La política es excepcional / Ruelas

¿Qué es lo normal?, nos hemos preguntado una y otra vez, decimos que una persona es normal si cumple con ciertos estándares de pensamiento y comportamiento. El adjetivo normal se refiere a lo “que se ajusta a cierta norma o a características habituales o corrientes, sin exceder ni adolecer”. Todo un tema, frente la anormalidad, se teorizan de maneras distintas y diversas, estas significaciones contrarias se desarrollan en las fuentes de las culturas, les ocurren cambios sustanciales a lo que se considera “normal o anormal”. Damos por sentado que todo puesto de construcción social es normal. Esta distinción despliega una fuerza organizadora del quehacer diario de cada cultura. El juicio: “es normal”, manipula ya la distinción, pues lo separa o condena de anormal.

Lo que consideramos normal lo ubicamos en la normalidad. Lo normativo es la ley, empero la ley no exige que seamos normales, sino que apostemos por un reconocimiento recíproco que otorgue la libertad de uno al servicio del otro.La norma es aceptación del otro, la admisión de la sociedad que vive bajo su tutela. La seguridad de cumplir la norma es la diferencia no lo normal, ello nos hace ciudadanía excepcional en la convivencia. Cuando los candidatos a puestos de elección popular engañan con palabra, obra y omisión, ¿se comporta de manera normal?, de conformidad a la costumbre y habito de engañar, mentir, manipular…, sí. Incluso se justifica con un argumento indolente “es campaña”; empero requerimos la cualidad de no-ser-normales, ser diferentes para edificar la confianza entre políticos y cuerpo electoral. En el comportamiento de las mayorías no debe estar lo normal sino lo excepcional, es decir, apostar por el otro en la vida compartida.

La normalidad está ligada al predominio, lo que hacen muchos, lo que se acepta como normal.El poder ejerce una facultad no ética con el otro, lo manipula, lo lleva por escarpados vericuetos de la normalidad, en el caso de las elecciones lo lleva a las urnas, es lo normado, lo normal; a partir de cómo vota, no se puede decir quiénes somos normales y quiénes anormales.

Pero si lo normal, en la vida cotidiana, sobre todo en la formación escolástica sirve para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo bueno de lo malo…, en ese simple juicio ordinario ya discriminamos a personas y sociedades por el simple hecho que hacen y se comportan como la generalidad. Decía la Abuela Severa, “… a dónde vas Vicente, a donde va toda la gente”. En esa lógica quienes se comportan de manera distinta de los normales (mayoritarios) serán anormales; los juicios no terminan ahí, se siguen: extraños, raros…. La condena es muy grave, en todos los ámbitos, pero me referiré a la política por estar en tiempos de decisiones esenciales para la vida comunitaria, para el destino compartido.

 Para ejercer el voto, si somos normales, ¿deberemos votar por lo que dicen las encuestas de los normales? ¡Para ser normal deberemos parecernos al “rebaño”, como dice Nietzsche! Un grave peligro en política, es impulso de homogenizar a las masas, a pesar de que ya son público, se les inyecta el miedo, el miedo engendra desconfianza, la desconfianza siembra temores, la diferencia culturalmente asusta, no se puede negar. La diferencia no la utilizamos para enriquecernos recíprocamente en un diálogo distintivo por lo distinto, lo excepcional, lo especial. La diferencia la utilizamos para segregarnos.

El diferente vota de manera razonada, por una razón: ¡es distinto!, hace un borrador de futuro al tomar su decisión, evalúa, pondera, premia y castiga. El voto universal lo hace diferente, las cualidades del voto: “personal, secreto, intransferible…,” lo hace incomparable. Tener un sentido del mundo de la vida más o menos coherente crea un compromiso: ser disidentes de la normalidad. Ejercer nuestro derecho a votar con un cambio de actitud con una nueva mentalidad. Es deseable ser disidentes de la normalidad, cuestionemos el concepto votemos con libertad hagamos una nueva manera de entender el mundo, juzgarlo diferente por anormal, lleno de valores y virtudes cívicas. Hagamos la diferencia con patriotismo electoral.

Partamos de una idea básica, lo normal se construye en contraparte a la anormalidad, con ello nos queda claro que implica inclusión y deseo. La administración constitucional y legal de las elecciones exhibe el compromiso del comportamiento adecuado para la manifestación de la voluntad, ejerce una actividad de inclusión, esto es, coloca al cuerpo electoral en el centro de la sociedad y le asigna un lugar estelar: ciudadanía, para detonar excepcionalidad de lo anormal: definir el futuro de la vida compartida. La norma electoral individualiza lo político y expresa la voluntad popular expresada en las urnas, manifiesta perdedores y ganador y con ello la reconciliación anormal de las diferencias: la política es excepcional, no es para gente normal, se requiere pensar en el otro, saber que el otro es la clave, “que tú eres el otro del otro”.