Poesía a Juárez / La Columna J
“La poesía no es menos misteriosa que los otros elementos del orbe”: Jorge Luis Borges
En la era de la oscuridad y la desesperación se vio nacer un titán que desafió al destino y la eternidad. La luz no llegaba a un Guelatao trastocado por la injusticia extranjera y por el despojo existencial de los mexicanos, que era azotado en lágrimas, en dolor y en agonía.
En los ojos del gran iniciado se vislumbraba, una patria de hombres de honor Iluminado por el equinoccio de primavera, el mundo vio un milagro que aún perdura. El florecer de una mente que se postró a la altura de un sol, uno que da prosapia y combate a la estulticia nuestro sol, nunca volvió a ser el mismo, con el compás y la escuadra, la vida del Benemérito tomo rectitud y conciencia.
El silencio descansaba en el miedo, la perseverancia en el bien, el niño con una formación iniciática, entendía la importancia de no doblar la rodilla ante ningún mortal.
Bajo el cielo infinito de la bóveda celeste, llenaba su corazón de ideales. Ideales con la esencia de la fuerza y la unión, y la búsqueda de la verdad y el progreso del género humano.
Los sueños se arrancaban con una patria amenazada por los enemigos naturales del hombre,
por la goecia, contaminada por la ambición y enterrada en el letargo Juárez abrazo a su patria, la abrazo con toda su alma, y la vida le dio la ilusión salomónica.
Con la fuerza y la ciencia como sus grandes columnas, respiro y enfrentó a la punta de una
espada que lo hacía retroceder a su destino. Nunca lo venció, su juramento como el de Job. El maestro Juárez, era un líder natural, no un dirigente, el hombre era su palabra, su vocación, legislar desde la conciencia, su intención el equilibrio entre Dios y la tierra.
Reformar, la piedra sin forma en una escultura cúbica, que lleva al mortal con su destino, la
trascendencia del alma. La ceremonia de la vida, lo puso en el oriente, como un sol, para ilustrar y llevar a los y las mexicanas, a volver a intentar, a retomar el vuelo, a sembrar en los sueños.
El efluvio de sus palabras, engrandece al espíritu de la nación. La fuerza de tu promesa fue tan pródiga como la espada flamígera. La pequeña choza de Oaxaca, fue magnánima frente a la silla de Versalles, la victoria ante un extraño enemigo fue un despertar de conciencia y la herencia que debemos recordar.
Tus aspiraciones fueron tan nobles como el candor de un niño, tu fe siempre en los ideales y en tu corazón siempre habitaron la libertad, la igualdad y la fraternidad. Tu gobernanza al igual que una veneratura, ilustró con sus luces y conocimientos a una sociedad que pone tu vida como un ejemplo inefable.
El derecho y la paz siempre seguirán dando catedra de tu pensamiento. Coronado gloria viviste, tu enseñanza en que el hombre siga al ideal, nunca a otro hombre. Tu ejemplo no se entierra, se siembra y se cultiva en nuestros corazones.
En el amargo final te mantuviste de pie, como alguien justo y libre. Nunca caíste, nunca te desvaneciste, tu alma aún vibra en la dilación más loable. Tu voluntad prevaleció sobre cualquier miedo. Tu carácter es destino. Despojar la falsa retórica que te pone en tela de juicio y engrandecer nuevamente al águila real, que vuela en lo más alto.
Tu enseñanza es la raíz del rito. Ciudadano del mundo, la metáfora final se conjuga en el
sacrificio real de los hombres. Los políticos van y vienen, aparecen y desaparecen, tú siempre permaneces. Como la espiga de trigo tus ideales se esparcen en toda la faz, los templos de oriente
entonan el salmo 133, y tu mano apunta al altar de los sacrificios.
La reverencia no es adulación, solo un orador califica en lo más ínclito y en lo incólume. Memorable por tus actos, inmortal en la memoria.
Larga vida a Juárez.