La gran tetada

Son ángeles llegados del cielo. Su corazón es la obra perfecta de la creación. Revolotean. Vuelan por encima de nosotros. Están siempre en el lugar exacto. Escuchan. Platican de nosotros y por nosotros. Se desvelan sin importar las horas marcadas en el reloj. Sus tiempos forman parte de la amorosa entrega.

Madre sólo hay una, aunque en nombre de la función natural que entregan a sus hijos, el debate se endurece por las posiciones antagónicas que las presentan como las cenicientas del cuento o las villanas de la moconovela televisiva.

En Quillota, ciudad capital cercana a Valparaíso, en Chile, Paula Gómez fue expulsada de El Roto Inglés, por darle pecho a su hijo de un mes de nacido. Claudio Salas, el dueño del restaurante, aseguró que su intención fue proteger la privacidad de la madre. La reacción de la comunidad se dio de inmediato, el reciente 22 de marzo, al llevarse a cabo La Gran Tetada por la Libertad de Amamantar en Público, una movilización organizada Criamor, para protestar por la decisión que vulneró la voluntad de la madre.

La insensatez en Estados Unidos llega a extremos inexplicables, como el de prohibirle a una mamá que alimentara a su hijo en un concierto al aire libre que se celebraba en Nebraska, donde lo que sobraban eran exhibicionistas adornadas con bubis, muslos y pompas de llamativo tamaño. Algunas madres denunciaron el acoso a que fueron sometidas por los empleados de Burger King y Starbuck Café. Otras, 75 para ser exacto, en mayo de 2005, se manifestaron ante el Congreso para defender su derecho de darle chichi en su lugar de trabajo.

A las autoridades gringas les importa la forma, desestiman un asunto de salud pública. Revisemos el dato de 2006: a las seis semanas de edad del bebé, sólo el 42% los criaba, en consecuencia, el “problema” es menor para tan agresiva reacción.

Con la intención de fomentar el consumo de la leche materna, el jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, se metió en una desproporcionada bronca, al lanzar la campaña “No le des la espalda, dale pecho”, apoyándose en imágenes de “algunas reinas del silicón como ejemplo para la lactancia (como dijo alguien por ahí: ni que fuera leche en envase de tetrapak)”, escribió Hugo García Michel enMilenio Diario.

La opinión pública dividió opiniones. La beligerancia se gestó en las redes sociales, donde la baja calidad del embate llegó al extremo de proponer los balones de Sabrina para alimentar trillizos. Un grupo de personas interpusieron una queja ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos del DF, porque reproduce “estereotipos de género”; condena a las mujeres por ejercer un derecho que tienen garantizado en la Constitución, como es el de la lactancia (“de ellas depende la decisión sobre hacerlo o no”); “y relacionado con los puntos anteriores: el problema con la campaña, además de lo que dice, es todo lo que omite: los barreras estructurales (laborales, sociales) que, de hecho, impiden que muchas mujeres puedan darle leche materna a sus bebés. Mientras que la política pública que anunció Mancera parece estar encaminada a erradicar los problemas que han sido identificados una y otra vez como clave para promover la lactancia materna, la campaña, a decir de su creador, está enfocada a uno sólo: al de las mujeres que, por ‘egoístas’, no amamantan a sus hijos por miedo a perder su figura, argumentó Estefanía Vela, una de las firmantes de la queja, en su texto de la revista Nexos.

Total, la forma venció al fondo, una vez más. El sano propósito se diluyó en el caos, sucumbió ante el lesivo diseño publicitario de la campaña dinamitada por la fanaticada intolerante, el feminista monotemático, el machismo pambolero, la vanidad narcisista y el protagonismo rancio.

Mamar es una prolongación de la vida engendrada en el vientre materno. Es el más noble sentimiento. Lactancia es salud, es amor y es mucho más.

Porque alguien tiene que escribirlo: Con la reforma al artículo 52 de la Constitución local, la bancada PRI-Verde en el Congreso del Estado propone, en el único artículo transitorio, que “el actual presidente del Supremo Tribunal de Justicia del Estado permanecerá en ese cargo para el que fue electo, hasta que cumpla el término de ocho años en total de mandato de conformidad con la presente reforma”.

El actual magistrado presidente Fernando González de Luna está complacido por el regalo legislativo. Posesionado del cargo acepta sin rubor el beneficio de la extensión. El mantra del desapego al hueso no cuelga en su birrete.

En el horizonte se mira la acción de inconstitucionalidad promovida por los descamisados, sus indignados compañeros magistrados.

González de Luna debiera voltear la vista hacia los siete magistrados electorales del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación que rechazaron el haber de retiro aprobado recientemente por el Congreso de la Unión, en el paquete de leyes secundarias de la reforma político-electoral.

Igual tratamiento se dio a la reforma constitucional para la reelección de diputados federales y senadores, que no podrán disfrutar los actuales.

La ambición terrenal, el poder absoluto, la venerada entronización, el jugoso salario y la sibilina permanencia en el encargo, dañan las buenas conciencias, corrompen el alma y generan cacicazgos cancerosos.

La elegancia no hay que dejársela al sastre (en ocasiones). La naturaleza de esta decisión es mal entendida por muchos gobernantes, que hacen del mal gusto un hábito.

Los asuntos públicos son sagrados. Debieran manejarse con la mayor pulcritud, valores morales, principios éticos y una dosis de intelecto, ¿no cree usted?

Por: Mario Granados/Vale al Paraíso

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