La sociedad en la redención y pascua de la política

A lo largo de la historia, y así lo hemos vivido en México, la relación entre política y religión ha sido conflictiva o utilitaria; no siempre ahondamos en el origen del conflicto o de la utilidad, ya que, o de parte de los políticos o de parte de los religiosos, pareciera que ha sido mejor dejarlo así, sin mayor clarificación, por las consecuencias comprometedoras que tendría, en un campo o en el otro, el hacer una mayor conciencia de las implicaciones.

Lo anterior significa que, en ocasiones, tanto unos como los otros, encuentran ventaja en el acomodo utilitario que se da en la separación Iglesia-Estado; para esclarecer ese acomodo utilitario ayuda el buscar algún punto en que se ha generado algún conflicto, al percibir los motivos por el que las relaciones cambian y se vuelven difíciles. Algunas de las ocasiones en que se han observado diferencias que generan posicionamientos de conflicto entre ambas instituciones, son, por ejemplo, las referentes al derecho a la vida, a los partidos políticos y las elecciones, y -siempre y cuando de parte de los ministros de la Iglesia exista conciencia viva de ello- la atención a las personas en pobreza y enfermedad.

Es útil revisar el contexto en que se presentan las diferencias y los conflictos entre Estado e Iglesia, así como el poder notar otras ocasiones en que suceden buenos entendimientos entre los ministros de los dos sectores. El punto inicial, que podemos tomar como de partida, es el señalar las competencias y funciones que tiene cada sector para con la sociedad, las cuales, aparentemente, son claras, como es el gobierno de la sociedad y el gobierno de las conciencias.

Las célebres palabras de Jesús “Devuelvan al César las cosas del César, y a Dios, lo que corresponde a Dios” (Mc, 12, 17), se han tomado para marcar la separación entre los campos del Estado y de la Iglesia; fue una respuesta que dio Jesús cuando los fariseos le preguntaron si estaba permitido a los judíos pagar impuestos al César, Emperador Romano, quien impuso la ocupación del territorio de Israel, designando también al gobernador. Fue una pregunta que buscaba enfrentar la religión con la política.

Este es un punto importante: la separación entre política y religión no siempre ha sido bien entendida, y, consecuentemente, asumida y ejercida adecuadamente. Una forma de manejo es, entonces, la del enfrentamiento y el conflicto; sin embargo, otra muy distinta, es la de la convivencia armónica y complementaria –que no utilitaria-.

La política, como acción concerniente a la ciudad y a los ciudadanos, también es vivida por los religiosos en sus ministerios cotidianos; y, a su vez, la religión, como acción de relación con una creencia determinada que explica la vida de las personas y el universo, también es vivida por los políticos como decisiones de conciencia. Los dos ámbitos tienen como objeto de trabajo a las mismas personas; ambos, también, plantean y viven visiones totales, que integran y abarcan toda la vida de las personas y la sociedad.

La separación mal entendida de la religión y la política que en ocasiones podemos observar en políticos, se da cuando disocian valores y principios evangélicos, en el caso del cristianismo, de las acciones de gobierno; ¿cómo podemos determinar tal cosa? Cuando algún gobernante vacía su conciencia de esos valores y principios –en aras de la separación de religión y política, de estado e iglesia-, y adopta conductas contrarias. De esta manera el político deja de vivir el compromiso de ser consecuente y congruente con los valores evangélicos, sintiéndose con la libertad de practicar para con la sociedad conductas de mentira, engaño, robo, injusticia, abuso, etcétera. Ante la sociedad presentan una cara –bonita y bondadosa-, y en los hechos, actúa distinto.

¿Por qué hablar de redención y pascua de la política? Hoy en México estamos viviendo una crisis de confianza en los gobernantes y en las instituciones políticas, precisamente, porque tienen un discurso político que aparenta virtud y sabiduría, que en los hechos no está siendo correspondido. Sobradamente ha sido señalado el efecto de que la sociedad conozca las inconsecuencias y contradicciones de sus actos con esas virtudes político-religiosas que continuamente pregonan, que están generando, exactamente, la desconfianza.

En las diversas religiones se practican procesos de saneamiento y renovación de la vida de las personas; para el pueblo israelita la celebración de la pascua fue la liberación del cautiverio bajo el que vivieron en Egipto, es decir, el paso de la esclavitud a la libertad. Para los cristianos tiene el significado del paso de la muerte a la vida, manifestada en la resurrección de Jesús, con el sentido del triunfo de la vida sobre la muerte, de la libertad sobre la esclavitud, de la verdad sobre la mentira, etcétera.

En noviembre del año 2013 el Papa Francisco publicó el documento “La alegría del Evangelio” (sitio del Vaticano en la red), en el que señaló, entre varias cosas, la transformación misionera de la Iglesia (capítulo primero) y la crisis del compromiso comunitario (capítulo segundo). En el marco de la crisis del compromiso comunitario que vive el mundo, habla de los desafíos que hoy se enfrentan, como son los noes a una economía de exclusión, a la idolatría del dinero, al gobierno del dinero, a la inequidad que genera violencia, y el sí al papel que juega la cultura cristiana en la vida de la sociedad.

Es momento, pues, para reflexionar sobre la necesidad de transformar y redimir la política; son los políticos y gobernantes los que deben ser consecuentes con esos valores y principios universales que las religiones inculcan. Es el paso de la política de muerte y traición a la sociedad, a la política de vida y compromiso con la sociedad; es dejar de lado las posiciones acomodaticias, para pasar a la denuncia y al cuestionamiento de todo lo que va contra la auténtica política.

De Política una Opinión: Abelardo Reyes