Conmemorar la política

Los humores de nuestro tiempo nos han alejado de la actividad intelectual de creer. Es difícil creer en algo. Sobre Dios, no tenemos, no logramos o perdimos la pedagogía de un diálogo de fe, ésta se ha quebrantado en los tsunamis de la información y la comunicación. Esto por cuanto a la esperanza de la vida eterna. Pero es más triste no creer en la política, la esperanza de la vida en el mundo, dificultades intelectuales, culturales, éticas, lo hacen al menos claramente difícil.

¿Por qué esta circunstancia?, la  pregunta sólo se puede responder si se habla de la esencia del hombre y su situación en la realidad de la cual obtiene información y por la cual se orienta, es ahí el campo de la vida social, en donde interactúa y coexiste, es el espacio donde encuentra fronteras abiertas, mismas que pueden incluir a Dios, por supuesto, incluso puede dialogar con él, solo debe entender el discurso del silencio. El tema no es teológico, se trata de re-activar la política.

El milagro-político está en coincidir y hacernos cargo del otro precisamente allí donde creíamos estar completamente solos, la comunidad. El otro es algo vivo, en política Dios personifica al pueblo, algo verdadero, importante, esencial, una imperfecta fuerza vital de la que nos mantenemos como colectivo. La política es un alma viva que nos jala y que viene hacia nosotros en la existencia y experiencia compartida. La política cuando acepta “chanchullos”, “trampa”, pierde ritmo y se precipita el temor. La política debe encontrar al ser humano, no solo al ciudadano sino a la persona que encarna y a la que distingue pre-ciudadano, ese es el milagro político. Si la política es efectivamente un “quién” y un “qué”, entonces se desdobla en el que habla y el que pregunta. Para ello es precisa la revelación de la confianza en la creencia política.

Sin duda, es a través de la política como se puede tener algo en sí posible.  Solamente que la creencia solo tiene sentido si la política ha hablado realmente, por cierto, de modo entendible y atendible. Empero, ¿de qué forma acontece la comunicación política? Desde las entrañas desgarradas del pueblo nace la voz que delibera y acepta la réplica. La carencia de réplica es inadmisible en las sociedades democráticas. Más todavía, ni siquiera les resulta permitido aceptarlo.

La revelación política se da en los valores políticos como pedagogía de la conducta. La revelación política se da en las virtudes como ética del comportamiento, en la construcción de ciudadanía, pero también en el mundo de las personas; la participación, la discusión son la luz del conocimiento social, que solamente es perceptible cuando él y lo otro aparece.

Ese instante social a la vez que es el momento supremo de esa participación y deliberación que escapa a toda imagen y a todo concepto, es la sociedad civil con espíritu activo político. Pero una participación, una discusión, no concluye por el hecho de decirse algo. Lo dicho ha de ser escuchado y aceptado (si hay convencimiento) por aquel a quien se dirige. La política se dirige al mundo social, en esa radicación, en esa transmisión del hecho está la revelación política, tal como lo entiende el ciudadano, se lleva a cabo ante el mundo de manera tal que empodera la vida colectiva, el bien común, la justicia social.

La buena política puede probar la pretensión de estar realmente ante la revelación del interés colectivo, esto es, ante la lucidez del discurso político. Para reconocer que la política se revela como solución y soluciones, es preciso darle autenticidad, hacer autor, ese ejercicio de máxima creatividad e imaginación funda la creencia en el discurso con que la política convoca la verdadera palabra del bien común.

¿Qué contiene? Desde luego argumentos básicos, justicia, equidad, sana distribución de la riqueza, honor, cordialidad… empero, este largo etcétera, no opera si no está presente la meditación sobre la situación del colectivo en la realidad total; tener en cuenta que la solidaridad y la vida buena pueden estar continuamente amenazadas; que los intereses de las personas preocupados por su autonomía son acosadas por el despotismo de los poderes, en todas sus naturalezas; la política no se juega en solitario, se nutre de los conocimientos suficientes para alcanzar consistentemente un mundo mejor, asumidos todos solidariamente en las formas y hallazgos del conocimiento y la cultura en las que se ha empeñado la política en su más alto sentido. El que ejerce el noble oficio de la política debe ser un sabedor, un intelectual, un instruido, que paradójicamente cree en la política con un excelso grado de conciencia.

El político piensa, cree, está seguro, de las necesidades sociales, resiste y aporta la verdad y validez de la política como verdad de fe que se prueba positivamente por argumentos de razón y necesidad.

Por: Ignacio Ruelas Olvera