El Gandhi de los libros

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Lectura 2012, elaborada por la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura A.C., los mexicanos van “de la penumbra a la oscuridad” en el disfrute de leer algo más que el TV y Novelas.

Aunque la lectura implique pensar con el cerebro ajeno, el 54 por ciento no se echa un clavado en la alberca de los libros, el 35 por ciento acepta no haber leído un solo volumen en su vida, cuatro de cada diez riquillos se marean con los libros y, agrego, los políticos no leen, ni siquiera, las calificaciones de sus hijos.

Aguascalientes carece de librerías con rico surtido y oportuna venta de las novedades aparecidas en el mercado, aunque todo parece indicar que la malaria se acabará este año con la llegada de la librería Gandhi, fundada por Mauricio Achar, a quien no conocí, a pesar de mis frecuentes visitas a su casa, desde hace más de tres décadas.

Cuentan los amigos del Gordo que éste era amante del ajedrez, la música y el teatro. Consideraba a la amistad el bien más preciado sobre la tierra. Fue sacerdote de sus afectos. Sibarita. Alegre. Divertido. Perseverante. Comerciante decente. Reconocido por su audacia en los negocios.

Como los grandes desplegó su sencillez, bonhomía y talante bromista. Cuenta su hija Nelly que un día, en la Feria Internacional del Libro le preguntó -ante el cúmulo de saludos y comentarios recibidos-: “¿Cómo le haces para sobrevivir a tantos elogios? Muy simple, respondió, no me los creo”, respondió.

El siempre amoroso Jaime Sabines lo reverenció, según platicó Germán Dehesa -otro amigo que lo adoraba-, cuando en una comida, el chiapaneco le dijo a este promotor imaginativo: “tú no lo sabes, pero en Me encanta Dios, ese fregado poema que acabo de escribir después de tantos años de sequía, tú fuiste la inspiración; cuando escribí aquello de ‘Dios es un viejo magnífico que no se toma en serio’”.

En alguna ocasión destapó la esencia de su ser: “Me gustaría hacer que la gente entienda que también por el humor es la cultura, que la cultura no es aburrida”.

Hace nueve años, el 9 de noviembre de 2004, falleció Mauricio Achar, el hombre que “más puso a leer a los mexicanos” y abolió el viejo concepto del mostrador de madera con dependientes de un lado y compradores del otro, para fundar un nuevo concepto de librerías de autoservicio, donde los ejemplares pueden ser palpados, acariciados, hojeados con la pasión y libertad que ellibrero mayor permitió con ese lúdico acercamiento.

En 1971 abrió la primera librería Gandhi para imponer el nuevo estilo de incluir una galería y una cafetería, por la que alguna vez pasaron Violeta Parra, Juan Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre otros.

Ahí montó obras de teatro con su maestro Dehesa, quien le dio clases junto con el entonces jovencito Héctor Aguilar Camín, en el Centro para el Desarrollo Humano. Organizó conferencias con Juan José Arreola y Luis Villoro.

Así pues, Gandhi muy pronto se convirtió en el sitio propicio para tirar el anzuelo a las bonitas, leer, jugar ajedrez o backgammon, disfrutar exposiciones de jóvenes artistas y “discutir sobre los avances de la izquierda y la idílica justicia social”.

El periodista Ciro Gómez Leyva, siempre exacto, calcula haber visitado a 2004, setecientas ocasiones la librería, “desde 1996, cuando era un changarrito de 120 metros cuadrados y no la espectacular tienda de 100 mil títulos que es hoy”.

Bienvenido el santuario de la tinta y el papel. Allá nos encontraremos frecuentemente.

Porque alguien tiene que escribirlo: La miscelánea fiscal trae en friega a las mascotas con la aplicación del IVA a sus alimentos y Lucero disfruta la caza de los animalitos, de acuerdo a la exhibida que le dio una revista del corazón, donde muestra a la cantante, al caballero gozando de cabal salud (su novio) y a la cabra montés padeciendo la cruel muerte.

Las despiadadas redes sociales reaccionaron inmediatamente al circular una caricatura donde se aparece el bíblico Noé aguijando a sus animales hacia la legendaria Arca: “En chinga, porque allí viene Lucerito”, les ordena a gritos el espantado dueño.

Por: Mario Granados Roldan

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