Productos emocionantes / Ruelas

Aguascalientes, Agosto (2023).- Es fácil ver donde existen ideologías políticas que el concepto consumo hace de las suyas y el mercado pone en aparador muchos “Productos Conmovedores”. Dígame Usted si no, tenemos un fenómeno de largo aliento: un equilibrio tradicional de poderes y contrapoderes que intervienen en nuestra democracia, con un creciente paso de los medios de comunicación en toda su gama moderna y posmoderna. Ejemplo de productos de gran conmoción: juzgadores que logran sus “5 minutos de fama mediática”, en lugar de ir al estudio y ponderación de los asuntos se dirigen directamente a la opinión pública buscando escapar al descrédito que azota a la clase política. La razón es sencilla, la individualización del mundo social ha hecho subir a niveles incontrolables a los medios de comunicación; en cambio las inquietudes, los límites claros y fijos de la convivencia, la voluntad colectiva de protección y de aplicación igualitaria de la ley queda a la vera de la emoción, incluida la democracia. La lucha contra la corrupción política constituye una forma de ilustrar esta ecuación: más lucha implica más corrupción. La prueba es sencilla, toda la geometría política busca el voto a su favor prometiendo acabar con la corrupción.
En crisis la tendencia es el despido de personal, el adelgazamiento de la fuerza laboral “panacea” de las grandes soluciones. En su implementación se pierde la “experiencia acumulada”, se justifica por rentabilidad económica, lo cual resulta a todas luces desastroso, tanto para los trabajadores como para la imagen a largo plazo de la empresa. Un producto emocionante sin competencia en el mercado posmoderno.

Otro producto lleno de emoción es la negación de la Ética en las empresas públicas y privadas a través de supuestos códigos de sobre explotación de la autoestima y productividad. Sin ética las empresas y las instituciones modernas carecen de legitimidad y adhesión; no podemos dejar de lado que la ética reducida a sí misma, sin una POLÍTICA SOCIAL ambiciosa, sin reparto de responsabilidades, resulta impotente. Así, es un medio más de manipulación de personas, un artilugio comunicacional que engendra escepticismo, desmovilización, inhibe el sentido de pertenencia, de participación y, sobre todo, de debate civilizado. Nada más atractivo que ese aparador de productos emocionantes. La ética no exige una renta de estabilidad.

La escuela de Frankfurt estigmatizó las industrias culturales que transforman las obras de arte en productos de consumo y en ese tránsito desarrollaron una falsa conciencia. Un producto emocionante es también la deformación estética, el sinsentido de la imaginación, que ha llegado, incluso, hasta el recrudecimiento de la violencia; la calle se ha vuelto en contra, el paseo se ha cancelado por el miedo, las malas políticas públicas, la anémica conciencia social de los individuos, que embobados “tele tranzas”, que van desde la oferta de adelgazar cuatro kilos en media hora, las ligas y los portafolios repletos de dinero ilícito que llega a las cuentas personales de los políticos, las telenovelas que depredan el nivel escolar.

Que podemos decir de los productos estelares de la emoción, constituyentes de un mercado grande, rentable, pero sin sentimientos. La prensa, el cine, la televisión, la web, la publicidad se han encargado de llevar a las personas a un “mundo raro”, distinto al de José Alfredo Jiménez, un mundo que te resuelve todo con tarjeta de crédito, mediante ese pago te vende las normas y método de la felicidad y el consumo privado, los abonos de la libertad individual, del ocio, los viajes, del goce erótico, la plenitud íntima, los deleites privados, hoy grandes ideales de masas que se exaltan sin cesar. “La Rebelión de las Masas” de José Ortega y Gasset, no imaginó.

Las Reformas Políticas han trazado avenidas claras: el diálogo de la sociedad y los partidos políticos pasa por los tiempos de radio y televisión del Estado mexicano. La democracia de la emoción es un producto que en términos de dinero dejó, en el pasado, más dinero que las propias olimpiadas o los mundiales de fútbol, “el espectáculo de la política”, como producto de mercado constituyó el mejor mercado de productos emocionantes. “Hemos pasado de una democracia de partidos a una democracia del público”, en la que subyace un liberalismo mediático.

La radio y la televisión no quieren y nos les conviene participar en el proceso de educación, de convocar a la reflexión. La distracción, la sandez, el espectáculo, las celebridades, lo inmediato, la velocidad son los requerimientos para hacer el proceso educativo en 20 segundos. ¡Hemos olvidado la cultura!, sin ella, se abre la puerta a los fanatismos, los prejuicios, las sectas, las creencias esotéricas y otros fundamentalismos. Los lectores asiduos se reducen. Vivimos la hora de los simpáticos comediantes, de los curanderos de la existencia, de las televentas, la felicidad a larga distancia. Los productos emocionantes contienen soluciones frívolas, efímeras, irresponsables y sin sentido. ¡Qué pena!