Vale al Paraíso/Que se joda el vecino
Mario Granados Roldán.-El miércoles 30 del reciente septiembre el notorio movimiento comenzó por la limpieza del inmenso lote baldío de seis mil metros cuadrados, alfombrado por la crecida maleza. De la citadina selva salieron asustados los ratones de cuatro patas. Las víboras de reluciente piel. Y las alegres arañas que habitaban en calzada de las Américas esquina Hernán Cortés.
Al día siguiente, el jueves 1 de octubre, llegó el camión con las blancas carpas. Más tarde apareció el transporte que llevaba los tablones y las mesas con sus sillas; las cajas con la vajilla, los vasos, las copas, los cubiertos, la mantelería y demás enceres a utilizarse en la fiesta del siglo celebrada en la residencia marcada con el 202 de calzada de las Américas, en el fraccionamiento Los Vergeles.
Enseguida se estacionó la camioneta para bajar la potente planta de luz a conectarse en caso de emergencia. Afortunadamente, nunca apareció el imprevisto durante las 16 horas —dos jornadas de trabajo—, que duró la aguantadora pachanga.
El viernes 2, a temprana hora, se aparecieron los meseros, los elementos de seguridad privada, los trabajadores de la empresa que serviría el banquete y grupos musicales dispuestos a darles al cuerpo el rítmico ejercicio.
A las 2 de la tarde empezó a congestionarse la entrada del fraccionamiento. Al portero y también policía de la caseta de vigilancia le faltaban manos para registrar a los visitantes. Pasado el inútil trámite, los ilustres fuereños estacionaron sus lujosas camionetas del año en el lote baldío. Activaron la alarma de la troca. Se dispusieron a caminar cuarenta metros, cual elegante romería. Llegaron al santuario de la mundana gorra. El guardia les dio la bienvenida y el dorado acceso. Caminaron unos pasos y se acomodaron en el amplio jardín.
Al igual que los comensales, los agradecidos vecinos empezaron a disfrutar de la música en “vivo” y los sagrados alimentos, pero en sus respectivas casas. La tarde transcurrió con normalidad. Las melodías recordaban viejos y nuevos tiempos.
Al caer la noche se intensificó el jubileo. La pirotecnia de la mejor calidad hizo acto de presencia. Explotó en algún punto del firmamento para formar vistosas figuras. Los perros de la comarca, los de cuatro patas, claro, se asustaron. Ladraban sin cesar. Reprobaban injustamente el multicolor espectáculo.
Y, como bien deleitara el incomparable Joaquín Sabina, al propietario de la residencia y a los fiesteros le dieron las 10 y las 11, las 12 y la 1, las 2 y las 3, y hasta las 6 de la mañana del sábado 2 de octubre, con el sonido a todo volumen, para demostrar que la regulación establecida en la Norma Oficial Mexicana NOM-081 SEMARNAT, de 65 decibeles desde el “punto de denuncia” y de las 22:00 a las 06:00 horas, se la pasaron por el arco del triunfo. Ellas y ellos dieron rienda suelta a su euforia, a costa de los vecinos, de lo vergelianos sacrificados por el insoportable ruido generado por los escandalosos músicos y la cantante de agudo aullido.
La maldita vecindad del poderoso señor don dinero hizo caso omiso de las consideraciones que se deben tener al prójimo, principalmente a la señora y señor de la tercera edad, recluidos en la cartuja familiar a esas horas de la madrugada. A la madre de interminables jornadas y diarias tareas en el hogar. A los niños en su fin de semana de descanso. A los dueños de los negocios dispuestos a recibir a sus clientes el sábado. Y a los estudiantes de tempranas clases que llegaron al salón disminuidos en sus diversos procesos cognitivos, eficiencia, memoria, captación auditiva, aprendizaje y comprensión lectora.
Seguramente los lastimados vecinos padecieron algunos de los efectos causados por el altísimo ruido, como la variación de la presión arterial, neurosis, dolor de cabeza, sobresaltos corporales, cansancio crónico, cardiopatía y contracción de los vasos sanguíneos, según el diagnóstico de Organización Mundial de la Salud.
Ese problema en Los Vergeles es añejo. En el año 2009. En el mismo fraccionamiento. En la misma calzada de las Américas. A seis casas de la Casa de Gobierno Aguascalientes. Se rentaba una residencia de inmenso jardín para fiestas públicas que terminaban en riñas campales disueltas por la policía preventiva, como reseñó oportunamente Vale al Paraíso, hospedado en ese entonces en El Heraldo de Aguascalientes (ver texto Antro en Vergeles).
Vasos de plástico y botellas de vidrio, entre otros objetos, grafiteaban la calle al día siguiente de la alcoholizada refriega juvenil. Hasta el estado de cuenta de la tarjeta de crédito de una jovencita, hija de un muy prestigiado dermatólogo, se llegó a encontrar en los restos dejados en el suelo convertido en contenedor de basura.
En su texto Una sociedad desintegrada y descompuesta, el maestro Román Revueltas se refiere precisamente a esas actitudes que rayan en la impunidad: “El segmento corrompido de la sociedad está ganando terreno y amenaza con instaurar un siniestro modelo de extorsiones, secuestros y asesinatos, pero también, un mundo sin reglas y sin garantías, un entorno incierto donde ni siquiera el orden público más elemental está asegurado” (Milenio, 21/09/08).
¿Qué se joda el vecino? ¡Que se joda!
Porque alguien debe de escribirlo: El mediático Volcán Lorenista duerme tranquilo. Se apagó. O lo apagaron. Dejó de echar fumarolas. Llamas. Y materias encendidas. También derretidas.
Asegura mi Garganta Profunda tricolor que la coalición PAN-PANAL es coyuntural, porque en la elección para elegir gobernador el próximo año, los (ex) hijos de la profesora Gordillo harán alianza con la titular de la Profeco. Los esponsales ya están firmados, presume desde la nariz del cerro del Muerto. ¿Será cierto?
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