Elecciones en la era de la posverdad
Sigo con el libro de Ciro Murayama. Las elecciones tienen su propia partitura, reglas del juego que se construyeron en un ejercicio dialógico, a pesar de los predicados, enunciados, juicios, que en ejercicio de las libertades podamos hacer, para ejercer derechos es preciso cumplir obligaciones, una de ellas es el respeto a la voz del otro. La alteridad está en peligro. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” (Monterroso). La tecnología digital que rebasa la geo-referenciación, está presente sin saber dónde está el expediente, los efectos de la red, y sobre todo el cuidado de su crecimiento y de sus límites. La política demanda una re-educación, si no lo hacemos nos engañará con su transmisión de imágenes a velocidades impresionantes. La inteligencia artificial no puede suplir la discusión, el diálogo acalorado, ríspido, emocionado de la política; incluidas sus voces progresistas pero autoritarias. Lo menos recomendable es una democracia insustancial.
Defender la democracia es salvaguardar su analogía, la democracia no es digital. Análogo y digital son necesarios para empoderar una ciudadanía activa, deliberante, participativa, que comparta una cultura común. Es preciso defender lo andado, que las elecciones libres y autónomas no estén en riesgo, que la igualdad sea garantía entre las partes interesadas, disfrutar la libertad civil… Somos sensibles y adictos a las tecnologías, Foucault nos enseña con su idea de panóptico, que podemos aplicar a la propaganda, el escándalo, la publicidad, consecuencias impresionantes.
Padecemos y hacemos uso de técnicas psicológicas y mercadológicas para influir en la decisión de comprar productos, en el que encontramos también el producto político-electoral. Las pantallas de mano se revisan en tiempos muy cortos; la cocaína, el cannabis, le están dejando su lugar al vicio y dependencia digital. En un click queda una decisión y la muestra del aprovechamiento de la vulnerabilidad de los consecuentes, simple, a la nueva ciudadanía les limita el tiempo y atención consciente a los temas de la ciudad, a la política.
En la esquina de enfrente con algoritmos procesan volúmenes enormes de datos no estadísticos, sino personales, datos reveladores del yo y el nosotros en sus singularidades, con pronósticos, sobre religión, liderazgo, opiniones políticas, gustos, aficiones y hasta preferencias. Es barro de la posverdad, arcilla de la anuencia y la mansedumbre, lo que daña la capacidad de desarrollar un juicio propio de ciudadanía. La pedagogía de la velocidad de la luz aún no se ha diseñado, su esperanza está aquí en la Universidad, en plural, las redes sociales crean una forma extraña de actuación política, encargar las decisiones a la inteligencia artificial, ¡cuidado!, con ello se elimina la dimensión moral de las personas, se deteriora su capacidad de pensar libremente.
La sociedad del conocimiento no elimina al ser humano, por el contrario lo empodera, dotándolo de libertad para decidir, sin ese mísero detalle no se le pude llamar democracia. La sociedad del conocimiento crea la cartografía de una cultura común, curiosamente, pero, ¡cuidado!, se pierde con conectividad y exceso informativo, crean submundos en los que las rebeldías emocionales y la lealtad superan razón y comprensión. Embudos de contenidos, noticias falsas, posverdad, se popularizan, desinforman, trivializan, escandalizan, mal forman a las comunidades, dañan la democracia. Desvirtúan la toma de decisiones. Es necesario que se construyan programas, ideas, pluralidad, en arquitectura con la virtualidad, big data, instantaneidad, pero toda la sinergia puesta en un debate público común constitutivo de millones de discusiones individuales.
La ciencia aplicada crea monopolios políticos y culturales; las tecnológicas tienen su panóptico, influyen en la opinión pública y el activismo. En esa coyuntura se debe mostrar en plenitud la asociación libre de ciudadanos. El cosmos democrático funciona cuando los derechos de una persona no terminen donde comienzan los de otra.
Defender la democracia es una asignatura de todas y de todos, exigir que las decisiones democráticas tengan como prioridad el desarrollo ético y socioeconómico, mediante la muestra de solución de problemas concretos. Poner las cosas de la ciudad en orden, que los problemas se resuelvan, nunca eternizar discusiones vacías. La política premia precisamente por sus resultados, el pueblo vota con libertad y hace realidad las alternancias, sigue en su búsqueda de liderazgos acordes a las necesidades y lo necesario.
No perdamos de vista que en el breve tiempo y en el breve espacio de las urnas se manifiesta la racionalidad al transformar la boleta en voto, convertir el sustantivo en verbo, ahí se sintetizan los argumentos, se audita política y administración pública, se repudia la impunidad. Es la decisión colectiva de ciudadanos honorables que no aceptan más la compra de conciencias, ni confirman antivalores que destruyen la sociedad.
Las palabras de Ciro Murayama Rendón nacen desde los pulmones y el vientre de un demócrata: ¡Ojalá lo hagamos con menos resentimientos, con menos argumentos ad hominem, que se discutan mis ideas y no mi persona!