Opiniones 

Vecindario maldito

En junio de este año fijé mi postura respecto a las redes sociales. En el confesionario de papel admito mi pecado mortal: estoy fuera de las redes sociales, del variopinto vecindario, atestado hombres y mujeres dispuestos a catafixiar la conversación individual por chismorreo colectivo; soy, pues, un espécimen tradicional, muy alejado de la comunicación edulcorada, sustituta de la información saludable, precisa y enriquecedora.

Salvaguardo mi mundo. Cuido el aprovechamiento de mis días. Me distraigo en asuntos mayores. Abrevo de la noticia maciza. Disfruto la atractiva plática presencial, rica en generoso volumen (con los infaltables agudos y graves), puntual modulación y estridente carcajada.

Blindo la recamara de mi vida privada. No me gusta compartir la sala de mis actividades cotidianas. Instalarme en la cocina del chisme. Utilizar el baño del rumor. Meterme al cuarto de lavado de la farsa. Despachar desde los sótanos del engaño. Y salir al ciberespacio protegido por una coraza anónima, como si fuera encapuchado anarquista internacional, me parece indigno y amoral. Con el rostro descubierto prefiero escribir reconocimientos y críticas.

El tiempo que me queda libre lo aplico en la lectura. Me gusta estar informado a través de las versiones en línea, para desgracia de mi proveedor de publicaciones en papel, don Juan Valtierra. Abrir un libro. Mirarlo. Hojearlo. Palparlo. Olerlo. Platicar con sus hojas. Me resulta mucho más gratificante que la selva indomable, estúpida, altanera y falsaria del vecindario.

Reconozco el poder las redes sociales. Se suma al poder del Estado, al de mi mujer, al de la Iglesia, al del pueblo, al de los medios electrónicos, al del Góber (mi querido perro pug, aclaro), al de la compañía que me surte el gas de la casa cuando éste se acaba y al del remilgoso plomero que debe reparar inmediatamente la bomba de agua para concluir el bañado y planchado de mi atlético cuerpo; no me queda claro si la prensa seria, no la chantajista millonaria, todavía puede considerarse parte de ese reino terrenal.

El periodista Raymundo Riva Palacio dio cuenta que la semana reciente en México tuvimos los dos botones que muestran las antípodas del valor de las redes sociales, sus alcances y sus consecuencias. A principio de la semana, tras casi 20 días de difusión en Vimeo de una serie de grabaciones que insinuaban corrupción del oficial mayor del gobierno del Distrito Federal, Édgar González Rojas, presentó su renuncia para “atender los diversos requerimientos y procesos relacionados con informaciones difundidas” en una cuenta anónima. No había prueba alguna de corrupción pero no importó. La percepción creada en las redes sociales, que se trasladó como si fuera información factual al cuarto poder, dejado en la manipulación sin buscar corroboración independiente, aniquiló una carrera política.

Este jueves (16 de octubre), la nación se horrorizó porque una mujer que utilizó Twitter para sumarse a la red de ciudadanos que alimentaban las cuentas de Facebook y Twitter de Responsabilidad por Tamaulipas y Valor por Tamaulipas, que durante varios años se han dedicado a difundir información sobre las actividades del narcotráfico y buscar la concientización de la nación y provocar la acción incansable del gobierno federal en contra de los cárteles de la droga, fue asesinada. Sus verdugos la ubicaron y la asesinaron. Luego hackearon su cuenta de Twitter, “Miut3” –que ya está suspendida–, y a través de ella difundieron su fotografía acribillada y mensajes intimidatorios para todos

(El Financiero, octubre 17,2014).

Otro caso, también patético, envuelto en la tragedia familiar y personal, fue abordado en su debida oportunidad por el maestro Román Revueltas, al referirse al suicidio del actor Robin Williams y a los acusatorios señalamientos a Zelda Williams, porque supuestamente orilló a su padre al suicidio. Las redes sociales se ensañaron con la chica. Recibió toda clase de insultos. Crueles mensajes.

El caso de Zelda Williams exhibe en toda su dimensión la realidad de un mundo en el que la privacidad se pierde a pasos agigantados siendo, por si fuera poco, que nosotros mismos nos hemos colocado en la mira de los entremetidos. En aquellos tiempos, cercanísimos, en los que para comunicarte con una persona debías enviarle una carta a su domicilio, si es que lograbas averiguar su ubicación, o abordarla directamente en algún territorio neutral, han dado paso a una época en la que todos nos sentimos obligados a publicar nuestra filiación. Y así, cualquier individuo distante, cobijado en el cobarde anonimato que le ofrece la muy generosa Internet, puede hacernos llegar, directamente a la pantalla del teléfono inteligente o de la computadora donde tan plácidamente navegamos, sus extravagancias, sus chistoretes, sus gracejadas, sus ocurrencias o, peor aún, sus injurias de canalla redomado. La hija de Williams canceló sus cuentas. Es cosa de pensárselo…, escribió el también periodista Revueltas (Milenio diario, agosto 18, 2014).

Si a usted le empieza a incomodar la maldita vorágine, estresante presión y los tortuosos contenidos de sus cuentas en las redes sociales, como a un muy querido amigo mío, es momento de poner el clásico letrerito de “cerrado por remodelación”. Cuide su salud. Viva tranquilo. Ojos que no ven, corazón que no arruga.

Porque alguien tiene que decirlo: El aumento de la tasa de desocupación en Aguascalientes le gana la carrera al Progreso para Todos. La cifra del INEGI (6.14%), a septiembre de este año, refleja que El Pequeño Gigante de México está cansadito, desafortunadamente.

Por: Mario Granados/ Vale al Paraíso