Pervertir el lenguaje
El lenguaje es un medio para transmitir información de una persona a otra por vía del discurso. Su valor ontológico consiste que es un medio en sí mismo, realizado en sí mismo, más que un medio para un fin. Las lecciones de W. Benjamín, “nadie puede referirse y pensar sobre el lenguaje sin recurrir al lenguaje mismo”. Someterlo a un laboratorio es tanto como secuestrarlo solo en calidad de reflexión de primer grado. De ahí la dificultad, sobre todo para el político, quién nace y crece seguro que su fuerza está en su lenguaje, sin estudiarlo, ni prepararlo argumentativamente, sin las reglas de calculo que requiere, nunca se da cuenta de la necesidad de revisar críticamente el lenguaje en el mismo lenguaje para adecuarlo a la pedagogía política de explicarlo. Las palabras, núcleo de todo lo humano, logran ser un grande peligro en una voz in-preparada para utilizarlo.
Pervertir el lenguaje es imputar relaciones de poder y acontecimientos inexistentes; es adjudicarse una verdad indiscutible; es deformar, hechos o dichos, sentimientos, emociones de los otros; es invalidar la importancia de los argumentos de adversarios; es desempoderar las realidades lingüísticas, subsumir las interpretaciones contrarias, impedir la comunicación, cancelar el debate, y más grave aún, crear un monólogo. En efecto, las palabras no tienen la gracia de la inocencia, menos sus intenciones, como lo sostiene Nietzsche, “el lenguaje es la primera estructura que nos enseñará a obedecer”. Así como, Deleuze y Guattari, “El lenguaje ni siquiera está hecho para que se crea en él, sino para obedecer y hacer que se obedezca…”
Es mediante los caminos del lenguaje como llegamos al destino del “ser en el mundo”, tanto por vía material como ideal. La gramática ayuda en la acción trágica e interpretativa mediante la entonación de las palabras en su sentido sonoro, auxilia en el mandato de las palabras. El lenguaje siempre presupone al lenguaje y configura una estructura efectos de poder. Pensamiento y universo son la forma de ser en el mundo. El lenguaje se adelanta: “dice”. El ser humano tiene el privilegio exclusivo de decir, va siempre de algo dicho a algo que se dice, no va de algo visto a algo que se dice. Las palabras transitan por autopistas normativas, llegan a su destino en calidad de consigna, la cartografía del lenguaje es performativa frente a significados y significantes, como lo consigna Saussure.
Veámoslo así, la práctica de la política es performativa, los enunciados describen la realidad de las promesas y realizan el hecho predicado. El discurso político atiende las performatividades: ahora todo cambia, otrora todo fue un desastre, más los vituperios del YO, una autoridad simbólica que pontifica, desacredita, loa, basurea, según estás conmigo o en mi contra. El sentido performativo contiene las intenciones que el discurso sujeta en la voluntad del orador, pero sin razón de Estado se destruye, gobernar es tema serio.
La transformación anunciada no tiene la fuerza transformadora en las palabras, requiere buenas intenciones y finalidad virtuosa de quien las predica. Las transfiguraciones de la República nacen en el Poder Legislativo en las normas justas que hacen coercitivas las prácticas sociales y personales. La ley “no son altas y bajas” solamente, aunque ese sea su casulla y birrete, su vida existencial está en la práctica social. Además en el sentido e intenciones de la función de Estado que el gobierno abandera.
Apaleo para mí, que tenemos un simulacro mediático exitoso. El Estado es una razón de trabajo colectivo, un deber político y jurídico de hilvanar desde el diseño, la construcción crítica de los programas, los planes, las políticas públicas, en fin, la razón de Estado como fragua de la vida compartida…, aquí no encuentro el empoderamiento lingüístico, para que ello acontezca los significados que se comparten deben, necesariamente, estar conciliados; empero, los significados tienen dificultades por conocimientos distintos de la realidad y de la lucha política.
El lenguaje se empodera cuando las opiniones son valoradas de manera serena y justa en todo planteamiento interno y externo para enriquecer los significados, corresponden a una valoración crítica que amplié los límites de poder, que no cancele el diálogo y su efectividad. Además, en el debate nacional, las responsabilidades deben mostrarse de acuerdo a sus contenidos, enunciativos, predicativos…, sin responsabilidad, los diálogos no desarrollan su poder. En conclusión, hay un diálogo novedoso con los medios por vía de monólogo. Han quedado cancelados los significados, así nada se puede compartir; sin responsabilidades nadie se hacer cargo ni de sí mismo ni de los demás, no olvidemos que en el debate te haces cargo incluso del otro; sin opiniones quedan sepultadas las opciones, se cancela la suma de minorías como eje de la democracia.