, día inusual para desarrollarse un partido de fútbol, pero así estaba estipulado en aquél calendario de la temporada 91-92.
Aquél día, al descender del microbús, frente a la torre de Rectoría de la UNAM contemplaba con asombro y emoción el majestuoso santuario de mi equipo mientras mi papá me explicaba que el mural colocado en la fachada principal del estadio había sido obra del maestro Diego Rivera, elemento artístico que embellece aún más ese inmueble.
Cuando más nos acercábamos al túnel que nos conduciría al interior del estadio, mi corazón latía a mil por hora, la emoción se apoderaba de mí y una gran sonrisa se me dibujaba en el rostro. De recordar esas sensaciones, se me enchina la piel.
Al primer jugador que visualicé a lo lejos, fue a Jorge Campos, guardameta espectacular que marcó época. A unos metros de él, estaba Luis García, gran goleador que vivía su última temporada en Pumas, porque luego partiría al Atlético de Madrid. Y así podría nombrar a grandes jugadores que fueron la base de la selección Mexicana en el Mundial de Estados Unidos 94.
Ese partido lo ganó Pumas 2-1 al Querétaro. Todo era alegría, imperaba el ambiente familiar en las tribunas, el cual era aderezado con los infaltables ‘Goyas’ y las porras convertidas a prosas que lanzaban los integrantes del famoso grupo de animación “La Plus”.
Por eso sostengo que el respeto al aficionado contrario, la pasión por tu equipo, gritar con gran fervor un gol, incluyendo el lamento por las derrotas, pero sin agredir al contrario y reconocer siempre cuando tu equipo es superado en lo deportivo, deben o deberían ser los valores que rijan a un deporte tan hermoso como el fútbol.
Lo que pasó en Argentina y en la ciudad de Nuevo León, de manera reciente, preocupa, entristece y atenta contra todo los valores que rodean este bello deporte.
El fútbol no es una guerra, no es una lucha de clases, ni debe ser nunca una guarida para inadaptados que buscan sacar sus frustraciones y amarguras, bajo el argumento de que la pasión por un equipo lo permite todo.
La decepción se apoderó de buena parte de la afición en Argentina, y el claro ejemplo de esta situación, es la carta que remitió un aficionado del River Plate a su directiva. Ese hincha, en varias decenas de líneas, expresó su hartazgo por la violencia que vive su país y que se refleja en el fútbol. Señaló la corrupción, la ineptitud de gobernantes, con la complicidad de directivos y periodistas deportivos, como elementos que se conjugaron para que hoy el fútbol de ese país esté agonizando.
Afirmó que estaba cansado de toda la porquería que pudrió a ese deporte, al grado que juró no pisar más una cancha de fútbol en aquél país. Más duro aún, dijo que no perdonaría que este lamentable hecho haya provocado el llanto de sus hijos, producto de la desilusión que les dejó la cancelación del partido de vuelta de la gran final de la Copa Libertadores que disputan vs el Boca Juniors. Muy triste, ganaron los violentos y de paso enterraron la ilusión de los verdaderos aficionados.
En México, estamos a tiempo de evitar lo que sucedió en el país del cono sur, pues ha habido focos amarillos que nos indican que debemos hacer un alto, reflexionar y replantear el camino para no llegar a esas situaciones extremas en las que podemos perder todos: afición, gobiernos, medios de comunicación y hasta los que no son aficionados a este deporte.
Que el fútbol sea motivo de celebración, de unión, de convivencia y no de sentimientos irracionales que atenten contra la integridad y tranquilidad de los aficionados y sus familias.
No permitamos que la fiesta ‘pambolera’ muera, somos más quienes amamos y disfrutamos de este bello y pasional deporte.
Por: Christian Erazo Ortiz
Lic. Comunicación Medios Masivos por la Universidad Autónoma de Aguascalientes y cursa en la actualidad la Maestría en Gobierno y Administración Pública.