Opiniones 

Las campañas son una guerra civilizada cuyas armas son las ideas @INEAGS

Aun no permea en la discusión política la claridad del debate, se desvirtúa en las avenidas de la mercadotecnia en un exceso de falta de imaginación política y cultural; o, se asume con violencia, recurso que aflora cuando las ideas se agotan. La política es un manantial inacabable y muy disfrutable que ordena las actividades humanas. Desde la administración del procedimiento electoral se atiende la incertidumbre que es clave para que un proceso electoral otorgue satisfacción. La administración de la disputa por el poder público debe estar alerta para atender los procesos emergentes del sistema de partidos y el cuerpo electoral. El procedimiento electoral está conectado con las expresiones sociales. La sociedad, por su parte, apuesta por una ética que pondere las necesidades de proyectos gobierno y de vida que enriquezcan la realidad social, individual y colectiva.

Desde el procedimiento electoral México tiene Confianza Democrática. Está comprometida con la seguridad humana, los derechos humanos, en síntesis, comprometida con las capacidades del Estado. La política electoral no está fuera del Estado de Derecho. La irrupción de la irracionalidad en el DF como disputa política no es un buen síntoma. No podemos creer en una relación causal entre orden, seguridad pública y campañas electorales. No es tema policiaco. Se trata de estrategias de contiendas por el poder público, debates y confrontaciones de problemas complejos como la propia violencia. Estamos ciertos que gobernar es razón de Estado. No se trata de una vía salvífica para mujeres y hombres dedicados a la política; se trata conducir sus conductas y comportamientos públicos ente la ciudadanía para fortalecer el Estado, bajo el único método viable: la política.

La razón política se vincula con la fuerza del Estado de Derecho: fortalecer hábitos democráticos; resolver conflictos mediante la no-violencia; asumir compromisos comunitarios; adquirir responsabilidades éticas. La realidad es una visión, transformarla requiere talento, legalidad, finos impulsos. Es preciso no rezagarse en las argumentaciones, es necesario actualizar el diálogo y la capacidad de escuchar, entre otras habilidades, son las armas para contender y seducir al electorado para hacer un frente común a los problemas.

El problema de la violencia es muy complejo. En el caso de nuestro país se ha hecho oscuro, mediático e intenso; se da en el marco democrático legitimado. Normas no discriminatorias, promulgadas y aplicadas por Poderes independientes, depositarios de la soberanía popular. En esta consideración la violencia se ajusta a la legalidad, lícita y legítima, para la defensa de las libertades públicas de los ciudadanos, la violencia legítima.

La violencia es contraria a la convivencia cordial. La violencia democrática protege garantías que conceden al Estado el monopolio de la violencia, misma que debe ocurrir en condiciones de excepcionalidad. Así debiera ser, para ello la soberanía del pueblo está depositada en el imperio de la ley, la majestad de la norma está al cuidado de la autoridad. Entre el imperio y la majestad se ha provocado un desajuste entre las entidades de interés público, que tienen el monopolio electoral, además. Desde la sociedad no podemos aceptar como resultante la violencia anárquica. En términos de opinión pública se ha equiparado al “crimen organizado”, pero lo más grave es que esa opinión pública lo ha creído. La seguridad pública es una política que debe convocar a autoridades y a la sociedad toda.

Los medios de comunicación documentaron esta violencia con oportunidad y revelaron corajes primitivos, impunidades, desequilibrios emocionales. Pero además, que pena decirlo, pero es lo más importante, mostraron con claridad un fracaso mayúsculo de la instrucción pública. Es cierto, en los atisbos de conductas de agresión defensivas el Derecho hace su análisis objetivo de la violencia bajo premisas de imparcialidad e independencia. Empero estamos ante un hecho grave de confrontación política convertida en violencia campal e irracional.
Atender la violencia requiere carácter, ética de la violencia. Ética y política son calves que descifran un futuro promisorio si acatan comportamientos dignos de la especie humana. Se trata de que operen valores de la cultura, virtudes de gobernar auténticas, autoridades prudentes. Nuestra sociedad es compleja. La fuente de alimentación del Derecho que regula nuestra convivencia democrática es la Ética, una suerte de rectitud y sentido del comportamiento humano. La Ética de la política ha de ser, por tanto, el referente para la interpretación de escenarios y circunstancias sociales, los políticos deben apostar por el Derecho para garantizar y comprometer la dignidad de las personas, su condición de seres humanos libres e iguales.

Las campañas políticas no son la destrucción sanguinaria del otro, son las vidrieras de las ideas políticas mostradas para que el ciudadano tenga la información suficiente de proyectos, compromisos, impulsos, ideas, valores, de quienes disputan el poder. En ese parador el ELECTOR opta por quién decidirá votar. Como en las acuarelas, los errores no se corrigen.

Por: Ignacio Ruelas Olvera