Un Pinocho en cada político te dio

Crece como una bola de nieve. Entre más grande, más peligrosa. Tiene una buena dosis de inventiva. Se puede ir lejos con ella, pero el retorno es trágico. La crueldad se da en los terrenos del silencio. Es más fácil de atraparse que a un colibrí. Degrada a quien la dice. Se opone a la verdad.

La mentira es la inexistencia real. Se dice en público, en privado, en secreto, en la intimidad, en forma particular y en la estadística.

Alguna lastima. Otra ofende. La tercera engaña. La venial depende del cristal con que se mira. Y la mortal es hija de la perversidad.

Yo miento (piadosamente, supongo, al afirmar que Cruz Azul será campeón esta temporada). Tú mientes. Él miente. Nosotros mentimos. Ellos mienten -políticos y gobernantes en su mayoría-, a toda hora y todos los días, muchas veces sin necesidad, con una buena dosis de torpeza y a costa de la honra.

“¿Está justificada la mentira en política?”, es el título del interesante texto que recupero de la hemeroteca de El País, el diario madrileño. Fue escrito por Hans Kung, catedrático emérito de Teología Ecuménica en la Universidad de Tubinga (Alemania) y presidente de la Global Ethic Foundation. La traducción estuvo a cargo de María Luisa Rodríguez Tapia. Aunque antiguo, mantiene su vigencia. Se publicó el 15 de mayo de 2008. Y el dato curricular corresponde a esa época:

Una pregunta ética fundamental para el sucesor del presidente estadounidense George W. Bush es ésta: ¿Debe mentir un presidente? ¿Hay alguna circunstancia en la que la mentira esté justificada?

El ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger no tiene problemas para justificar las mentiras. Kissinger opina que el Estado -y, por consiguiente, el estadista- tiene una moral diferente a la del ciudadano corriente. Lo demostró en la práctica durante sus años en el Gobierno de Nixon y luego defendió esta opinión en su libro de 1994, Diplomacy, en el que menciona a figuras históricas que admira: entre otros, Richelieu, Metternich, Bismarck y Theodore Roosevelt.

Cuando le dije en una ocasión que esa visión del ejercicio del poder político me parecía inaceptable, él replicó, no sin ironía, que el teólogo ve las cosas “desde arriba” y el estadista “desde abajo”.

Le hice esa misma pregunta sobre la mentira y la moral política a un buen amigo de los dos, el ex canciller de Alemania Federal Helmut Schmidt, cuando pronunció una conferencia sobre ética mundial en la universidad de Tubinga en 2007: “Henry Kissinger dice que el Estado posee una moral distinta de la del individuo, la vieja tradición desde Maquiavelo. ¿Es verdad que el político que se ocupa de asuntos exteriores debe atenerse a una moral especial?”.

Schmidt me respondió: “Estoy firmemente convencido de que no existe una moral distinta para el político, ni siquiera el político que se ocupa de asuntos exteriores. Muchos políticos de la Europa del siglo XIX creían lo contrario. Quizá Henry sigue viviendo en el siglo XIX, no sé. Tampoco sé si hoy seguiría defendiendo ese punto de vista”.

Por lo visto, sí. Al recomendar, hace poco, más participación militar en las guerras de Irak y Afganistán, Kissinger ha demostrado que sigue siendo un político que piensa desde el punto de vista del poder y en la tradición de Maquiavelo. Aunque por otro lado, ha dicho que está en favor del desarme nuclear total. ¿Es una contradicción o un signo de la sabiduría que da la edad?

En las reuniones del Consejo Interacción de ex jefes de Estado y de Gobierno, del que soy asesor académico, se discuten problemas de ética. Recuerdo que en 1997 no hubo ninguna cuestión relacionada con la Declaración Universal de las Responsabilidades Humanas del consejo que se debatiera con tanta intensidad como la de “¿No mentir?”. El artículo 12 de la declaración trata sobre la veracidad, y dice: “Nadie, por importante o poderoso que sea, debe mentir”. Sin embargo, inmediatamente sigue una puntualización: “El derecho a la intimidad y a la confidencialidad personal y profesional debe ser respetado. Nadie está obligado a decir toda la verdad constantemente a todo el mundo”.

Es decir, por mucho que amemos la verdad, no debemos ser fanáticos de la verdad.

Pero no exageremos. Los políticos también son seres humanos, e incluso una persona veraz puede mentir cuando se encuentra en una situación difícil. No hablo de las mentiras que se cuentan por diversión ni de las mentiras piadosas, sino de las mentiras deliberadas.

Regresando a los terrenos de la aldea mariana y a propósito del tema analizado por Hans Kung, usted habrá de preguntarse quién miente en el asunto de los trabajadores “a los que una inmobiliaria les tramitó un crédito hipotecario, el cual pagan mes con mes sin haber recibido una vivienda”.

Alfredo González, secretario general de la Federación de Trabajadores de Aguascalientes, afirma frente al gobernador Lozano de la Torre que fueron 200 los defraudados. Mario Guevara Palomino, delegado del Infonavit, refuta al líder cetemista, al contabilizar 87 obreros, según la información publicada en estas páginas los días 14 y 15 de este mes.

Las cuentas no salen. Alguno de los dos falta a la verdad. La alquimia hizo de las suyas en terrenos que no son los suyos, sino corresponden a los electorales. O se les descompuso el ábaco y la calculadora electrónica, según sea el caso.

Porque alguien debe de escribirlo: El próximo miércoles continuará la segunda y última parte de “¿Está justificada la mentira en política?”.

La opinión de: Mario Granados Roldan/Vale al Paraíso

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