Colombia: El sacerdote de los mafiosos

MEDELLÍN (apro).-  Al sacerdote católico Juan Carlos Velázquez le tiene sin cuidado que sus feligreses sean sicarios, pandilleros o traficantes de drogas.

De hecho, él eligió estar cerca de ellos, en la línea de fuego del conflicto mafioso en Medellín, y aún mucho antes de que la Oficina y Los Urabeños pactaran una tregua tras años de guerra, el padre gozaba del respeto de ambas organizaciones criminales que torturan, matan y descuartizan a sus enemigos.

“Ellos nunca me han amenazado, nunca se meten con mi trabajo sacerdotal, al contrario, hay un respeto”, dice el cura Juan Carlos a Apro.

Está sentado en una pequeña sala de la casa parroquial de la Iglesia María Madre de la Eucaristía, ubicada en el barrio El Guayabo de Itagüí, azotado durante años por los combos (pandillas) Calatrava, El Tablazo, La Unión, El Ajizal, El Pedregal y El Guayabo, entre otros grupos delictivos, que trafican droga, extorsionan, asesinan y forman parte de las estructuras de la Oficina o Los Urabeños en la zona metropolitana de Medellín. Allí vive el padre, en medio de las balas.

Los pandilleros “cuchos” (viejos), mayores de 24 años, se le acercan, lo buscan, le piden consejos, orientación en sus problemas familiares.  Él les habla fuerte, incluso a los  jefes de los combos, cuando lo considera pertinente. “Regaño a los que se portan mal con la familia, con la esposa. Les digo ‘hombre, no le peque a la mujer, pórtese como un caballero’, y ellos me dicen ‘sí, padre, tiene razón, padre’”, señala.

El padre Juan Carlos es quizá la única persona en Medellín que puede “jalarle las orejas” a los líderes mafiosos de los barrios bravos de la ciudad, por muy poderosos y despiadados de que estos sean.

Lo respetan porque vive con ellos. Por las noches se sumerge en las profundidades del barrio, platica con los “parce” (amigos) que hacen rondines en las esquinas, les pregunta cómo les va en la vida.

“A mí no me importa si es el ´jibaro’ (expendedor de droga) que tiene la plaza de vicio o si es el que vende las armas o si es el que dispara o el gatillero. No. Yo veo a ser humano”, indica este cura de 39 años de edad con facha de hippie con su camiseta verde que dice “New Orleans Brewing Co.” y su pantalón de mezclilla deslavado.

En sus 13 años de ejercicio sacerdotal, el padre Juan Carlos, a quien los pandilleros le dicen El Mechudo por su siempre alborotada cabellera,  ha prestado servicio en la conflictiva comuna 13, la más violenta de Medellín, en La Visitación de El Poblado y el populoso barrio Alfonso López, donde recuerda que los cuadernos escolares de los niños no los proporcionaba el Estado sino “Don Berna”, el mafioso y jefe de la Oficina que dominó el crimen organizado de la ciudad hasta su extradición a Estados Unidos, en 2008.

Fuente: Proceso.