Hospitalidad polìtica
Hospitalidad, del latín hospitalĭtas, -ātis. Hospes = huésped. La real academia de la lengua nos dice: virtud que se ejercita con peregrinos, menesterosos y desvalidos, recogiéndolos y prestándoles la debida asistencia en sus necesidades; buena acogida y recibimiento que se hace a los extranjeros o visitantes; estancia de los enfermos en el hospital. La palabra hospedaje de la misma familia nos dice, alojamiento que se da a una persona en una casa o un establecimiento público; lugar donde se da este alojamiento; también la cantidad de dinero que se paga por este alojamiento.
La hospitalidad, en el uso amplio del término, por supuesto que no se reduce simplemente, aunque también lo sea, al recibimiento del extraño o propio, sino a la cualidad de hospedar como rasgo ético de una apertura del ser en el principio de actuación, por ejemplo, en los desempeños políticos, en el juego democrático que es una definición fundadora de la vida colectiva, también, en lo que piensas o escribes, en la condición filial, en la oficina, en la calle, en la forma de extender la mano, en la manera de hacer el discurso político para dirigirte a los demás buscando hospedaje, etcétera.
Esa admisión a la alteridad del Otro permite estar (con carácter) en una disposición hospitalaria, abrir la puerta para alojarlo. En reciprocidad a ser alojados, recibir en el ámbito propio a los otros. Si lo consideramos desde este punto de vista la hospitalidad es primera. Decir que es primera tiene un profundo significado, pues incluso antes de ser un YO mismo y quien soy, es preciso que la irrupción del Otro posibilite una introspección que instaure esa relación conmigo mismo. Por eso, en las campañas electorales por el poder público los contendientes buscan ser hospedados en la voluntad del elector, mismo que entraña al otro que importa a candidatos y partidos políticos, los que votan por la causa.
Eso más o menos lo han realizado, cada uno con sus criterios, formatos, programas, propuestas… pero lo que se requiere es que candidatos y partidos hospeden al electorado, que sepan de sus estructuras, ilusiones, necesidades, esperanzas, culturas… si el hospedado en calidad de ciudadano no es conocido en todos sus rasgos, los candidatos en estado de ignorancia detonan la mentira como respuesta y propuesta.
Ese hospedaje político, al final del día, premia o castiga con el voto en las urnas, lo importante es revisar cómo el hospedado ha respondido históricamente, si ha generado empatía con sus significados discursivos, si logra comprometer proyecto alguno…, o ha fallado. La razón es simple, esta relación de hospedaje parte de un pensamiento de la acogida que es la actitud primera del yo ante el Otro. Se trata de que el ciudadano sea huésped político en el contexto del acto de elegir, al propio tiempo de ser hospedado en esa relación política. Al hablar de la hospitalidad en esa relación, se identifica que en cierto modo ocurre un secuestro o una manera de ser rehén, es decir, elector y candidatos se significan uno al otro recíprocamente, y esta situación de rehén define sus responsabilidades. La ética política se funda en esa estructura de rehén, al ser hospedado y al hospedar.
Las campañas electorales abren la hospitalidad de la fraternidad, pues es el enfrentamiento de adversarios y no de enemigos. En esa línea de reflexión es preciso ensayar nuevas definiciones e interpretaciones del discurso político. Es preciso entender que la disputa civilizada por el poder público es un rostro de la hospitalidad. Debiera ser un estado de disposición a la cortesía, a las formas dignas de la comunicación y el encuentro. Esto significa que: el ejercicio de la política es una promesa que parte de la comunicación apropiada de significados y sentimientos colectivos.
Una coherente idea política de la alteridad, significa que la identidad política no excluye una diversidad relativa y la llegada al lenguaje de esa diversidad, cuya convergencia debe ser la amabilidad, es decir, a la ética cordial, condición y virtud de la política; político es el que asume la capacidad de politizar, en la más amplia y gramatical forma de la palabra, y no en el desgaste oprobioso a que es sometida por frivolidad, engaño, mentira, corrupción, deshonestidad…
Es evidente que en política nos identificamos con la hospitalidad del lenguaje de un discurso que se construye palmo a palmo en el diálogo que asume una discusión pública. Identificar su carácter es la luz que permite que las palabras comuniquen y unifiquen. Errar en la palabra, la frase, la oración adecuadas es ir al fracaso. No importa la manipulación que se intenta en los formatos añejos, agotados e inservibles.
Por: Ignacio Ruelas Olvera