Antes diálogo y pluralidad, hoy intransigencia y monologo / Ruelas
Aguascalientes, noviembre 25 (2025).-Nuestra historia política gira en círculos. Nietzsche, con su idea del “eterno retorno”, nos invita a imaginar la repetición infinita de la vida. En el ámbito político revela una paradoja inquietante: quienes ayer combatieron el autoritarismo hoy reproducen sus lógicas. El movimiento estudiantil del 68, símbolo de libertad, se refleja en actores que, décadas después, ejercen el poder con prácticas que niegan aquella bandera.
La contradicción entre lo que se dice y lo que se hace se manifiesta claramente en el lenguaje del poder. El discurso oficial insiste en la existencia del libre tránsito y el derecho a manifestarse, sin embargo, la realidad impone obstáculos que dificultan esos derechos. La distancia entre proclama y realización evidencia una tensión constante: el lenguaje democrático funciona como herramienta de legitimación, la realidad revela un ejercicio del poder que privilegia la restricción y el control sobre la coherencia entre discurso y práctica.
La cotidiana tribuna de alborada enjuicia que fueron pocos, que fueron viejos y violentos, que no fueron generación Z, que no llenaron el zócalo…, espacio que reclaman como propio quienes sorprendieron al mundo con la marcha del silencio, hoy no pueden entender que unirse por Paz y Justicia es una virtud que nace del amor por México que nos enseñó Ramón López Velarde. “Patria: tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio”. Centenares de cámaras muestran que niños, jóvenes, adultos, lo mismo que discapacitados, fueron atacados perversamente por fuerzas policiacas. Queda la evidencia en la magia de Orwell: el Gran Hermano. Sin duda, una marcha enorme, plural, pacífica y profundamente ciudadana.
Un detalle, se sobre puso un escenario creado desde el poder que hizo que convivieran indignación y esperanza. La Patria representada por un pueblo que se vistió de dignidad, pueblo que no le dejan ser pueblo porque apela. La infiltración operó desde la inteligencia del poder, misma que no se emplea contra la violencia organizada; los policías obedecieron, los utilizaron para golpear con crueldad a familias. Creen que la narrativa de caos inducida funcionó merced al operativo diseñado para alterar la percepción pública de una movilización histórica. El ocaso del poder por el poder inicia cuando no reconoce los movimientos sociales que les demanda una sola cosa: coherencia.
El crimen organizado recluta menores de edad en cantidades impresionantes, les paga poco, los enrola en la dependencia de la droga, lo más grave, los deshumaniza, los blinda contra la misericordia, la gratuidad, la solidaridad y naturaliza la violencia. Una razón esencial: no tenemos normativa que penalice estas atrocidades, niños y jóvenes no tienen reconocimiento como víctimas. El tema no es si fueron pocos o muchos, el problema muy sentido es cómo se corrompe a las juventudes y hasta niñez desde la violencia tolerada.
Fátima Bosch fue felicitada en la predicación de alborada, está muy bien: miss universo es cultura de portadas del corazón, configura pluralidad, diversidad, tolerancia. Sin embargo, Gustavo Celorio obtuvo el premio Cervantes de Literatura 2025 y no mereció una sola silaba desde la tribuna del salón tesorería. (Lo que es parejo no es chipotudo)
En cambio, la marcha encarna una contradicción: legitimidad incuestionable y ejecución obstaculizada. El eterno retorno, mientras no transformemos las condiciones que hacen posible la contradicción entre discurso y práctica, seguiremos viviendo el mismo ciclo, una y otra vez. Dichas contradicciones no son meros errores administrativos, sino síntomas de una estrategia política que privilegia control eimagen sobre el desarrollo sostenible.
La otrora izquierda tolerante y debatiente, hoy es intolerante y monológica. Hoy enfrenta crisis de legitimidad que trasciende coyunturas electorales y se arraiga en problemas estructurales. Como señala Castañeda (2006), “la izquierda latinoamericana ha oscilado entre el pragmatismo y la ortodoxia, sin lograr consolidar un proyecto estable”. Esta tensión se refleja en la incapacidad para articular una agenda coherente y en la persistencia de prácticas clientelares. Según Levitsky y Roberts (2011), “la corrupción y el personalismo han debilitado las bases institucionales de los partidos de izquierda en la región”. Estas dinámicas han erosionado la credibilidad ante una ciudadanía cada vez más consciente del oportunismo político. Lejos de consolidar una agenda transformadora, diversos actores han privilegiado intereses particulares sobre el bien de la vida compartida, lo que ha derivado en una percepción pública de voracidad y falta de ética.
Este fenómeno no solo limita la posibilidad de construir instituciones sólidas, sino que también perpetúa dinámicas que obstaculizan la democratización interna y la transparencia. Como advierte Aguilar Camín (2018), “la izquierda mexicana no ha logrado diferenciarse sustancialmente de las prácticas que critica”, lo que plantea un reto para su supervivencia política.
Para revertirlo le es indispensable replantear las bases ideológicas y organizativas, priorizar la integridad y la participación ciudadana como ejes rectores. Sin ello, correnel riesgo de convertirse en un actor irrelevante dentro del sistema político mexicano.