La estulticia en el poder presidencial mexicano / Hablemos claro

Imposible no abordar el asunto del desabasto de combustibles que prevalece en gran parte del país y que ha provocado el registro de kilométricas filas que hacen los usuarios de vehículos particulares y de transporte, por tratar de conseguir el energético. Jalisco, Michoacán, Ciudad de México, Guanajuato, Aguascalientes, son algunas de las entidades que más se han visto afectadas por este desabasto.

Esto se derivó de la “estrategia” que desde el gobierno de la república se emprendió para “combatir” el huachicoleo. Tan solo el pasado 07 de diciembre, de acuerdo con una nota publicada en el portal digital de la Revista Proceso, el presidente López Obrador anunciaba un plan para combatir el robo de combustible, impulsando una reforma que para que este delito sea juzgado como grave y sin derecho a fianza. Hasta ahí, todo iba bien.

Hace un par de días, desde la presidencia de la república se instruyó a la paraestatal Pemex, cerrar los ductos por los que se distribuye el combustible a las gasolineras establecidas, y en cambio, suministrarlo a través de pipas. El presidente suponía que esta medida afectaría la actividad ilícita de los huachicoleros, al cerrarles la llave de donde ‘ordeñaban’ el combustible para luego venderlo.

Pero el resultado de esta acción ha sido al revés, pues a quienes están afectando y de manera considerable, son al que él califica de “pueblo bueno”.

Porque además de que enfrenta la problemática económica de los precios altos de la gasolina, ahora tiene que pasar todo un viacrucis para conseguir el tan codiciado combustible, como se pueden apreciar en decenas de vídeos que circulan en las redes sociales, de las que se desprenden escenas que se asemejan al filme apocalíptico ‘Mad Max’, que escribió y dirigió el cineasta australiano George Miller.

Idea que le surgió luego de que vio pelear a personas en una gasolinera por conseguir combustible durante la crisis petrolera de 1973.

No hay que ser especialista en economía para deducir que este desabasto, -aunque no le guste el término al presidente-, genera un mercado negro en el que los precios por obtener el combustible se encarecen aún más de lo establecido. Se genera un nuevo problema, la reventa ilegal de gasolina, tal como ocurre cuando hay reventa de tickets para algún evento deportivo o artístico. Simple.

Puedo entender que el presidente López Obrador defienda a capa y espada su “estrategia” para combatir el huachicoleo, pero lo que no concibo es que intente negar que hay desabasto, y pero aún, que culpe a otros (medios de comunicación) de sembrar el caos y la incertidumbre entre la población. Durante su conferencia matutina del pasado lunes 07 de enero declaró palabras más, palabras menos:

“Dejen de decir la palabra desabasto, no hay tal. Si repiten esto, entonces los consumidores acuden a cargar gasolina de más y así si se producirá un desabasto; entonces los culpables del desabasto serán ustedes”.

No daba crédito a lo que escuchaba en ese ‘silogismo’ que utiliza de manera continúa López Obrador en su retórica política. Ya no es candidato presidencial, eso ya quedó atrás, ahora le corresponde fungir como Jefe de Estado y asumir la responsabilidad de sus acciones y de sus palabras, positivas y negativas.

Se vale replantear el plan (si es que lo hay), de escuchar a quienes lo rodean, de repensar la estrategia y de ejecutarla mejor. Lo que no es válido, es buscar culpables donde no los hay, pues el desabasto de combustibles existe y es latente. Dice un dicho político: si el líder no escucha a nadie, pronto estará rodeado de quienes no tengan nada que decir.

¿Qué sigue? ¿Cerrar los bancos para “acabar” con los robos en estos
establecimientos financieros? Aquí la pregunta es ¿Cuántos huachicoleros ya fueron detenidos tras emprender esta acción y cómo serán castigados?

La soberbia y la necedad, no son sabias consejeras para un presidente, y lo hemos verificado a lo largo de las historias sexenales. Felipe Calderón se empecinó en hacerle la guerra al narcotráfico sin ninguna estrategia y el resultado fue catastrófico.

Por su parte, Peña Nieto impulsó reformas “estructurales” (energética y educativa) sin construirlas con base en consensos y ahí está el triste resultado, al menos la educativa ya fue abrogada por el actual gobierno.

No cabe duda que la estulticia presidencial mexicana es contagiosa y se transmite de mandatario en mandatario. Es un mal transexenal.

Por: Christian Erazo Ortiz
Lic. Comunicación Medios Masivos por la Universidad Autónoma de Aguascalientes y cursa en la actualidad la Maestría en Gobierno y Administración Pública.