“No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza”
Dice Juan Rulfo en Pedro Páramo, “¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?” Qué decir de la imaginación de Rulfo, cómo entenderla, cómo interpretar a un clásico que con unas 200 páginas llenó librerías y las traducciones más amplias. En la misma obra, escribe: “Oía de vez en cuando el sonido de las palabras, y notaba la diferencia. Porque las palabras que había oído hasta entonces, hasta entonces lo supe, no tenían ningún sonido, no sonaban; se sentían; pero sin sonido, como las que se oyen durante los sueños.” El pasado 17 de mayo fue el aniversario 102 de su nacimiento. Nunca he encontrado una biografía que rehaga o deshaga al ser humano Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, cuidó su intimidad hasta los límites. Entregó su obra como herencia a la cultura universal y apagó la caldera de sus párrafos vivos. Los límites de su imaginación se ampliaron hasta horizontes invisibles, sus representaciones se hacen cargo de los impactos a la cultura y la reflexión, sin la representación de sus imágenes sería imposible conocer, como dice Hume, las ideas simples y luego unirlas de manera que su lectura ofrezca armonía y goce.
La imaginación de Rulfo supera las ideas, combinarlas requiere de su imaginación, como lo deja claro en El llano en Llamas: “Yo sé cómo le brillaban antes los ojos como si fueran charcos alumbrados por la luna. Pero de pronto se destiñeron, se le borro la mirada como si la hubieran revolcado en la tierra.” Su imaginación no se puede entender sin principios que operan regularmente en la fuerza de sus predicados, sin embargo, sus formas han dado origen a la creencia como obsequio a sus ideas constructoras de fuertes emociones y realidades narrativas que no intentan transformar la realidad sino transformar al lector, llevarlo a un mundo amplio de epistemología y fragua de acción imaginante, como en Cartas a Clara: “Ese sueño que eres tú todavía dura. Durará siempre, porque siento como que estás dentro de mi sangre y pasas por mi corazón a cada rato.” Me desvela a Kant, su relato me permite unir la diversidad y empuja la síntesis por vía de su seriedad “trascendental”, aprehensión en la intuición, reproducción en la imaginación, ambas a priori. En Pedro Páramo, redacta: “Sólo yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar las veredas. Todo consiste en morir, Dios mediante, cuando uno quiera y no cuando Él lo disponga. O, si tú quieres, forzarlo a disponer antes de tiempo.” Como lo establece Sartre hay una unión del pensamiento con el infinito de la imaginación, hereda una relación entre imaginación y acciones, aunque sean posibilidades. Ahí se da la fragua de imaginar: la creatividad.
Rulfo Onírico, la vida es sueño así lo entienden diversas culturas, los sueños siempre relacionados con realidades inventadas, es decir, los sueños como capacidad creativa, fábricas de utopías. El gallo de oro muestra una relación esencial entre el relato y las imágenes, tiene lentes cinematográficos; su sintaxis constructiva, las secuencias tienen una revelación de técnica de montaje de película. En otra versión mejor lograda, dirigida por Arturo Ripstein “El impero de la fortuna”, 1986, se aprecia un “argumento para cine”. El gallo de oro, dirigida por Roberto Gavaldón, 1964, filmada en Aguascalientes crea y recrea el ambiente de feria en la Feria de San Marcos, misma que adoptó los personajes, Dionisio Pinzón, gallero tullido, Bernarda Cutiño, “La Caponera”, y Lorenzo Benavides; peleas de gallos, alegrías, apuestas, juego, canciones y corridos, una realidad social y sus tragedias, Aguascalientes tiene una deuda con Juan Rulfo, éstos sus personajes son parte de la escenografía y folclor de “las fiestas de abril”. Rulfo hace de los sueños un arreglo entre “la ciudad de Dios” y la ciudad de las personas, lo coteja con sueños de los que se despierta al morir. Lo único que no existe son sueños no recordados: les falta el tiempo a su relato. Los sueños se acompasan con dejar de existir, pero les queda la literatura donde la realidad de la muerte se asocia con la irrealidad de los sueños, la vida en manos de la muerte y la muerte en manos de la vida, un matrimonio perfecto por separación de bienes. Sueña Rulfo en su relato No oyes ladrar a los perros:”…Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza, allá arriba, se sacudía como si sollozara. Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas […]-¿Y tú no los oías, Ignacio? -dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.”