Ad-ministrar las campañas electorales

Los partidos políticos y sus candidatos, así como los candidatos independientes, están ante un escenario de alta responsabilidad, responder con honor al pueblo. Durante las campañas electorales, concluida la democracia interna de sus institutos políticos y la búsqueda de apoyo ciudadano, pondrán en juego los instrumentos válidos que acompañen las acciones para seducir el voto ciudadano. La administración de las campañas electorales, digan lo que quieran las voces disonantes, es una responsabilidad de racionalidad gerencial y no una discusión sin esfínteres intelectuales y creativos.

Las actividades de una agenda político-electoral, tiene tres ejes mínimos: Información, Decisiones, Acciones. Los tres conceptos desarrollan cada uno, y todos juntos, una cartografía de trabajo político acotada por un breve tiempo. Nada puede consumarse si no se transita por la ruta del control y de un binomio perfecto: Prever-Atender. Lo anterior no existe si no está en el tiempo, “sabia virtud de conocer el tiempo”, es decir, un vector que una pasado-presente-futuro como garante de buena dirección de la oferta política en la consecución de la voluntad popular.

Previsión y Atendimiento, son garantía de ejecución. Todo ello con base en presupuestos, lo que constituye una fuerza cuya alma es garante de equilibrio. Los partidos políticos por mandato constitucional gozan de financiamiento público, una base que el Estado garantiza por la ruta de evitar dinero negro en la política; y por otra parte, los canales para que este gasto tenga rendición de cuentas: fiscalización de los recursos, es decir, control, lupa sobre las afectaciones presupuestales. Lo que constituye un semáforo de los análisis más correctos para alcanzar los objetivos: llevar votos a la causa. En esa virtud aparece la responsabilidad política.

Pocas democracias tiene el piso legal del presupuesto de amplia manera como México. Por ello es imperativo que el cuerpo electoral demande las más profesionales actuaciones. Que además de ejercer el Derecho de votar y ser votado exija el cumplimiento de responsabilidades inevitables de la política, honrar la palabra. Internamente los partidos, sus candidatos y sus equipos de campaña deben realizar un arremetida administrativa: un buen manejo operativo y de costos de las actividades, asumir con respeto los topes máximos de campaña como la acción que ad-ministra, es decir, que proporciona intensamente, lo necesario para cumplir los objetivos no puede ni debe fallar, pues fracasaría todo el entramado de actividades y acciones que se hacen para obtener la simpatía electoral, la acción administrativa necesaria para completar y desarrollar los procesos que se unen al procedimiento electoral.

La participación y el compromiso permiten la viabilidad de las estrategias y acciones que se acercarán los objetivos. La administración de una campaña es un compromiso ético, también, compromete con la administración misma, con un sistema de comunicación efectiva, con una rendición de cuentas a la sociedad y al Estado. Asegura una convivencia compartida y participativa que define cada estructura organizacional de los partidos políticos y candidatos independientes. Las campañas electorales comprometen expectativas, esperanzas, realistas de objetivos y metas.

Asignar recursos a todas las áreas y actividades en busca del voto ciudadano horizontaliza los recursos y al mismo tiempo demanda seguimiento y control. Es, déjenme decirlo de esta manera, una democratización de las posibilidades para la toma de decisiones en los equipos de campaña. La democracia administrativa sin respeto es abulia, sin control es falta de responsabilidad. En la sístole y diástole del “telos” de la acción política está el presupuesto como garante de poder hacer.

Las razones estratégicas de rentabilidad que cada candidato despliegue pondrá en sintonía la gran utilidad a la que aspiramos la ciudadanía: elecciones en las que el voto cuente y se cuente bien, organizadas en un clima para ciudadanos libres y autónomos, que además otorgue satisfacción social. Sin duda las utilidades garantizan el desarrollo de toda empresa, las campañas electorales, son la empresa de la democracia, ahí radica su delicadeza, ahí estriba la responsabilidad social que tienen.

Los demagogos de la administración se solazan gritando: “debemos hacer mucho con menos recursos, nos debemos amarrar el cinturón…” y muchas otras genialidades erísticas. Son gritos de ignorancia. Las campañas electorales cuestan. Lo que requieren es optimizar los recursos, someterlos al ingenio y la creatividad para que la comunicación comparta los significados de los compromisos apegadas a los topes de campaña.

Es preciso que se muestren como manantial los presupuestos de inteligencia, coherencia, lucidez… la política es una gerencia de baja inversión, lo que requiere es amor por los otros, amor por la política, portar el escudo de la ama-bili-dad. La ciudadanía confía en las campañas electorales. Pero no es un cheque en blanco, la responsabilidad está en que cada peso que erogue es patrimonio del pueblo, es a él al que le deben rendir cuentas. El pueblo espera con justa razón un ejemplo de innovación y responsabilidad de candidatos y partidos.