Condenados a vivir de la caridad

Mayo 21 (2014).- Caminan delante de la violencia, la discriminación o la falta de empleo; no escapan, sólo quieren dejar todo eso atrás. Las noches que pasan a la intemperie es el momento en que forjan la idea del paso que sigue.

Walter Antonio Rivas ha viajado durante dos meses desde El Salvador hasta la frontera de México con Estados Unidos. Conoce más territorio de este país que muchos de los que aquí nacieron.

Intentó cruzar por Mexicali, en Baja California, pero no pudo. En Ciudad Juárez de plano ni la lucha hizo: en dos semanas se dio cuenta que ahí el riesgo es mayor.

Su idea es quedarse un tiempo en Guadalajara para descansar del periplo, juntar algo de dinero y seguir su camino; eso, si no decide quedarse en esta ciudad que, dice, es mucho menos hostil.

«Ya se me cruzó por mi cabecita quedarme. De todos los lugares que he conocido, Guadalajara es como un paraíso, ya salí a caminar al centro y es un paraíso. El clima es más benévolo y la policía no molesta como en Mexicali o en otros lados», menciona Walter.

En El Salvador se quedó su familia, pero no piensa volver sobre sus pasos porque, según él, la violencia en su país es insoportable.

«Allá no puedo poner un negocio sin que salgan las personas que quieran extorsionarme y si no les pagas las cuotas te matan o te queman el negocio», enfatiza.

-¿Y a poco Ciudad Juárez está muy tranquilo?- se le pregunta.

-Ahí sí está terrible, parece una ciudad abandonada y la policía es muy terrible. Ahí hasta preso me llevaron sin hacer nada, no’más por ser migrante. Yo creo que Juárez es la peor frontera de este país. ¡Ahí sí da miedo! A las ocho de la noche no se mira nada de gente en las calles- responde abriendo amplios sus ojos almendrados y morenos.

En su andar en tren tocó cientos de historias de personas que como él buscan en el norte un país que quizá no exista, pero dos cosas le llamaron la atención: el trato hacia las mujeres y los niños que viajan.

«Vienen muchos niños viajando sin papás, otras parejas traen a sus hijos tiernitos, pero el mayor problema es con las mujeres, los delincuentes las hacen esclavas sexuales», afirma antes de reflexionar que todo esto se debe a que en «nuestros países» los gobiernos lo han permitido todo.

Walter acaba de comer en el Centro de Atención y Desarrollo Integral para Personas en Situación de Indigencia (CADIPSI), del DIF Guadalajara, y espera bajo la sombra de un árbol a que baje el calor para ir a buscar algo de trabajo.

La violencia lo orilló a migrar

Dentro del albergue, Salvador Romero ayuda a levantar las sillas y mesas del área del comedor; hace un mes llegó a la capital de Jalisco sin nada, la violencia lo orilló a dejar su trabajo como jornalero de chile y jitomate en el municipio de La Barca, en la frontera con Michoacán.

«Me vine para trabajar pero me quiero ir a Hermosillo a la zona agrícola; allá en La Barca ahorita ya está muy peligroso, duré cuatro meses y mejor me moví. Hay lugares donde ni se puede caminar en la noche y uno ve que el gobierno… pues…». La duda y la malicia se le escapan en un suspiro y no termina de completar la frase.

Por ahora, Salvador trabaja como repartidor de periódico, es un empleo temporal que le consiguieron en el albergue, pero desea volver al campo y llegar a Hermosillo a tiempo para pizcar uva: «A eso me dedico, a migrar y trabajar en el campo. Ya en 15 días me voy. ¿Familia? No, no tengo, sólo mi mamá y mi papá que viven en Aguascalientes», dice el hombre robusto antes de volver a la faena de mesas y sillas.

Otro caso es el de Serafín Llarena, quien se presenta perfectamente peinado y aliñado. Él llegó a Guadalajara a finales de abril y luego de varios días de dormir en la central camionera y de divagar por el centro de la ciudad con su maleta, alguien le recomendó probar suerte en el CADIPSI.

Veracruzano y cordobés, no pierde el estilo: «Mi abuelo siempre me dijo que le había costado mucho trabajo conservar su apellido, así que nos pedía que lo dijéramos siempre bien para no perderlo en cualquier lado».

A los 64 años, Serafín viajó a Jalisco para probar suerte porque en Veracruz se quedó sin trabajo, al llegar buscó cobrar el seguro de desempleo ante el IMSS y quien lo atendió le dio una perspectiva nueva: tramitar su pensión.

«Obviamente no quiero dejar de trabajar, tengo algunos proyectos personales que quiero desarrollar, porque cuando tenía dinero no tenía tiempo y cuando tenía tiempo no tenía dinero. Creo que ahora podré tener ambas cosas en cierta medida», señala el veracruzano.

Siempre se dedicó a las ventas, pero su edad, a pesar de su experiencia, se convirtió en su principal obstáculo: «Puedes llegar bien rasurado y vestido, pero cuando ven los años que tienes, te descartan».

En el Seguro Social le dijeron que le tendría una respuesta sobre su pensión en 15 o 20 días; Serafín ya hizo los cálculos y espera que el 5 de junio le den informes.

Aunque aún no sabe cuánto dinero le dará su pensión, tiene la certeza de que su tiempo lo quiere invertir haciendo modelismo.

«Quiero hacer una serie de productos a nivel artesanal, pero con cierta técnica para poderlas vender en algún sitio adecuado, es algo que siempre me gustó», destaca.

Información y foto: El Universal