El obispo de la Torre odia a los hijos de Dios
El rebase a la reforma salinista del artículo 130 constitucional. La reiterada presión para agrandar el atrio nacional. Y la ambición de Poder terrenal. Les ha llevado a los “Hombres de Negro” a mandar al bote de la basura la palabra de su representado en el planeta de los vivos.
San Mateo (cap. 22) cuenta que los fariseos fueron a ver al hijo de Dios para preguntarle si era lícito pagar tributo al Cesar. “Y Jesús les dijo: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? Del César, respondieron. Entonces les replicó: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Contrario a la palabra divina, las sotanas pretenden ondear en todo lo alto de los edificios escriturados a don Cesar, para compartir las afores de la gobernanza, a costa de bajarle cuatro rayitas a la oración, la guía espiritual, la evangelización, el cuidado a los pobres, la observancia a la Biblia y la mesura —el bien supremo de la sana convivencia humana—, para disputarle a Estado laico las facultades que a éste le corresponden en exclusiva.
Por andar en los caminos de la rupestre “grilla”, la curia política desatiende el changarro. Orilla a las decepcionadas ovejas a dejar su templo, a salir por la puerta principal de su Iglesia, la Católica, Apostólica y Romana.
Los datos del INEGI reflejan la deserción que debiera preocupar a los pastores:
La población católica en México pasó de 99.5 por ciento a 82.7, 16.8 puntos porcentuales menos en cien años; en 1990, el número de mexicanos con una religión diferente a la católica era de apenas 0.4 por ciento, en 2010 el porcentaje aumento de manera considerable, a casi el 10 por ciento; y los aztecas sin religión pasaron de 0.1 por ciento a casi 5 por ciento, de 1990 a 2010.
Pareciera que una deformada interpretación de la globalización les anima a los curas a llevar como socio principal al señor don Diablo, el promotor de la maldad, la ira, el fundamentalismo, la violencia y la amoralidad.
Ahí está el desafío del cardenal Norberto Rivera Carrera al papa Francisco, después de que éste se reunió con los obispos mexicanos en la Catedral Metropolitana (sábado 13 de febrero), para pedirles que no vivan como príncipes.
El malestar, reproche, deslinde y reconvención del purpurado azteca se publicó en “Desde la Fe”, órgano de la Arquidiócesis de México, tres semanas después de la visita papal; atrás quedaron los tiempos en que los sacerdotes le debían sumisión y obediencia al Sumo Pontífice.
El mismo periódico oficial, el brazo político impreso del cardenal Rivera Carrera, violentó el inciso “e” del precepto 130 constitucional, en la palabra del sacerdote convertido en activista político, Hugo Valdemar, al sentenciar que “el hartazgo ante la corrupción, la ineficiencia y la impunidad, así como la imparable violencia y la inseguridad en la que vive secuestrada la ciudadanía, han sido los factores que llevaron a la derrota del partido en el poder” (domingo 12 de julio de 2016).
Por su parte, el obispo de Aguascalientes, José María de la Torre, se cubre con la sotana de la incongruencia. Olvida, quizá por la mitra que cubre su cabeza, que todos son hijos de Dios. La cruz pectoral le impide a su corazón latir por la transversalidad de los derechos humanos y por el arte de amar con libertad. El homofóbico báculo le sirve para golpear al matrimonio igualitario. Y se apoya en el reluciente anillo pastoral para declarar que con la aprobación del casorio entre lesbianas, homosexuales y transexuales, el día de mañana “se podrá casar un señor con un perrito o una perrita” (lunes 29 de septiembre de 2014).
Las arengas de don “Chemita” dividen a la comunidad. Abonan al denso humor social. Fomentan el rencor. Incitan al enfrentamiento. Como si no fuera suficiente la difusión diaria, en las redes sociales, de 15 mil a 20 mil malditos mensajes de odio por razones de género, racismo y orientación sexual, de acuerdo a las mediciones del Conapred; en 2014, México ocupaba el primer lugar de campañas de odio, según el Consejo de Europa.
En su conciencia lo hallará el obispo, al fin, hay un Dios que todo lo ve.
Porque alguien debe de escribirlo: El retraso del dictamen del matrimonio igualitario en Aguascalientes está generando un anticlimático enfrentamiento semanal en la sede del Congreso de Estado. Es tiempo de que salgan del closet los diputados conservadores y liberales; es momento de que se exhiban las mantillas y el pelo suelto de las legisladoras, a la luz de las reflexiones que hace Otto Granados en su texto “La confusa doble moral” (cito textual):
Pretender imponer una conducta a quienes fueron designados o electos, no por inspiración divina, sino con fundamento en un orden legal que nada tiene que ver con asuntos religiosos, que deben actuar en función del interés general y tomar decisiones en apego a las reglas propias de un Estado laico y democrático, es de plano un exceso pontifical.
Los políticos y gobernantes, como tales, no están para trasladar sus creencias religiosas —a cuya práctica tienen todo el derecho sean católicas, budistas o islámicas— al ámbito de sus decisiones públicas, sino para cumplir con la ley en el ámbito de las sociedades plurales y heterogéneas que existen.
Como relata el ex-presidente francés Valéry Giscard D’Estaing en sus memorias: “Yo soy católico —le dice en una carta a Juan Pablo II a propósito del aborto— pero también soy presidente de una República cuyo Estado es laico […]. No tengo por qué imponer mis convicciones personales a mis conciudadanos, sino que debo procurar que la ley responda al estado real de la sociedad francesa para que sea respetada y pueda ser aplicada.
“Comprendo perfectamente el punto de vista de la Iglesia católica y como cristiano lo comparto. Juzgo legítimo que la Iglesia pida a los que practican su fe que respeten ciertas prohibiciones, pero no corresponde a la ley civil imponerlas con sanciones penales al conjunto del cuerpo social” (“La Razón”, 26/03/2012).
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