Gracias Aguascalientes

Nos tuvimos que venir de una forma abrupta y sin mucha planeación, los acontecimientos lo ameritaban, mi hermana mayor tenía que atenderse en “algún lugar del exterior”, así se lo dijo el medico del pueblo a mi afligido padre en su consulta “estas enfermedades son raras y no tenemos aquí los medios para atenderlas”, se vendió (malbarató) todo lo que se tenía de valor, el precio, casi regalado, un pueblo pequeño en desarrollo, donde casi todos tenían lo mismo, y se recibía como pago todo lo que se ofrecía, el camioncito con el que mi padre transportaba el algodón de los “field” al “yin” (despepitadora) se fue rápido, sus coches de circulación local (como aquellos de las películas de rock and roll gringas) no tardaron en volar, pues había un viejo que estaba rematando sus cosas, solo quedaba un bien por “vender” un enorme terreno con algunos cuartos a lo que llamábamos nuestra casa.

Mujeres y niños primero dice el adagio, mi madre con su hija de 20 años enferma y tres chiquillos, entre ellos yo, la emoción de subir a un avión de La Paz a Los Mochis, la distracción de ver sus motores y sus imparables hélices, la gentileza de una señorita con un gorrito que te daba agüita con sabor y tenía burbujitas (no conocía los refrescos) y el penoso traslado de nuestra enferma hasta la Calle Guadalupe #517 del Barrio de Guadalupe, así le dijo mi padre al chofer que nos condujo desde la Central Camionera, las presentaciones no se hicieron esperar, una tía política que sin duda más que con gusto nos veía con preocupación, llegábamos 5 de un sopetón, y los que faltaban, tal vez pensaba, un primo casi de mi edad que nada más dejaba ver sus grandes dientes como conejito y un tío de sangre, que en verdad estaba muy emocionado de ver a su gente, quizá no veía lo que le esperaba.

Y lo que siguió una incomodidad total para todos; mis tíos vivían en un cuarto grande de la casa que rentaban (mi madre nunca me aceptó que era una vecindad, porque decía que solo vivían tres familias) y tenían un pequeño cuarto en el fondo para cocina, al poco tiempo tuvimos que cambiarnos a un cuarto que mi padre convenció a la dueña que se lo rentara porque se cumplió la profecía “el muerto y el arrimado a los tres días o menos, huele mal”, se consultaron a todos los médicos de la época con los mismos comentarios,” creo que es una alegría, algo le picó, es una enfermedad tropical, o simplemente le voy a dar esto o aquello”.

Había un gran pendiente, tenía mi padre que volver por sus otras 2 hijas solteras, la casada pues tenía su marido y se quedaba en aquella tierra alejada llamada el Valle de Santo Domingo en la Península de la Baja California Sur, y recibir el dinero del remate de su casa.

En la que vivíamos ahora, no podíamos correr, a pesar de lo grande, levantábamos polvo decía la dueña y hacíamos ruido, y mucho cuidado en cortar los elotes que con precisión de joyero cuidaba su hermano, las pitayas (tunas) para nosotros que estaban en unos cactus redondos pequeños (nopales), ni pensarlo.

Mi madre en ese enorme amor que siempre brindó a sus hijos, con el inmenso dolor y pesar que tenía por su hija enferma, nos tomó de la mano y nos dijo “vengan mis hijos vamos a dar una vueltecita”, salimos a la calle mis dos hermanos y yo, y muy juntitos con mi madre empezamos a caminar, a mirar sus calles vecinas, sus casas de dos pisos, su gente moviéndose en bicicleta, sus niños jugando en la calle con un balón, las señoras sentadas en sillas pequeñas, platicando, cociendo o aventándose aire con un abanico, todas las casas con puertas abiertas y muchas macetas, mi madre a todas saludaba con educación y nosotros hacíamos lo mismo, mas de alguna señora decía “mira que chistoso hablan esos niños y se van a resfriar con esos pantaloncitos cortos, a lo mejor no son de aquí, y ella tan blanca y ellos tan prietitos”, llegamos al hermoso templo del Señor de los Rayos, con su impactante fachada, mi madre nos dijo, recen con mucha fe y pidan para que se alivie su hermana.

Nunca voy a olvidar ese bello recorrido, primero de mis andanzas, ya luego por tu río de curtidores, cerrito de la grasa y de la cruz, tus casas de madera de ferronales y tu majestuoso picacho.

Tuve el orgullo en tu IV Centenario, bailar en tu jardín de Guadalupe, declamarte tu poema de los 4 barrios y mi adorado jardín en primavera en San Marcos, te he visto crecer y adoptar a mucha gente, les haz dado como a mí, todo tu alojo, amor, cariño, comida y educación; tus calles han forjado mi cuerpo, tu gente mi corazón y tus escuelas mi alma, te lo debo todo, con esa veneración de mi primer recorrido de la mano de mi madre y con esa fe que profesamos ante uno de tus templos, me haz dado momentos grandes en mi corazón guardados, la venta de limones de niño frente a la farmacia del tecolote, el trabajo de mesero en tu verbena abrileña, los logros académicos en tus universidades, los amigos de mi vida, los ojos de las mujeres que me han hecho llorar  y amar, aquí enterré a mis padres, yacen mis hermanas y aquí esparcirán mis cenizas por tus tierra, negra, amorosa y fértil como mujer.

Aguascalientes decía tu corrido “para hacer tu retrato no se por donde tendré que empezar, primero pinto el Jardín de san Marcos, luego el Picacho y después el Parián”, mi retrato tuyo solo es un corazón guardado en mis retinas, ciudad bella, candorosa y recatada, tradicional y moderna, callada y alegre, ciudad de zaguanes ayer y de protecciones hoy, de barrer la calle y buenos días por la mañana al tañir tus campanas, sigues siendo tan bella como el primer día que te vi, por siempre ¡GRACIAS AGUASCALIENTES!.

Dedicada a la Ciudad que cuando nos quedamos sin nada y tuvimos hambre, siempre nos consoló, nos dio de comer y nos adoptó como un hijo suyo.

Por: Rosalío Villalobos