Opiniones 

De Política una Opinión/El mensaje del terrorismo islámico

Los hechos de violencia sucedidos el pasado viernes 13 en París, Francia, realizados por los terroristas islámicos, debemos conocerlos y explicarlos más allá de la obligada condena y descalificación; el contexto del terrorismo, de por sí, es complejo y requiere de diversas líneas de estudio, ya que no va solo, sino acompañado de visiones determinadas del mundo y de la sociedad, como pueden ser la religión, la economía y la política. En este contexto, el terrorismo viene a ser el vehículo de expresión de esas visiones llevadas al extremo.

Para iniciar la reflexión es necesario dejar sentado que el problema del terrorismo islámico no es, en sí misma, la religión; en la historia hemos conocido hechos también terroristas que se han cometido al abrigo y en nombre de otras religiones. De ahí la necesidad de intentar llegar al discernimiento de los diferentes elementos que intervienen en estos cuadros sociales.

El primer paso es identificar el elemento del fundamentalismo, que va a ser el impulsor de las conductas extremas y violentas. El diccionario de la Real Academia Española tiene tres explicaciones, e inicio por la tercera: el fundamentalismo es la “Exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida”; la segunda, “Creencia religiosa basada en una interpretación literal de la Biblia, surgida en Norteamérica en coincidencia con la Primera Guerra Mundial”; y, la primera, “Movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social”.

El siguiente elemento es identificar la religión islámica: la red nos da abundante información, que coincide en los Cinco Pilares: el verdadero Dios es Alá, y Mahoma su profeta; la oración debe realizarse cinco veces al día; la limosna debe darse al necesitado, ya que todo viene de Alá; el ayuno es necesario para la vida y las celebraciones, como El Ramadán; al menos una vez al año es necesario hacer una peregrinación a la Mezquita de la Meca.

El paso ahora es identificar la articulación de la religión islámica con el fundamentalismo; vuelve a ser necesario decir que una persona es el creyente del islamismo, y otra el fundamentalista islámico. En este punto se hace obligado detectar por qué un islamista se convierte en fundamentalista, cuáles son los elementos que inciden para que lleve la religión a niveles extremos.

Es oportuno introducir otros tres elementos en la reflexión: el Estado-gobierno y la política, la economía y la sociedad, y el mundo occidental. Con estos elementos detectamos un panorama: las sociedades árabes continúan como formaciones sociales feudales atrasadas, en las que la religión rige la política y el Estado. Su condición religiosa les hace mantener la fusión entre autoridades civiles y religiosas, que se traduce en que el gobernante civil funciona bajo los dictados de la autoridad religiosa; recordemos que el nombre de algunos países es el de república islámica.

El planteamiento de nación está construido a partir de los principios de la religión islámica, lo que lleva a ‘alinear’ tanto el ejercicio gubernamental como la vida de la sociedad con esos principios. Los estados modernos separan el gobierno y la religión, proceso que está pendiente en estos países. Consecuentemente, es complicado identificar las líneas divisorias entre esta circunstancia y las posiciones fundamentalistas, lo que implica tomar en cuenta muchos otros puntos para su estudio y posterior explicación.

Para tener un panorama más claro, tomemos la perspectiva del grito terrorista “Alá es grande”. Es una expresión que denota una inconformidad violenta, gritada en el momento de la agresión a ciudadanos que se encontraban en centros de esparcimiento y en la calle; es la bandera de la ‘Yihad’ que traduce la guerra santa.

¿Cuál es, entonces, la inconformidad o reclamo que hacen los terroristas a través de sus acciones? Es el punto delicado: aquí se percibe el mensaje que es necesario tomar para evitar quedarse en la mera condena –justificada- de su violencia y destrucción, como la sucedida en París.

Rescatemos el significado de los objetivos atacados en los atentados terroristas en EUA, en 2001: las Torres Gemelas, el Pentágono, y posiblemente el Capitolio. Son centros económico, político y militar del país que tiene más elementos de interés en la región árabe, en los que centraron su violenta inconformidad.

Significa, por lo tanto, la confrontación del mundo árabe con el mundo occidental; cierto, la historia reciente muestra una evolución en la dominación de los territorios del mundo. El llamado Eurocentrismo vivido e impuesto durante muchos siglos a los otros continentes, incluidas las naciones árabes, debe estar presente para poder entender hoy los graves conflictos con los terroristas islámicos. Es una evolución que debe llevar a los países desarrollados occidentales a dejar que los pueblos árabes, por sí mismos, puedan avanzar en la resolución de sus problemas de extrema pobreza. El uso de los recursos naturales no debe convertirse en sometimiento y sojuzgamiento de pueblos y gobiernos.

El reciente colonialismo europeo en los países asiáticos los dejó libres, finalmente (Hong Kong dejó de ser colonia Británica en 1997); son países altamente prósperos que tienen relaciones económicas con todo el mundo, y sus poblaciones viven con importantes niveles de bienestar.

El reto para las naciones industrializadas es entender el mensaje del terrorismo –por más doloroso que pueda ser-, precisamente, para transformar sus relaciones políticas y económicas con los países árabes, y de esta manera poder solucionar el problema del terrorismo.

Observamos dos señales en las naciones árabes que deben ser valoradas: la alta migración árabe –y africana- hacia Europa (el modelo de vida occidental lo consideran alcanzable); y la Primavera Arabe, que ha llevado –con muchos problemas- al cambio político democrático de sus gobiernos. Siria hoy es un país al que la primavera no ha llegado, a pesar de los reclamos de sectores de su población.

La ONU y los países desarrollados deben liberar a los árabes y coadyuvar con su desarrollo.

Por: Abelardo Reyes Sahagún