PRI, 4 de marzo: entre el realismo de la derrota y la ilusión de la victoria
El pasado 4 de marzo, el Partido Revolucionario Institucional, PRI, celebró el 88 aniversario de su fundación. El elemento central del evento conmemorativo lo constituyó, como tradicionalmente sucedía en el pasado siglo XX, el mensaje político del presidente de la república, Enrique Peña.
Entre los muchos puntos del discurso de Peña, podemos destacar algunos: desde el inicio de su alocución y después de dar los saludos formales, se dirigió inmediatamente a los partidos de oposición; continuó con el enaltecimiento de su partido político y de su vida interna; siguió con las obras de la historia moderna de México; volvió a la crítica de los partidos de oposición, particularmente de los gobiernos panistas; su partido sacrificó los costos políticos por los cambios necesarios; al final apuntó que nuevamente hay riesgos de retroceso, como hace seis años, y que el PRI es la mejor opción para México, ya que su genética es salir a ganar (Mensaje en sitio del PRI, en la red).
La intervención del presidente nacional del PRI, Enrique Ochoa, destacó, entre otros aspectos, el haber ganado las elecciones intermedias de 2015 en la Cámara de Diputados, como no lo logró el PAN en el 2003 y el 2009; “En 2016, si sumamos todas las elecciones de gobernador, el PRI fue también el partido que más votos recibió en todo México” (aunque perdió las gubernaturas). De los partidos de oposición expresó “Enfrentamos a un PAN blando y rancio. En el PRD, enfrentamos a un sol que no alumbra ni a la esquina. Y el mesías de la mentira en Morena, que es exactamente el mismo demagogo y mentiroso de siempre. El que le huye al debate. Por supuesto que les vamos a ganar” (LJ, 5 de marzo).
Se pudiera decir que las ideas manejadas por los priistas son las adecuadas y pertinentes para un evento como este; es decir, hablar de avances y logros, y descalificar a los otros. Cierto, sin embargo, ambos discursos muestran una clara desconexión con la realidad, no sólo la actual, sino también de las pasadas décadas en que gobernaron México. Las características políticas que marcaron la historia del país en el pasado siglo fueron, precisamente, las que hoy están siendo los principales obstáculos para resolver los graves problemas que enfrenta. El problema se acentúa, cuando es el gobierno de Peña el que, exactamente, se aferra a esas características -que parecen estar en su genética-, y que obstruyen la posibilidad de transformación efectiva, la que sólo existe en su discurso político y no en la vida del país.
Entre esas características-obstáculo están, principalmente, la violación al estado de derecho, la corrupción y la impunidad, por mencionar algunas. Las grandes transformaciones en la vida de México, particularmente después del año 1968, se han dado gracias a la demanda y presión de la sociedad mexicana (antes prevaleció la exclusión de todos los grupos sociales y políticos opositores al sistema de gobierno PRI, llegando en muchos casos a la represión).
La desconexión mayor de la realidad se observa cuando dicen que el PRI, y sólo ese partido -así lo expresan-, son los autores de los cambios, dejando de lado no únicamente a los partidos de oposición (a pesar del malogrado Pacto por México) sino también a la actora de esos cambios, como es la misma sociedad. A esa desconexión, le sigue el desconocimiento de la valoración que tiene hoy la mayoría de los ciudadanos de la gestión presidencial de Enrique Peña, que como nunca antes sucedió, es la más baja de las últimas décadas.
La observación del último festejo priista nos lleva a percibir dos elementos que están presentes, cobijados por las desconexiones señaladas: uno es el realismo del ambiente de derrota que transpiraron los celebrantes, disfrazado con, el segundo elemento, el manto de ilusión del triunfalismo genético para las próximas elecciones 2017 y 2018.
¿Por qué hablar de realismo de derrota y de ilusión de victoria? Porque, sencillamente, dicen de los otros partidos políticos, lo que ahora ellos han propiciado en la sociedad mexicana. Dice el presidente Peña que “hoy nuevamente hay riesgos de retroceso. Al igual que hace seis años, están resurgiendo las amenazas que representan la parálisis de la derecha, o el salto al vacío de la izquierda demagógica… No olvidemos el estancamiento del que veníamos, ni el riesgo real de perder lo que hemos logrado construir como país en las últimas décadas”.
Por supuesto, “que lo que está en juego es mucho más que una elección. Lo que se estará decidiendo en las urnas éste y el próximo año es, literalmente, el futuro de México”, pero no en el sentido en que Peña lo plantea. Sino en el sentido de la permanencia o no, de un sistema de gobierno que hoy en día se ha convertido en el mal del país. Es desafortunado decirlo, pero los hechos así lo determinan: con la permanencia del PRI en los gobiernos -más que con cualquier otro partido político-, se dificulta enormemente la transformación del país, ya que es el partido creador y reproductor de los males actuales del gobierno (no obstante sus insistentes y reiteradas intenciones de ser un partido nuevo y diferente).
La forma de eludir el reconocimiento de la parálisis que vive el país y el retroceso que se ha dado, ya no como riesgo sino como realidad, es presentando la ilusión de ganar elecciones. La verdadera amenaza y riesgo de estancamiento que tiene hoy México es que el PRI, al no dar muestras efectivas de verdadera transformación como partido político y como gobierno, sin corrupción y sin impunidad, transparente y con rendición de cuentas, siga ‘ganando elecciones’, en contra del sentir de muchos ciudadanos.
Es comprensible que la percepción de la derrota les lleve a esa ilusión de la victoria, y la busquen a costa de todo, incluida la compra de votos.