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La deuda del sexenio

El gobierno de Enrique Peña Nieto marcó el fin de una tradición de prudencia y ortodoxia en el manejo de las finanzas públicas de México. Después de la crisis de la deuda externa en las últimas décadas del siglo XX, por varios sexenios se administró con cautela la tentación de aumentar el endeudamiento público. Al cierre del mandato de Ernesto Zedillo, la proporción de deuda neta del sector público federal por Producto Interno Bruto (PIB) era del 19%. Con Vicente Fox, la proporción bajó un poco a 18% del PIB. En el gobierno de Felipe Calderón se mantuvo la ruta de la mesura hasta 2008, pero la crisis financiera global cambió radicalmente las cosas. Una de las contracciones económicas más brutales en la historia del capitalismo llevó, en 2009, la deuda a 31% del PIB. Enrique Peña Nieto inició su gestión con un 33% de deuda por PIB, pero para fines de 2016 esa proporción ya llegaba al 48%. Sin una recesión global de por medio, la deuda nacional, externa e interna, se incrementó en 15 puntos del PIB.

¿Por qué te debe preocupar el endeudamiento público? Si el gobierno pide dinero prestado se reduce el ahorro nacional acumulado para prestarte lana a ti, a la empresa donde trabajas o donde puedes trabajar. Si se reducen los recursos disponibles para otorgar créditos esto puede empujar hacia arriba las tasas de interés de tu hipoteca o tu tarjeta de crédito. Además, el gobierno tiene que usar más dinero del presupuesto federal para cubrir el capital y los intereses de sus préstamos. Esto deja menos recursos para garantizar los derechos a la seguridad, la salud y la educación. En términos reales, considerando la inflación, el costo de la deuda pública aumentó más de 30% durante el presente sexenio.

Con datos del Presupuesto de Egresos, el servicio de la deuda pública creció 61% entre 2012 y 2017, en términos nominales. Mientras que los recursos de Salud apenas crecieron 7% y de PGR 6%. Descontando la inflación, hoy el gobierno mexicano gasta menos en salud y procuración de justicia que hace cinco años. El costo de la deuda ha crecido tres veces más rápido que el presupuesto de Sedesol y a más del doble que el gasto en Educación. Se podría suponer que este acelerado incremento de la deuda pública se debe a la caída en la producción de Pemex y la contracción de los precios del petróleo. Estos son dos factores reales, sin embargo, a consecuencia de la reforma fiscal de 2014 y una mejora en los procesos tecnológicos de auditoría sobre los contribuyentes, la recaudación de impuestos aumentó de forma muy importante. En términos reales, los ingresos totales del gobierno, entre 2013 y 2016, crecieron 11%. Además, las cuentas de Hacienda han recibido inyecciones de capital por parte de los recursos remanentes del Banco de México.

La lógica keynesiana nos diría que un gobierno que se endeuda es un gobierno que invierte. Sin embargo, este no es el caso del actual sexenio, ya que la inversión pública ha caído a niveles bajísimos. En resumen, las sumas y restas del sexenio no cuadran bien. Imagina una persona que recibe un aumento salarial, además recibe la herencia de un tío banquero, luego lleva al tope sus tarjetas de crédito, pero su aumento de ingresos no se refleja en la compra de una propiedad o la adquisición de artículos de uso duradero. Esa persona es México hoy. Nadie sabe quién será el próximo presidente de la República, lo que sí es claro es que esa persona recibirá unas finanzas públicas más vulnerables que las que recibió Enrique Peña Nieto hace cinco años. El próximo gobierno tendrá menos espacio financiero para obtener créditos y será más vulnerable a shocks externos. Para complicar las cosas, la posible reforma fiscal en EU nos pondrá en una situación aún más difícil. Esa fragilidad en las finanzas públicas es uno de los peores legados de este gobierno.

Por: Juan E. Pardinas | @JEPardinas

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