Analógicos vs digitales

En el despegue de una nueva época, de un nuevo capítulo en la vida pública de la Patria. Desde el pasado 1 de diciembre, en consolidación democrática de un triunfo contundente de Andrés Manuel López Obrador, pero no menos importante la organización espléndida y adecuada, ejemplar del INE. En esta etapa política destacan las campañas digitales insipientes, que más que provecho nos dejó malas prácticas, como las encuestas como argumento de campaña y sin controles. Las redes sociales sin pedagogía que oriente y eficiente el compartir significados.

La imagen del mundo racional y ordenada en la que operó el hombre como agente formal decretado por René Descartes ingresó a la gaveta del olvido. Los “cuadrantes” engendraron una epistemología capaz de sostener pendientes, tangentes, curvas, círculos, rectas, puntos que constituyeron referentes aptos para engendrar conocimiento, explicación y razón. El concepto de los “ejes” es esquivado por una simple acción digital.

Nuevas formas y transformaciones de la vida social y sus prácticas entronizan la idea de control de la vida intelectual y social. Ha quedado resquebrajado el ámbito que sirvió de espacio al hombre de la modernidad, el espacio social e histórico, el espacio cartesiano, como “las oscuras golondrinas, no volverán”. Al entrar en crisis esta idea de espacio la razón cartesiana fue invadida por perplejidad, desconcierto, miedo; Es testigos de la pérdida de horizonte, escala, paisaje; se negocia la esperanza con la virtualidad. ¡El espacio cartesiano se esfuma!

Frente a la flexibilidad de nuestros días se impone la rigidez del modelo cartesiano. Se reacciona con lentitud, se interpretan los acontecimientos como ocurrencias marginales, los grandes problemas se interpretan como dificultades transitorias, se trata de mantener a salvo la porción de espacio que sirve de playa salvadora. El precio que se paga por esa des-ubicación espacial es alto: se llega tarde, se sufre mucho, se padece estrés, angustia, diabetes, infartos, se gastan energías, se sacrifican conocimientos, individuos e instituciones. Pero el espacio está asociado al tiempo. El uno es relativo al otro. Desde siempre se había dado por supuesto que los objetos del mundo y las personas en medio de ellas estaban definidos en gran medida por puntos situados en el espacio y en el tiempo. Si algo no ocupa un lugar en determinado momento, no tiene ser, no puede ser considerado ontológicamente.

El espacio se fragmento y el tiempo ha perdido identidad porque se acelera, renuncia a su uniformidad, estalla. Las ideas de los órdenes sucedáneo y sucesivo por varios siglos fueron realidad irrefutable, fueron referente inconmovible “del mundo de la vida” mientras se mantuvo dentro de la perspectiva humana y sus posibilidades. La realidad se subió a la nave de la luz y sintió el vértigo de los 300,000 kilómetros sobre segundo. La velocidad de la luz se impuso y modificó el referente del tiempo y del espacio por efecto de la velocidad. Al final del siglo XX adoptamos una nueva identidad de sujeto, sobre todo en lo que concierne a la configuración en su ser y en su hacer. Inmediatez, velocidad, instantaneidad, es lo de hoy; las autopistas de la información y la cibernética demolieron los sistemas aduanales a través de la mundialización del tiempo y el “des-alejamiento” del prójimo.

¿El espacio ha perdido identidad? ¿Su linealidad y su volumen perdieron la pelea frente a lo instantáneo? La respuesta es sí. La idea de lugar se multiplica en un éxodo fragmentario que a través de la web se apropia provisionalmente del ser de los individuos. Un dialogo planetario se impone. En un mismo día se puede transitar de un lugar a otro como el “guerrero” de Carlos Castaneda, se ha precipitado una clara y nueva división del tiempo. De igual manera se tiene la posibilidad de aparecer en diversos sitios en los que se crean y desarman sucesivas identidades, costumbres, respuestas, sinergias, se ha precipitado una nueva y clara segmentación del espacio. Este es el nuevo referente que aniquila las ideas de antaño cuando se anidaron lugares significativos para las personas; en hogaño se sustituyen por una suerte de no-lugares, espacios de una configuración provisional, pasajera, que aparece y desaparece, se constituye con la presencia humana y desaparece cuando se va. El horizonte racional los sustituimos por pasajes de transición en las que espacio y distancia se relativizan ante la embestida de la virtualidad y sus tentáculos: “telefonía –celular, Todito.com, Google, Yahoo…” y sus travesuras: Mensajes, noticias, informaciones directas, mercado, “chateo”, pagos y transacciones bancarias, sexo. Una escenografía orweliana, cuya paradoja es que su base y fundamento sigue siendo la razón cartesiana.

La política no podrá hacer a un lado las redes sociales, las nuevas formas de comunicación, es precisamente en esas plataformas en que la política deberá asumir sus retos de comunicación y convencimiento a los electores. Ahí está la nueva cancha de la competencia.

Por: Ignacio Ruelas Olvera