Decir de lo que es que es y de lo que no es que no es…

El discurso político tiene un eterno retorno a lo mismo. Cuando son desde la oposición se demanda la incapacidad, la intolerancia, la corrupción…, y desde el gobierno se denuncia fuerzas oscurantistas, enemigas de la nación… El cuestionamiento es ¿qué es la verdad?, la filosofía nos da un muestrario amplio y robusto de reflexión, de fundamentación desde el conocimiento o la vida, desde donde se dé respuesta a la pregunta; la verdad en sentido general mancomuna sinceridad, honestidad de las personas. Desde el campo de las reflexiones de primer grado, las ciencias, la verdad constituye una concordancia con la realidad, lo más parecido con los hechos; empero desde cada ciencia se infieren distintas respuestas, la correspondencia, la identidad, la fenomenológica, la ontológica… ¿En qué consiste?, siguiendo la ruta filosófica no es fácil, hay que habérselas con las condiciones y circunstancias substanciales de conformidad a propiedades reales e ideales; y deflacionarias donde el predicado “es verdadera” no es un predicado genuino.

Lo verdadero, por la ruta de pensamiento que sea, nos ofrece un primer saque sobre la toma de decisiones, en este caso de perfil ético, un carácter, que entraña no engañar, entonces, la noción de verdad en la vida compartida tiene un deber de convicción con alto sentido de alteridad; además, por la costumbre, tenga sustento en la moral objetiva, el cumplimiento de la voluntad, la moralidad; en la moral subjetiva, que esté en las normas, la legalidad. La política como alma de la coexistencia con sustento en valores y virtudes reclama la verdad como propuesta para la discusión, atemperada, lúcida, coherente…; el cruce de los consensos dignos surgen del debate de lo verdadero, además la autoridad debe acogerse a mostrar la verdad por una razón simple, lo protestó, “…cumplir y hacer cumplir la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes de ella emanen…”, es decir, un deber ético en respuesta a lograr la simpatía popular que otorgó el ejercicio del poder público, pero más importante, es la convicción política de actuar con verdad, como esencial respeto al Otro, ese otro que otorgó su voto favorable o desfavorable a la causa, con que se legitima el proceso democrático.

La mentira que ha nutrido históricamente el discurso político es una pandemia peor que el Covid. Romper con la fidelidad que el creyente religioso debe a Dios, desvela la mentira, lo deja de manera moral en todas sus letras: “No darás falso testimonio contra tu prójimo”. La mentira en comunicación exprime y afecta los sentimientos, ha sido la arcilla que manipula a las masas, que se comportan de manera inauténtica enajenados ideológicamente y dispuestos a no escuchar al otro, que ya sentenció su razón, en un imperativo ejercicio de posverdad, muy lamentable. Wittgenstein y Austin nos heredaron un marco conceptual sobre los actos de habla. En centro de la estrategia política debe colocarse al lenguaje como pentagrama de la sinfonía política que alimenta el espíritu social y desprendido, generoso y solidario, de las palabras, sus significados y significantes, dado el tono en el que se expresen sus fines. Las palabras denotan ideas que la mente asocia a algo, el lenguaje como productor de cosas, en tratándose de política deberán ser para el bien común, para la justicia, la felicidad, la vida compartida virtuosa, si cuestionamos los significados de esa célula básica del lenguaje, la palabra, nos adentramos en su uso.

Los discursos políticos deberían ser cálculos para compartir significados de problemas y soluciones que se demandan en tiempos, modos y lugares, acción comunicativa con expresiones que respeten las reglas del juego político, las palabras son la herramienta política que viabiliza los actos de habla, la primera regla: no mentir, el enunciado tiene intenciones que deben ser reguladas por conductas intencionales gobernadas por reglas constitutivas, no simplemente regulativas; junto están los actos de habla, las finalidades comunicativas de los participantes. Habermas centra las pretensiones universales de validez del acto de habla: “inteligibilidad, verdad, veracidad y rectitud”. El emisor tiene que ser comprendido dada la intención de comunicar un contenido, el oyente recibe la propuesta, cree en esas intenciones, se trata de que ambas partes concuerden en el diálogo, acuerdo, consenso y comunicación. Es la pretensión de validez.

Tenemos en la alborada cotidiana una fuerte dosis de mentiras con traje de ironías, paradojas, metáforas, condenaciones…, cada día muda nueva. En política la mentira no debe pasar por ser verdad, es cotidiano escuchar que las estadísticas nos den cifras que dicen lo que éstas no dicen. Es un camino equivocado. La política vincula autenticidad, coherencia, verdad, virtudes, en las relaciones sociales. La dignidad de las personas es menester político, la verdad más intensa.