Frankestein y el Quijote
En tono gassetiano podemos decir que la vida se compone de detalles, cada instante, cada cosa, cada acontecimiento… es uno de ellos. Navegar los párrafos de Santiago Posteguillo es una auditoría de inquisiciones, es apropiarse del papel de Alicia, “en el país de las maravillas”. En cada oración está un misterio, pero al propio tiempo está la clave que lo descifra. Recordar a Tolomeo I es adjunto de la génesis de la biblioteconomía. En fin, el conocimiento de curiosidades narradas seductoramente hace la luz que ilumina los vértices del mundo de los libros. En esa luz se re-establece la fe en la literatura. Tiene razón el Papa Francisco, “la fe nace de la palabra”. Esa palabra viaja en la cartografía de 24 narraciones.
La potestad del relato es la calidad literaria del autor. En un ambiente frívolo es cada día más difícil encontrar amor por la literatura, encontramos hediondez a texto, ausencia de simpatía por la lectura. Las imágenes han llegado al extremo de hacer pornografía de la realidad en todos sus ángulos. Nos da la impresión que ya nada podemos imaginar pues todo está en la imagen auxiliada por las tecnologías. Posteguillo se sobrepone y ofrece una creativa manera de contar historias revitalizadas en su voz. La crónica está viva y el cronista narra desde un lado que no hemos experimentado. El lector está siempre alerta a una parte esencial que no imaginamos pero que intuimos en la lectura, en su trato continuado, en el sabor de las palabras, las pequeñas cosas que se leen línea a línea.
La celebración lectiva se da en una suerte de fiesta de agradecimiento que brota del inconsciente del lector, derivado de la forma magistral con que el autor hace los relatos. La literatura, en efecto, no es lo que cotidianamente creemos, va más allá y esto se aprecia solamente desde al amor literario. Abrir una obra literaria para leerla es dar comienzo a una serie de imágenes que brotan desde las palabras y se mueven desde la forma de acomodarlas, pero más aún las imágenes se agitan y viven en su narración.
Muchos lectores hemos conocido a personajes en la asimilación del texto, otros los hemos recordado, es una visita distinta, lo vemos en su genialidad literaria. Frankestein actúa desde la creatividad de su propia historia, desde los vericuetos de su ontología culta. Historias que se reviven en el imaginario desde el arte de narrar y las ideas ilocucionarias presentes en los lectores. Posteguillo no pretende, desde la pedantería académica, enseñar literatura, cumple su enunciado, la Literatura, con mayúscula, es más de lo que los rígidos y triviales formatos de la cultura han considerado. Se hace Literatura en el trinomio contexto-autor-libro, sus capítulos detonan interés, magia, imaginación, personajes, acontecimientos…, como racimos de uvas se cuelgan de los párrafos.
El imaginario colectivo de alguna o de otra manera sitúa a Frankestein en sus preocupaciones, cómo, cuándo, por qué… la señal que manda el autor lo hace a través de la amenidad con que hilvana las palabras, verbos, sujetos, complementos, artículos, sustantivos, adverbios… hilados y deshilados logran una obra de arte abierta a los ojos del lector, la degustación de las cuartillas es maravillosa, deja un sabor y un saber de querer más, más de la historia, más del personaje, más de la curiosidad. Es una apuesta a una reivindicación de la Literatura, sus silencios nos dejan claro que tiene más que decir.
Los libros no necesariamente tienen un orden estructurado como ruta inconmovible, este libro deja claro que la escolástica es un tema que fue y será recordada cuando sea necesario, pero no es luz, ni lógica; los libros se pueden leer como el lector lo quiera, basta recordar Rayuela de Julio Cortázar. Los libros son el sexto sentido de los humanos, ese sentido autoriza que se lean y se interrumpa cuando sea necesario, a cambio de que se reanude con más voluntad e interés su lectura. En “La noche que Frankestein leyó el Quijote”, se encuentra adjunto el “aquí dejé mi lectura”, se puede retomar la lectura sin temor a la memoria, es el trabajo literario del autor, aunque dudo que se deje su lectura.
Posteguillo nos comparte una de esas lecturas que permite re-encontrar el mundo de la imaginación, que el mercado y la aviesa política nos cancela con sus futilidades. Disfrutar la lectura de este libro es un regalo que nos debemos quienes pensamos que la cultura es asignatura pendiente, es preciso aportar todos para sacarla de su estado de decadencia. Desde el título el viaje literario llama a una arremetida de lectura que nos enseña una de tantas rutas de la felicidad, letras y palabras llenas de curiosidades que hacen el entretenimiento. Santiago Posteguillo nos convoca a asomarnos al otro lado del libro.
Por: Ignacio Ruelas Olvera