El Otro en las campañas

Las campañas políticas son la búsqueda de adherencias en los debates cotidianos en la pasión del juego electoral, y desde luego, por el sufragio. Los contendientes requieren ambas, pero esencialmente los votos. Conquistar al elector que es la persona en su calidad ciudadana es la meta.

Lo supimos con el debate de los candidatos presidenciales, que en realidad fue un coloquio, los debates no se ganan, permiten que el elector tenga una panorámica de quienes compiten. Esa es la razón de que lo más importante fue el post debate, las discusiones que se han generado entre los ciudadanos, buena cosecha. Emmanuel Lévinas realizó reflexiones sobre el Otro y la alteridad, que nos puede servir para reflexionar sobre la geometría candidato-elector. Quienes buscan el poder público deben tener claro que el Otro es aquel que demanda y nombra para garantizar su estatuto, a quién busca respetar, considerar, tolerar. La nominación del Otro le revela a los candidatos una identidad diferente y diversa a la propia. Es importante pensar el carácter de excepcionalidad del
Otro y no su diferencia, pues la ley homologa la condición ciudadana, no importa sexo, religión, cultura, poder, etc., el presupuesto es: “a un ciudadano un voto”. Los partidos políticos y sus candidatos, en esta línea de pensamiento, deberán encontrar al Otro, en este caso, al elector en su excepción: el Otro-Ciudadano.

Considerar al Otro-Ciudadano en su excepcionalidad busca sustraerse a la familiaridad y a la semejanza que Otro-Ciudadano puede suscitar. Esa consideración es una lógica de relaciones intersubjetivas, donde lo no familiar, lo extraño, lo extranjero se presentan en tanto tales, son el espejo de la complejidad colectiva, la diversidad, el derecho a ser distinto. El Otro-Ciudadano en su pluralidad política no está en las encuestas, estás son sólo y solamente una estadística, una alteridad abstracta que manifiesta una respuesta, pero no concede sufragios. La razón antológica del voto se actualiza en las urnas a través del sufragio. El Otro-Ciudadano es el referente para los candidatos en virtud de su excepcionalidad. Si los contendientes de las campañas políticas toman esta referencia promoverán el voto razonado. La excepcionalidad para referir y dirigirse al Otro-ciudadano implica
actitudes que los candidatos deben asumir en su propuesta de proyectos verdaderos y no con embustes.

Considero que el carácter de excepcionalidad y no de diferencia del Otro-Ciudadano está dado por la exterioridad, el afuera. La política está en el “demos”, en la calle, en la plaza pública, en la ciudad. Es en el tejido de esta exterioridad donde se juega la democracia y el sentido de la ética.

La ética es un punto trascendental para la convergencia Elector-Candidato. Por trascendencia hemos de entender la exterioridad, el afuera, el espacio donde cohabitan y actúan todas las alteridades posibles, inscritas en el discurso estatutario, el Estado de Derecho; y el discurso comunicativo, el cultural, el mundo diverso. La alteridad electoral es una categoría heterogénea que circula y penetra toda realidad colectiva, está en la más simple charla lo mismo que en el más elaborado debate parlamentario, lo mismo que en los procedimientos electorales, y en las urnas. Por ello es menester considerar al Otro-Ciudadano en tanto Otro. Es decir, considerar al Otro-Ciudadano refiriéndolo a su contenido de alteridad no relativa a nada; más bien considerar absolutas y excepcionales a otras y a todas las alteridades. El Otro-ciudadano se ubica fuera, está en el cuerpo electoral en su derecho a votar, y los candidatos hacen uso de su derecho a ser votados. Con los primeros es con quién pueden hablar los segundos para convencerlos y hacerlos para su causa. Considerar al Otro-Ciudadano en tanto Otro significa la posibilidad de concebir una relación no absorbente, no funcional, no exclusiva, mucho menos corporativa. La vida democrática se ejerce en libertad plena.

El Otro-Ciudadano tiene el legítimo derecho de constituirse en adverso, antagónico, de la misma manera que en simpatizante, adherente, pues forma parte del horizonte común, vive en el marco de referencias culturales, históricas, sociales, étnicas, etc. En la ética democrática el Otro-Ciudadano no se manipula, no se le engaña, no se le absorbe, no se le menosprecia.

El discurso democrático de lo diferente y lo diverso se acoge todos y les asegura legitimidad. Los totalitarismos congelan todas las sinergias. Una mirada desprejuiciada, sin atavismos, posibilita un mundo donde lo caricaturesco, lo monstruoso, lo informe, la excepción, también tenga su lugar. Por tanto no es la categoría de la diferencia la que constituye lo esencial de la ética sino la categoría de lo excepcional. Lo excepcional no es ni soberanía ni esclavitud. Lo excepcional garantiza una suerte de secreto en la identidad del Otro-ciudadano. Uno de esos secretos es el voto, garantía deontológica; un secreto por definición es aquello que permanece no revelado, que está oculto.

El secreto es una lengua, un territorio, una costumbre, un rito, una decisión sin colonizar. El secreto no es sólo algo desconocido, sino sobre todo es la puesta en relieve de una excepción que late y vive en la familiaridad del Mismo. El Otro-Ciudadano debe ser el recipiendario de respeto, dignidad, libertad, de su excepcionalidad, de su consideración plena.

Los competidores por el poder público lo deben de saber. El posdebate es el tiempo del Otro, la patente de Ciudadano, los candidatos han dicho su verdad con todas sus consecuencias, toca pues al elector yuxtaponer, separar, delimitar, identificar los argumentos. El tiempo la decisión democrática se agota. Es un deber ciudadano recuperarlo.

Por: Ignacio Ruelas Olvera