El farragoso diminutivo / Vale al Paraíso

Forma parte del estado de ánimo. Es el semblante en carne viva. La radiografía de la educación. El sacramento de la comunicación. El avión del pensamiento. La fuerza de la lluvia. El extinguidor del fuego Y las alas de la instantánea noticia.

La palabra es la partitura de la vida. El sonido de la plática. La pimienta del cotilleo. El billete de cambio del conversador. La imagen del hombre. El espejo de la mujer. Y la actitud del ser humano.

Los estudiosos del idioma español, utilizado en los pueblos originarios de Mesoamérica, coinciden que el uso de diminutivo se debe a una posible influencia del Náhuatl, al utilizar diversos vocablos de esta cultura.

Contrario a la afición de los caballeros de usar las “malas palabras”, la pequeñez predomina en el segmento femenino y se aplica para dar énfasis a la materia, afecto, desprecio, resentimiento, falsedad, fealdad, familiaridad y superioridad, como es el caso del maestro que me dio clases en la Preparatoria de Petróleos del IACT (1970-72), siempre dispuesto a llamar a su alumnos “muchachitos”, para recordar que el mandón en la fiesta educativa era él.

No me puedo imaginar, ni siquiera como posibilidad “apreciativa”, el referirme a mi dilecto amigo, el maestro Enrique Rodríguez Varela, como El Chamuquito Varela para darle unas paladitas de reconocimiento a su dilatada trayectoria en los caminos de la docencia universitaria, el periodismo de opinión, la investigación histórica, el labradío de la cultura, la autoría de libros, y la elegante ironía y punzante mordacidad de sus mensajes en las redes sociales; hoy y siempre es y será El Chamuco Rodríguez Varela.

Otro caso es el meloso aviso de la esposa cuando la depre o el consumismo atacan: “Ahorita vengo vidita, no me tardo nadita, voy al centro comercial hacer unas compritas…» y la sufrida mujer regresa cuatro horas después con quince bolsas retacadas de trapos, zapatos y accesorios para presumirle al marido.

Es de antología la clásica solicitud etílica del fifí al mesero de la cantina ubicada en la avenida Colosio, para ordenarle “otrooo güisquito, plis”, después de almacenar en el rotoplas de su humanidad media botella consumida.

El farragoso lenguaje llega al extremo del diminutivo al cuadrado en la crónica deportiva, cuando Enrique El Perro Bermúdez se refiere al tirititito —en lugar de tirito— de los incapaces jugadores de futbol.

Y bueno, la estrella del abuso es el socorrido matrimonio de diminutivos y adverbios, por ejemplo, “Ahorita voy…”, muy utilizado para mandar a la chingada el presente y acogerse al futuro, tan incierto, tan corto y tan largo, como un segundo, varios minutos, o quizás algunas horas.

Adrián Herrera, escribió en Milenio Diario, el pasado viernes 27 de julio que está harto de escuchar: “Vengo humildemente a aportar mi granito de arena”. Primero, basta de esta falsa modestia y humildad aparente. Uno llega con lo que tiene, con su mejor esfuerzo, preparación y propuesta y no le veo el caso a creer que por aparentar una modestia innecesaria el resultado será mejor o por lo menos más loable que llegar gritando a boca de jarro que uno es bueno y competente. Segundo: la gente tiende a no saber lo que es la humildad, confundiéndola con estar económicamente jodido y con una actitud servil y pasiva. Nada de eso; la humildad es una virtud que tiene que ver con modestia y discreción, no con minimizar logros ni capacidades. Tercero: esa mamada del granito de arena me tiene hasta la madre: no somos hormigas.

Vemos el mundo —y a nosotros mismos— en buena medida por el lenguaje que usamos para describirlo, agrega el articulista.

Por todo lo anterior, a partir de este momentito, ya no llamaré Huilotas a los jugadorcitos del América, sino pollitos recién salidos del cascaroncito, que seguramente recibirán su calaverita de ese Tren Bala llamado Cruz Azul, la noche del sábado 27 en el estadio Azteca.

Porque alguien debe de escribirlo: Los vecinos y comerciantes de la avenida López Mateos pronto sabrán lo que es amar en tierra de indios con los cajamanes enquistados en la nómina del gobierno del estado de Aguascalientes.

A la remodelada salida del Campestre, después de haber construido el desdichado paso a desnivel en Universidad y Colosio, los señoritingos de la obra pública y los puchos de la movilidad citadina, decidieron colocar una señal para obstruir el carril para dar vuelta a la izquierda y transitar por Miguel de la Madrid.

Los vecinos de esa zona decidieron jugar lucha libre con ese obstáculo de metal, al que ya derribaron en dos ocasiones, pero éste se vuelve a levantar como borracho a medio morir. ¿Será la tercera caída la definitiva? No lo sé. Pero por lo pronto les muestro tres fotografías de la épica batalla campal.

marigra1954@gmail.com