Ciudad, casa de ciudadanía
Paul Virilio, anota: “La ciudad es el lugar de los trayectos, de la proximidad entre los hombres, de la organización del contacto”. En esta síntesis plástica del urbanista, está la ciudad y sus acontecimientos. La complejidad de las ciudades no sólo está en sus trayectos y la posibilidad del contacto, se agrava en los comportamientos de los ciudadanos. No hemos creado las avenidas que en los trayectos nos den contactos que puedan humanizar la coexistencia.
Roland Barthes cuestionó “¿Cómo vivir juntos?” Revisemos la interrogante. No encuentro otra alternativa: arte y cultura. Desde luego en una visión que fusione saberes fragmentarios, opiniones atomizadas, discursos en condominio, y que amplié las reflexiones estéticas. Me explico, la política hoy se ha ensimismado en medios y no en fines, en cambio el arte sigue siendo quien descifra los códigos de los misterios de la vida, en el arte se cuestiona la vida, en las formas artísticas está la imagen del sentido de la vida, y en ese sentido Arte y Ciudad se vuelven cómplices, medios y fines. La vida urbana se atribula por la sociedad del espectáculo.
Si transitamos por las avenidas de la literatura es fácil encontrar estética en las letras por ello el atisbo lo que de cotidiano se oculta. En esas caminatas nos tropezamos con todo, con “los de abajo” y con los de arriba, con los que tiene y los que no tienen, con los que saben y los ignorantes, desde luego, con las formas espaciales de sus mundos. Posada al andar por nuestras calles torcidas y barrios viejos seguro revisó el trayecto del ferrocarrilero, el recorrido del artesano y el campesino, por ello los contacto en sus trazos burilados; de la misma manera que hoy podemos revisar el caminado de un encuestador, el “toca-toca” de una campaña política. Pero también está la ciudad de los artistas del siglo XXI en el cual no se ha certificado el pensamiento urbano, ¿de qué se nutre su estética? El mundo se ha hecho urbano merced a la revolución de la velocidad de la luz. Las personas se multiplican y se hacen conglomerados que no tienen definido su porvenir.
Los contactos han padecido los estragos del capitalismo neoliberal en el que se han recrudecido las diferencias sociales: enfrentamientos y desafíos. Obviamente un desaliento sentido de los contactos. Hoy las ciudades se construyen como aparadores de las diferencias, como “espectaculares” de la amenaza, pero no como estímulo de la vida comunitaria. En las reglas de la ciudad de antaño ya no operan y no hay nuevas en la ciudad de hogaño, aun no encontramos el modo de convivir en el espacio público con los nuevos ciudadanos, sus multitudes, su estratificación. Una nueva “rebelión de las masas”. La comunidad disputa demandas de mayor seguridad, más libertades que salvaguarden la efervescencia y vitalidad de la cultura urbana. El movimiento realizado por Carlos Monsiváis es claro en este sentido, lo prueba “El Estanquillo”.
La ciudad como escenario de la vida cotidiana, no se parece a la que dibujó Gabriel Vargas en “La Familia Burrón”, ahora se ha reducido y trivializado. En el horizonte no hay nada más allá de las ciudades. El desarrollo de la civilización parece haber clausurado la totalidad del mundo en un cerco mental urbano. Hoy el campo ofrece pocas posibilidades, está desierto o mancillado de ciudad real o mediática e invadido de tecnologías que lo empobrecen más. Por ello abre la ciudad espacios que la hagan posible. En esas intoxicaciones se da la exasperación de las calles y la urgencia de las búsquedas por encontrar una vida cotidiana respirable en las ciudades.
La autonomía del pensamiento y las artes, demanda renovar las teorías del conocimiento, para quitarle peso a la conciencia y empoderar la intersubjetividad en una epistemología de saberes, lenguajes y sus códigos. La confrontación de experiencias es punto de partida para pensar estrategias y políticas viables. La ciudad florece a la hermenéutica, es dicha, interpretada, ultrajada. Nos resistimos otorgarle la calidad de epicentro de ciudadanía.
La hipótesis que reflexiona Paul Virilio de que la ciudad moderna crece para derrotar el espacio y la posmoderna para apoderarse del tiempo, han encontrado casos límite en ciudades cosmopolitas con crecimiento de políticas públicas ideologizadas y no en el bien colectivo y la justicia de los iguales. La velocidad se ha descartado del horizonte. Esto refuerza la importancia de la ciudad virtual: un porcentaje importante de la población ve televisión más de tres horas al día, y las principales formas de relación dependen de Internet y teléfonos celulares. Es increíble que el mundo quepa en el cuenco de una mano. Requerimos una nueva pedagogía que atienda y forme una ciudadanía que supere la realidad que nos acecha. Que de las pantallas haga didáctica para la formación de nuevos ciudadanos comprometidos.